Elisa era una mujer cincuentona, de aspecto aristocrático, sin serlo en realidad, aunque ella se empecinara en promover esa idea entre sus conocidos al mencionar constantemente a “sus ancestros”, ocultando siempre que éstos, sólo fueron esforzados trabajadores cuyos blasones eran la honestidad y la proclividad para el trabajo. Ella tenía un bagaje cultural importante, éste le llevó a ocupar puestos destacados en su quehacer profesional, tal situación le permitió un status de ascendencia sobre otras personas, esto fue el detonante que le marcó psicológicamente su conducta en sus últimos años.
Para Elisa, el deseo más profundo, el motor más potente de los seres humanos, no lo eran ni el instinto sexual ni el amor, sino el deseo de relacionarse, de no estar separada de los demás. Era una mujer que le aterraba la soledad. Porque la soledad puede ser positiva, cuando se siente uno bien, alejado por un tiempo de todos, para leer, escuchar música, gozar de una obra de arte, meditar, etc., Pero Elisa estaba sumergida en la soledad negativa, aquella que nos hace sentir que nadie nos quiere, y a nadie le importamos, por lo tanto no queremos a nadie, vivimos en el vacío. Esa terrible soledad, a la que se le ha llamado “Separatidad”, fue quien indujo a esta mujer antes afable, sincera, jovial, honesta consigo misma y con los demás, se convirtiera en los últimos meses en “otra” persona, con una personalidad distinta.
Elisa fue perdiendo toda civilidad, se convirtió en esos que tocan escandalosamente el claxon antes de encenderse la luz verde del semáforo, no tenía recato y se divertía en hacer señas obscenas a cualquier niño que le hiciera una mueca o simplemente se le quedara viendo durante el tráfico vehicular. Le parecía gracioso arrojar desde el tercer piso donde vivía, globos llenos de agua a sus vecinos cuando éstos tenían fiesta en el patio común, se escondía en el anonimato para hacer sus tropelías, tal vez porque inconcientemente buscaba llamar la atención y paliar al menos su angustiosa soledad con un reclamo, una discusión estéril o una mentada de madre que compartía con la muchedumbre. Para ella, entre la indiferencia y el desprecio, la frontera era muy delgada.
Después Elisa encontró un oasis en su vida solitaria, el Internet se convirtió en su panacea. Siempre desde el anonimato, transitó por cuanto sitio para buscar pareja le quedó a mano, sin concretar nada, sólo escarceos para sentirse deseada, importante, no obstante de ser casada, finalmente, ser infiel virtual le causaba una agradable sensación en la entrepierna. Luego, ¡Bendito sea Dios!... una página literaria, en donde el formato le permitía interactuar con muchos y muchas, comentar y ser comentada. Y el colmo de las delicias, ¡ah!, se le daba la oportunidad de reproducirse, de clonarse cuantas veces ella quisiera.
Fue así como Elisa dejó de estar sola, se clonó en hombre viejo, joven, niña, adolescente, lesbiana, troll, escribía y se comentaba a través de sus clones, ¡eso si!, nunca se agredía a si misma, porque es mejor sola que mal acompañada –pensaba-, promovía su cumpleaños y se auto felicitaba a través de sus clones, parecía que era feliz, siempre desde el anonimato del anonimato. Sin embargo a Elisa algo le faltaba, si bien ahora era acompañada por muchos, había una soledad que ni en lo virtual lograba llenar, la soledad amorosa. Fue entonces que se le ocurrió crear a Roberto, un nick sin imagen, tampoco biografía, ni producción literaria, que sólo la comentaba a ella y a sus clones.
Roberto fue enamorando poco a poco a Elisa, primero con comentarios educados, luego por medio del libro de visitas, siempre en privado, con piropos y palabras melosas y cursilería y media como a ella le gustaba. La mujer neurótica se dejaba querer, alentaba al enamorado virtual, lo dejaba decir, pero nunca se atrevía a dar el paso final, fue un juego perverso y divertido para ella, pero extenuante para el hombre-nick, él bien sabía que todo era una farsa, hasta que cansado puso punto final a aquella relación estéril. La despedida fue lacrimógena, Elisa lloró “a mares” cuando escribió con el nick de Roberto: “Me despido para siempre amada mía”... y siguió llorando por mucho tiempo, porque Elisa sabía muy bien que estaba destinada a vivir siempre acompañada solamente de sus clones y de su neurosis.
Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion.
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