Sus ojos se llenaron de luces que despedían un espectro de vívidos e insospechados colores que embellecían todos los contornos. Su corazón palpitaba arrobadoras melodías al compás acelerado del sístole/diástole, anochecía y sin embargo los pájaros aún emitían sus dulces trinos, era invierno y aún así, la fronda reverdecía y las flores exhalaban sus deliciosos perfumes, el hombre, en su lecho, sonreía y todo parecía más amable, sus ropas, confeccionadas de suave seda, destellaban tenues rayos de luz, los cuales se reflejaban en los rostros de los circunstantes, dulcificando sus facciones. Una sentida oración pronunciada por la voz profunda del sacerdote fue coreada por las gargantas fervorosas y las notas treparon por los muros para crear bellas estampas místicas, la tos seca del hombre se difundió por la ventana para crear cauces en su jardín y manó de cada uno de ellos una catarata de agua fresca y cristalina. Abrió sus manos blancas y cuidadas y desde sus dedos finos y largos se desplegó un ramillete de rosas multicolores que se esparcieron por su lecho. Emitió un breve gemido y las vibraciones se esparcieron por la estancia cual si fuese música coral
y todos pusieron atención a esas notas sublimes
sones majestuosos que rompían las cadenas del alma
para luego franquearle el paso hacia la gloria
notas sagradas que invadían los espacios vacíos
que dejaba el escepticismo, para aposentarse allí
como flamígeros actos de fe y de concordancia…
El hombre murmuró un adiós y de su boca se escapó un diminuto relicario de oro, las lágrimas de los presentes iluminadas por el brillo del metal, respondieron al unísono y del precioso cofre volaron plumas iridiscentes que entretejidas sobre el lecho, se hicieron nube, desde la cual se deslizó una hilera de palabras constituidas por gemas multicolores que alfombraron de brillos el suelo de tablas. El hombre comenzó a jadear
y de cada uno de sus jadeos escapaba una imagen,
caleidoscopio fabuloso que recomponía retazos vívidos
de una existencia marcada por sus propios compases
diademas acústicas que se posaban en las testas de ellas
laureles dorados que iluminaban las frentes de ellos
frenesí de sensaciones que se entrecruzaban en el tinglado
éxtasis, fulgor y despedida de una voz que no se marchitaría
y así sus ojos parecían mirar la eternidad, un verso febril
una exhalación de palabras cerró la jornada fantástica
era el epitafio del hombre, su legado de espinas suavizadas
por el talento esplendoroso del que ahora yacía inerte
en el lecho plagado de rosas, versos y testigos mudos
que lo lloraban y glorificaban...
Ha muerto otro poeta…
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