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7 dias atrás
Al salir del colegio iba en el bus de regreso a mi casa, pensando en mi tarea, cuando subió un vendedor de helados y a través de la ventana vi a una patrulla de carabineros y una ambulancia a toda velocidad siguiendo a un carro de bomberos.
Podía imaginarme trabajando en todas esas profesiones. Había ventajas y desventajas. Si fuera carabinero y en mi hogar estuvieran robando, no tendría que llamar por teléfono para atrapar a los ladrones, pero si una bala perdida le diera a mi madre, era mejor ser paramedico y sacársela ahí mismo para salvarla de la muerte. Pero mi madre es flaca, por lo que era más probable que la bala diera al balón de gas y la casa explotará en lenguas de fuego y destrucción, entonces ser bombero y sacar a mi familia sería más útil, más emocionante. Luego con mi familia a salvo, desde la vereda presenciaríamos nuestros recuerdos y hogar convirtiéndose en ceniza. Nuestro consuelo sería seguir vivos, quitarnos el sabor del humo y la resequedad de la garganta con los helados medio derretidos, que ya nunca vendería.
¿Serían esos caballeros felices trabajando? Para mí, lo inteligente, para evitar situaciones terribles como esa, era ser todas esas personas a la vez. Me es complicadísimo elegir un futuro único, excluyendo los demás, y trabajar para siempre en lo mismo, como si me condenaran a comer solamente arroz hasta morir. Esa era una de mis dudas sobre mi tarea. ¿Por qué tenía que elegir mi máximo sueño? y no varios ¿Y por qué había que desear ser el mejor?
Apenas llegué a la casa, tiré mi mochila sobre la cama y fui a la pieza de mi hermana mayor. Casi olvido entrar sin tocar la puerta, pero me lo recordó el letrero colgando que decía, con letras rojas y sangrantes, “prohibido entrar sin permiso”.
Toqué la puerta. Entré. Su habitación era como ingresar a otra dimensión, o a otra casa, pero embrujada. Las paredes rosadas del pasillo hacían inverosímil creer que tras la puerta ingresaría a un abismo oscuro, a una caja que no dejaba penetrar la luz, con pentagramas invertidos, velas, figuras extrañas y una negrura a tono con las paredes también carentes de color, de la cual se observaban posters de vírgenes suicidas, cuerpos con cabezas sin cara, tinas de sangre y jaulas con personas gritando sin causar ruido, como si esas imágenes en lugar de fotos fueran ventanas que comunicaran hacia habitaciones colindantes, a recintos de tortura de otra época. Y aunque no quisiera mirarlas, porque me daban miedo y perturbaban, no podía resistirme y no hacerlo, y sentía que era atrapado, paralizado, obligado a mirar fijamente, como si el interior de esas habitaciones vecinas cruzaran la pared para cogerme del pescuezo. Entonces una de esas ventanas parecía crecer, porque yo seguía sin moverme, y aun así, sentía que yo era succionado por aquel rectángulo, y de pronto, cuando lograba girar la cabeza y mirar hacia el lado para escapar de aquel angustiante visionado, caía en la cuenta que el rectángulo siempre había conservado su tamaño, y era mi cabeza, mi cabeza la que ahora asomaba al interior de la ventana como posicionada bajo el filo de una guillotina, y, espantado, mirase a donde sea, encontraba sangre, dolor, encierro y otras desagradables sensaciones. Concluía que estaba dentro, y si gritaba, no provocaría ruido alguno, porque la voz no me salía, como las personas dentro de los posters. Pero mi hermana tocó mi hombro, regresándome a la realidad, a su pieza oscura. Y yo aliviado recuperaba el movimiento, la voz, el parpadeo, y los poster volvían a ser fotografias que podría arrugar con una mano.
–Ya te dio miedo. Te he dicho que son sólo dibujos. –me dijo, sin ser pesada, pero sin ocultar su frustración por siempre decirme lo mismo.
–Si ya sé. –contesté humillado.
–¿Necesitas algo? Estoy ocupada, sabes.
–Quería preguntarte ¿Qué te gustaría ser cuando grande?
–No tengo idea –contestó al instante, pero siguió pensando, buscando la respuesta en el techo. Al rato se largó a reír.
–¿De qué te ríes?
–Cuando grande, seré escort.
–¿Y eso que es?
–preguntale a mamá– me dijo, como si fuera algo gracioso. Luego, en tono serio, me ordenó–. Ahora dejame sola !Ahora! o pegaré mis poster en tu pieza.
Jamás cumpliría su amenza, pero igual me fui. Ella no es mala, o un pésimo ejemplo para mí, como dicen mis papás. Ellos dicen que mi hermana se comporta mal, porque está en busca de su personalidad y, como no sabe lo que quiere, es gótica. Quizá por eso se disfraza de bruja sorda y tiene que escuchar música a todo chancho. La quiero harto, y sé que bajo sus capas y capas de maquillaje cadavérico, esta ella, la misma de siempre. Pero mis papás necesitan que el rímel negro y los polvos blancos se diluyan en lagrimas para saber que su niña todavía existe, esa que reía como un tren, esa que al soplar su torta de cumpleaños lloraba una lagrima invisible. |