Hace un año que veníamos teniendo roces con Abel y hace un par de meses que no hablamos.
Desde que Ivana desapareció pasaron unas cuantas semanas hasta que decidí cruzar la plaza para que Clara me ayudara a buscarla; lo único que le pedí fue que no se enterara Abel.
Unos días después me pareció ver a Clara en el colectivo y minutos antes que encontrara a Ivana en la plaza yo iba encapuchado, sentado casi adelante en el colectivo y cuando bajé una parada antes no giré al verla.
Cuando bajé del colectivo pude contemplar una copiosa la lluvia, se había largado con todo. Percibí que Clara estaba fijando su atención a la tenue luz de un pequeño farol que se encendía con dificultad cruzando la plaza. Clara comentó que era Abel que le estaba haciendo señas de que habíamos reparado el viejo farol que había encontrado en el muelle hacía cinco años. ¡Qué decir de ese momento!... No puedo… me faltan las palabras.
Ella cruzó sin mirar y casi tropezó al subir al cordón de la plaza. En medio de esa luz una silueta desplomaba y caía en medio de la plaza recientemente asfaltada. Se acercó y la levanté como pudo.
-¿Estás bien?- le preguntó y la miró con ojos llorosos. La reconoció, era Ivana. Cruzaron rápidamente la otra mitad de la plaza.
Llegaron a la casa de Clara, la sentó en una silla del comedor. Preparó un té con limón para los tres. Hacía tiempo que Ivana vivía conmigo en esa casa abandonada que quedaba del otro lado de la plaza.
Abel la miraba desconcertado, parecía que no la reconocía; si bien estaba descuidada, consumida y demacrada, seguía siendo Ivana, la chica del barrio, la que se juntaba con nosotros, la que era parte del grupo. Clara la miraba y no podía pensar en otra cosa que ayudarla.
-¿Ahora estás más calmada?- le preguntó acariciándole las manos. ¿Me querés contar qué pasó?
Tardó unos minutos antes de hablarle. Las lágrimas no cesaban de caer de sus ojos y ella apretaba los labios antes de explotar en llanto.
¿Cómo decirte que la verdad no la entiendo? ¿Cómo pudo y fue capaz?, la miraba buscando una respuesta que ella no tenía ¿Cómo pude permitir que lo hiciera?
-¿A qué te réferis, te lastimó, abusó de vos?- le preguntó.
-¡Cómo va abusar de ella si prácticamente es el marido! Siempre la quiso, le dijo Abel como si hubiera dicho algo fuera de lugar.
Me parece que él anhelaba muchas cosas como para compartirlas conmigo, dijo Ivana.
Abel la miraba de forma rara, como si Ivana estuviera loca. Ivana miraba por la ventana constantemente cómo la lluvia golpeaba sin piedad el vidrio del ventanal que daba a la calle y dijo: a veces quisiera columpiarme en días lluviosos como hoy y no pensar, ¡sobretodo no pensar!
Abel le hizo unas señas para que fuera a la cocina. Le dijo a Ivana que lo aguardara sentada en la sala; ella asintió; tomó unos sorbos de té; dejó la taza sobre la mesa y siguió mirando por el ventanal apretando los labios.
-¿¡Me podés decir por qué la trajiste!?- le preguntó Abel enfurecido.
Me dio lastima. La vi desplomarse en medio de la plaza y casi sin fuerza tratando de levantarse ¡Y la ves que está mal!
-Claramente está mal -levantó el tono de voz para que lo escuchara-¡Mal de la cabeza!- después se agachó hacía mí y me dijo susurrante:- los dos son tal para cual, Clara. Ella está loca y el otro está más loco que ella, me dijo reprimiendo su furia. No quiero involucrarme, Clara. No voy a volver a involucrarme.
En aquel momento vi aparecer a Ivana en la puerta un poco más calmada. Les pidió permiso para ir al baño y les dijo mirándolos a los ojos:
-¿Cuánto tiempo mantuvo esa careta, de buen tipo Abel para que no te alejaras? El “amigo”. Las cosas no salieron como él pensaba. Ahora está solo en esa casa viviendo con fantasmas del pasado y recuerdos que no existieron. La verdad no la entiendo, Clara, dijo mientras se dirigía al baño.
-¡Traumada!- dijo Abel por lo bajo y hacia un costado.
Pasaron unas horas y la lluvia no cesaba. Vi que Abel estaba molesto y seguía jugando con su farol. Perdón “arreglándolo”. Clara e Ivana seguían en la sala, sentadas frente al ventanal. Escuché como le contaba su miedo de seguir a mi lado. También acerca que empezó a tenerme desconfianza y sentía dudas de que no perdurara nuestra relación por mi frialdad para con ella y por la distancia que era cada vez mayor, aún compartiendo el mismo cuarto. Le comentó nuestra falta de comunicación o de que yo brindaba una respuesta a preguntas que ella no había hecho. O que me dirigía a ella como si fuera un fantasma de su pasado y de su presente difusos.
Pasada la medianoche, tras calmar la lluvia, pudo ver a Ivana desde la ventana cruzando la plaza. Supo finalmente que fue a suplicarme de rodillas que le devolviera su libertad. Percibí que no ambicionaba nada más que eso: alejarse de mis brazos. Luego pasó toda la noche en vela mirando desde su ventanal, observando cómo se encendían y se apagaban luces en mi casa.
En las primeras horas del día vio a Ivana que salía sigilosamente con la cabeza agachada cruzando la plaza. Supo que no me había dicho de que se iría, seguramente me dijo que iba a ir al mercadito que estaba a unas cuadras y de seguramente estaba semidormido, atontado para darme cuenta que eran las seis. Salió como siempre con saquito de hilo, debajo una remera, la pollera y las chatitas de cuerina negra, con la bolsa de mercado. Detrás de ella estaba Abel que le dijo muy despacio: no se te ocurra alejarte de esa forma. Yo no soy Marcos.
-Lo sé, Abel. |