Introducción
Bueno amigos, permítanme presentarme, mi nombre es Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, catedrático de Historia de la Universidad de Granada, y en este año de gracia de 1888, bajo la Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, en espera de la mayoría de edad del Príncipe Alfonso XIII, he publicado “El Libro de las Tradiciones de Granada”, prologado por mi buen amigo y mejor maestro D. Nicolás de Paso y Delgado, Fiscal del Consejo de Estado y miembro honorario de la Real Academia de la Historia.
En este volumen, he tratado de recoger, después de años de estudio y recopilación de la tradición oral de la muy noble y muy heroica ciudad de Granada, sus leyendas, sus cuentos y las tradiciones más arraigadas de sus gentes.
Hoy vengo a contaros una de ellas, casi cogida al azar, pues es rica esta ciudad en leyendas, pero la historia que os voy a contar, revela muy acertadamente la idiosincrasia de los granadinos.
La Casa del Miedo
En el año de nuestro señor de 1809 y en la bella ciudad de Granada, había una casa – ya vieja por aquellos entonces – situada en el estrechamiento de la Calle San Juan de los Reyes, en el popular barrio morisco del Albaycin, conocida por los lugareños como “La casa del miedo”.
La casa estaba deshabitada, desde tiempo atrás, la dejadez de los dueños, propició el estado ruinoso de la fachada, las ventanas desvencijadas y los marcos podridos, con muchos vidrios rotos, por la puntería de la chiquillería del barrio, que dejaban ver los jirones de lo que fueron en su día bonitas cortinas de vivos colores alpujarreños. La casa es propiedad de la familia Adarve, dedicada a la panadería, pero teniendo los hornos en la Calle del Agua, se trasladaron a otra casa más cercana propiedad de la familia, después del asesinato en “la casa” del abuelo Fernando de Adarve, por un ajuste por líos de faldas, con la moza más guapa del barrio, casada con un “afilaor” Juan “el caracortá” que tenia un puesto de afilar y amolar navajas, hoces y aperos de campo, justo en frente de la Catedral, en la misma Plaza de las Pasiegas.
Las gentes del barrio, evitaban pasar por la acera donde daba la fachada de la casa, los niños, pasaban corriendo y gritando ¡ susto ¡ ¡ susto ! y a veces se atrevían a lanzar piedras a las ventanas para demostrar la valentía entre los chiquillos. Hombres hechos y derechos, cruzaban la acera cuando llevando los burros cargados con el agua de un aljibe cercano, pasaban por la puerta, de vuelta a sus casas. Las mocitas, no pasaban ni por los alrededores, pues se dice que en ocasiones, aparecidos, pálidos como la cera, salen a las ventanas, llamándolas por sus nombres, diciéndoles todo tipo de piropos, mas propios de sátiros, que de fantasmas. Del interior de la casa, en algunas noches salen unos ruidos extraños de cadenas, maquinarias y trajín, como si allí se hallaran las mismísimas calderas del infierno.
En este año de 1809, Granada está ocupada por las tropas francesas, toda la ciudad está bajo el control y dominio del Gobernador, el General Sebastiany, que tras tener constancia de las repetidas quejas del vecindario y trasladadas a su esposa por el mismo Obispo de la ciudad, no tuvo más remedio que intervenir en el asunto, no por la importancia de este, sino por la insistencia de su señora, devota en exceso y nada amiga de fantasmas, aparecidos y demonios, pues hasta estaba organizando un exorcismo con el Deán de la catedral y una bendición especial de toda la calle San Juan de los Reyes, sin su consentimiento.
Dada la insistencia de su “querida” esposa, mando llamar al subteniente de Granaderos Doudenot a su despacho, al Palacio de Bibataubin.
- ¡ A la orden mi General ¡ se presenta el subteniente Doudenot del IV Regimiento de Granaderos – cuadrado perfectamente en posición de firmes – junto a la puerta de entrada del inmenso despacho del Gobernador
- Pase, pase, Doudenot, acérquese. Mire le he mandado llamar para que investigue en extraño suceso que viene aconteciendo en una casa de la calle San Juan de los Reyes. ¿ La conoce ?
- Si, mi General, de todos es conocido, los extraños acontecidos, que ocurren en dicha casa.
- Bien, bien, me han llegado quejas del vecindario, a través de la Curia Diocesana del Cabildo Catedralicio, - posando la mano en unos manuscritos con el sello lacrado del obispo, necesito de Ud, que realice una investigación profunda del asunto, no vaya a ser que los fantasmas no sean tales, y que sean revolucionarios que estén tramando alguna fechoría, ya sabe Ud que tengo invitados al Gobernador General de Madrid y a su señora, a la cena de Nochebuena y a la misa del gallo en los festejos de navidad, no vayamos a …
- Mi general, descuide, no tiene que decir más, faltan seis semanas para esos eventos, y no tiene que preocuparse de nada, tendrá cumplidas respuestas a su inquietud, en el menor plazo que sea posible. ¿Alguna cosa más, mi General?
- Nada más Doudenot, haga su trabajo, confío en Ud y por el amor de Dios, ordene al Deán de la Catedral, que están expresamente prohibidos exorcismos y bendiciones en las inmediaciones de la calle, pero que sea una orden suya, por una investigación militar – que yo no tenga nada que ver –
- ¡A la orden!, en la inmensa sala, retumbo un taconazo, que hasta se movieron los tapices de la pared.
Duodenot abandonaba a caballo el Palacio, pensativo, dirigió la cabalgadura, hacía el barrio moro del Albaycin, para ir tomando contacto con el asunto.
Hace mucho frío en las noches de noviembre en Granada, no hay un alma en las calles, las gentes se recogen temprano para tomar sus sopas calientes junto a braseros y chimeneas. En la calle San Juan de los Reyes, solo se oye el maullar de un gato solitario en un tejado cercano, y desde el fondo de la calle se atisba, subiendo un cortejo siniestro. Una luz tenue, envuelta en una niebla densa, avanza portada por la enjuta mano de un aparecido envuelto en unas sabanas de lienzo hechas jirones, le sigue andando con dificultad otra aparición vestida con la misma tétricas vestiduras y portando un cubo metálico, del que sale un espeso humo, a la altura de la casa del miedo, se detienen y forzando la puerta, entran en ella. En la calle todavía perdura el humo dejado por las infernales figuras, por las rendijas de ventanas y puertas de la casa encantada sale un halo de luz tenue y tenebrosa.
- Uff. “Manué” que hartito estoy de todo esto, con lo “agustico” que estaba repasando a la María en la taberna del tuerto, exclamo Joaquín el “zapatones” y apaga los carbones con la paja húmeda, “pa” hacer el humo, que nos vamos a asfixiar
- Ay no me hables, que tirar de las cadenas y el cubo del humo, llevo el cofre con las “moneas farsas”
- No te quejes más, en tres o cuatro viajes más de estos y nos podemos retirar, yo me voy a ir “pa” Jerez, que hay allí, buen vino y mejores mozas, morenas, prietas y complacientes, Ay qué más se “pue” pedir
- Venga, me voy a poner yo en los troqueles y empieza a pasearte por las ventanas, y coño haz ruidos de fantasmas, no de “estreñio” mi alma.
Manuel se despojo de las sábanas raídas, dejándolas encima de un viejo arcón, al fondo de la sala, llevo el cofre a una mesa de roble, de considerable tamaño, junto a la maquina troqueladora, coloco las monedas bien ordenadas en montoncitos de diez, y saco del fondo del cofre los dos “falsos troqueles” anverso y reverso envueltos en unas pañoletas de fina lana. Arremangándose la camisa, comenzó el duro trabajo de esta noche. El trabajo es verdaderamente meticuloso y pesado y no admite error alguno, tenia que troquelar quinientas monedas falsas de los Reales de plata de Fernando VII.
Las monedas, las había falsificado el primo hermano de Joaquín el zapatones, su primo Blas “el chavea” por la carita de niño que tenia a sus veintiocho años, en su herrería de un pueblo cercano. Allí, alejados de miradas indiscretas de los de la ciudad, se manufacturaron 6.937 monedas de una aleación pobre de cobre y estaño, hasta conseguir unas monedas en bronce del tamaño y el peso del autentico Real de a 8 en plata, al final del proceso y una vez troquelada con los troqueles falsos, se le daba un ligerísimo baño de menos de una micra de espesor con la plata que fundieron, de robar y fundir dos várales de plata del palio de la Virgen de los Desamparados.
La elaboración del troquel falso, corrió a cargo de un afamado platero de la calle Oficios, Cecilio López del Pozo y de las Heras un radical “patriota” en contra de los franceses, muy bueno en el grabado, pero que después de beberse dos o tres cuartillos de vino, se jactaba en las tabernas ¿ yo un ladrón? un patriota es lo que soy, yo estafo a la Hacienda Pública de los invasores gabachos, y luego los beneficios los reparto disfrutando de buenos vinos y buen yantar con los camaradas que me quieran acompañar.
Manuel seguía inmerso en su monótono trabajo, subir la prensa de volante, colocar la moneda, fijarla exactamente en el lugar adecuado, bajar la prensa, comprobar que el troquel coincide, apretar con fuerza el volante, pero lo justo para dejar la profundidad de marca y resalte, una vez y otra y otra, por el anverso por el reverso, hasta quinientas monedas que tenia que terminar esta noche.
Mientras tanto Joaquín, se paseaba embadurnado de harina, con un velón negro por la planta primera y segunda, arrastrando cadenas y lanzando de cuando en cuando, unos alaridos lastimeros que daban pánico.
El subteniente Doudenot, continuaba haciendo pesquisas por el barrio, y ya tenía un plan tramado. Contacto con la familia Adarve, para alquilarle la casa por una temporada, José Adarve, no se negó, por miedo a represalias de la autoridad, pero le dijo que necesitaba una semana para adecentar la casa, tiempo más que suficiente para “limpiar” la casa en todos los sentidos, no solamente de polvo, mugre y ratones.
Cuando el “gabacho” tomó posesión de la vivienda, la encontró limpia y ordenada, sin el menor rastro de nada que fuese sospechoso de las manufacturas que allí se realizaron. Se traslado con dos soldados de su Regimiento para pasar las noches en la casa, atendiendo por la mañana sus quehaceres ordinarios, y pasando las noches, en el interior de la casa, en turnos de rigurosas imaginarias de dos horas cada uno. Así pasaron dos semanas, sin que nada ocurriese, confiándose al no percibir ruido alguno. Las vigilancias fueron decayendo hasta terminar por no hacerlas, pues eran muchas las faenas que realizaban durante el día, y muchas las ganas de dormir por la noche y más después de tres o cuatro vasillos de buen vino alpujarreño.
En la madrugada del 30 de noviembre, tres aparecidos – Manuel, Joaquín y Blas – entraron sigilosamente en la casa vestidos de fantasmas, con las sábanas raídas y armados de palos, propinaron una soberana paliza a los dos soldados franceses y al subteniente, les metieron un saco por la cabeza y se lo ataron por la cintura dejando brazos y visión inutilizados, los tumbaron en el suelo y los cubrieron con las mantas de las camas, y pin pan, pin pan, estacazos y estacazos ( de ahí viene la expresión “te voy a dar una manta de palos”), mientras daban espeluznantes alaridos como de demonios poseídos.
Al cabo de unas horas, cuando recobraron el conocimiento y pudieron zafarse de las ataduras, vieron con estupor un mensaje que les habían dejado los “fantasmas” desde el más allá, en la pared de la sala principal donde fueron apaleados se leía escrito como con sangre la siguiente leyenda:
“NO TURVEIS LA PAS DE LOS MUERTOS”
En el informe que preparó el subteniente Doudenot al Gobernador al General Sebastiany, - al que he tenido acceso por mi condición de historiador - en el último párrafo se lee textualmente
“fuimos atacados por poderosas fuerzas inhumanas, que desprendían un nauseabundo olor, una mezcla de sulfuro, ajo y leche agria, aparecieron de la nada y nos golpearon con una gran virulencia, envolviéndonos en las mantas de nuestras propias camas y en unos nauseabundos sacos, sacados de las mismas profundidades del infierno. Por lo tanto y concluyendo, en la casa efectivamente, se observan fenómenos demoníacos de gran intensidad y calado, posiblemente por unos diablos o fantasmas de gran maldad, de una gran fuerza, pero verdaderamente incultos e iletrados”
En Febrero de 1810 se empezaron a poner en circulación los casi siete mil reales de plata de a ocho, más falsos que el beso de Judas.
-FIN-
Nota del autor:
Esta historia se base en hechos reales, pero no terminó ni mucho menos como os la he relatado. Todo el complot fue descubierto y todos los “patriotas” detenidos, cumplieron muchos años de prisión en la antigua prisión, sita en el Palacio de la Real Chancillería, el actual Palacio de la Audiencia, en la Plaza Nueva de Granada.
Bibliografía
El citado Libro de las Tradiciones de Granada, de D. Francisco de P. Villa-Real y Valdivia. Edición facsímil ( préstamo de la Biblioteca de temas de Granadinos de D. Francisco Adarve y García, al que desde aquí saludo cordialmente ) en dicho libro encontrareis la historia real.
Yo soy tan “patriota”, que me hubiese gustado mi final.
Para la invitación de leyendas_del_mundo
Líder_de_masas
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Antonio © M. ( T i T o. M.)
Julio 2012
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