Capítulo 10: “Las Dudas se Resuelven en Chiloé”.
Después de media hora, consiguieron anclar al muelle de rústica madera a su navío de similares características. Caminaron vacilantes por la plancha hasta que consiguieron tocar el suelo de madera podrida y luego el cemento de la calle que bordeaba la Isla Grande de Chiloé. Ya comenzaba a oscurecer y el viento lleno de salinidad marina les trajo a su mente millones de ideas, entre ellas su hambruna y falta de aseo desde que salieron del Continente.
Caminaron por un rato hasta cruzar la calle y comenzaron a bordear las rústicas construcciones de madera.
Iban caminando cuando debieron correrse hacia un muro, so pretexto había pasado un auto, completamente viejo como todos los de la isla, a toda velocidad y por poco los salpicó enteros de barro. En el proceso fueron a dar con sus huesos de lleno en una antigua y rústica construcción de madera pobremente pintada de color celeste. Por entre los planchones de madera a medio clavetear emergían descoloridos y sucios grafitis, cuyo olor putrefacto era más llamativo que el mensaje que debían contener y se hacía más potente gracias a la maraña de musgos y hongos.
El sonido fue hueco y uno de los maderos se hundió, resquebrajándose completamente. Desde los interiores de la casa no se profería ningún ruido ni de sorpresa, ni de miedo ni mucho menos rabia. A las claras era una casa abandonada que no hacía honor a su título de “Patrimonio Cultural”.
No habían terminado de reacomodar sus ideas, de afirmarse y sentir otra vez el aire seminocturno y salitroso cuando salió de la quebrada, sucia, rara, antigua y pintada ventana una joven con cara de sorprendida, de asustada, quizás.
Más, ella no era una joven cualquiera. A medida que sacaba partes de su cuerpo a través del estrecho ventanuco miraba expectante con sus profundos ojos negros, hacia todos lados, como en busca de alguien que como todas las cosas no podía escapar de su mirada furibunda. Cuando consiguió salir completamente desde los interiores de la casa dejó ver su cuerpo entero.
Era de regular estatura, casi alta, morena la piel, delgada y de firmeza corpórea. Resultaba armoniosa a la vista. Llevaba una ropa estrafalaria, la falda de largo hasta los tobillos estaba parchada con telas de colores una y otra vez y sobre los hombros llevaba un chal que se enredaba con los múltiples collares que adornaban el terso cuello de la joven. A las claras era una gitana, una de las tantas que recorría Chile. Luego de mirar hacia todas direcciones su vista se clavó furiosa en Esperanza y Arturo.
-Lo sentimos, señorita, le rogamos nos disculpe-rogó Arturo aterrado.
-No nos maldigas, por favor-pidió la supersticiosa Esperanza.
-Oción (sí)-les tranquilizó la gitana- tranquilos… Chabí, tu mano, muéstrala-pidió a Esperanza.
Esperanza, tan diestra como siempre en estos temas, le extendió la palma izquierda. La gitana recorrió concienzudamente todos y cada uno de los surcos de la mano de la chica. A veces aguzando la mirada como si tratase de descifrar el rumbo y el destino de un terrible huracán que emergía como un grito desde las profundidades del mar. Al concluir, la adivina sonrió enigmáticamente y levantó la cabeza de forma progresiva.
-Tienes una misión dura que ha dañado a mucha gente, Esperanza. Podrías llamar siquiera a Rosario. Veo que tu destino está enlazado de una u otra forma con Arturo. Si siguen juntos sufrirán, pero si se separan en el camino, al llegar a puerto su dolor será infinito. Hay muchas cosas que debes resolver aquí. ¿Quieres entrar a llamar a alguien?-.
-Sabe mi nombre…-murmuró la chica pasmada.
-Eso es lo menos que sé de ti. ¿Entrarás?-.
-Claro-.
La gitana sonrió satisfecha, como si hubiese cumplido con una gran misión. Acto seguido reingresó en la casucha que estaba a medio derrumbar. Arturo arrinconó en el muro a Esperanza, medio aturdido.
-¿Tú crees en esas cosas?-.
-Tanto como en mí misma, después de todo… tiene lógica-.
-Sólo Dios conoce el futuro de cada uno de nosotros-predicó Arturo.
Justo cuando Esperanza se disponía a replicar, se abrió la quejumbrosa y resquebrajada puerta de seca madera y los chicos entraron. No hubo necesidad de que les diesen la bienvenida. Desde que la portezuela se cerró tras ellos, se sintieron como en casa. Era lo opuesto a como se lo hubiesen imaginado. En los interiores se mezclaba el aroma a cigarrillos y chicha. Había un escenario donde tocaban música chilota en vivo y un espacio donde las parejas que lo deseasen podían bailar. Alrededor había mesas abarrotadas de gente, comida y bebida, confundiéndose entre los pilares de madera que dirigían la mirada a un techo con vigas a la vista de estilo alemán.
Ambos habían quedado extasiados en el vestíbulo mirando la ruidosa, alegre y viva escena.
-Ahí hay un teléfono-dijo la gitana a Esperanza, uniéndoseles en el vestíbulo.
-Gracias-dijo Esperanza y se dirigió al teléfono.
Se puso de pié ante el viejo aparato dubitativa. ¿Cómo tomaría Rosario aquel llamado? ¿Alegre, feliz, furiosa, triste? Muchas dudas la consumían por dentro, pero era preciso llamar, había que ser fuerte y no huir por muy aterrada que estuviese. Respiró profundo y descolgó el teléfono. Marcó el número apresurada y un tanto nerviosa, aunque no quería admitirlo para consigo misma. De pronto el aparato cesó de renguear y se escuchó la suave voz de Rosario.
-¿Aló?... ¿Ross? ¡Ross! ¡No me cortes, Ross! ¡Soy yo, Espe!... ¡Tu amiga!-dijo Esperanza apenas sintió la voz de su amiga.
Acto seguido se formó un silencio profundo y Esperanza sintió que Rosario comenzaba a gimotear y a cada segundo que pasaba el llanto se hacía más y más amargo. A Esperanza se le partió el alma por la mitad al oír eso, ¡en mil pedazos! ¡Ella era la culpable de tenerla con el alma en vilo!
-Tranquila… tranquila-musitó Espe al borde de las lágrimas.
-¿Estás bien? ¿Íntegra? ¡Vuelve, por favor, Espe!-.
-Sí, estoy bien, íntegra. Con hambre, pero viva… No puedo volver…-.
-¡Vuelve! ¡Por favor! Dijeron que si volvías se te iba a retirar los cargos-.
-¿Cargos de qué?-preguntó Espe sabiendo muy bien de qué se trataba.
-Por robarte un barco, por piratería. ¿Por qué lo hiciste?-.
-Suena raro, lo sé, pero debo buscar el Brisingamen y evitar el Ragnarök. Es un largo viaje, pero volveré, volveré, lo prometo, luego de cumplir mi misión-
-Suerte-.
-Gracias. ¿Cómo va todo allá?-.
-Todos bien, papá volvió de la mina… Te quiero-.
-Ídem-.
Un profundo silencio las abordó hasta el punto de hacerse insoportable e invasor. En cierto punto ya habían hablado lo más importante, lo necesario y esencial, y eso les conducía a no tener nada que decir. Pero a pesar de eso les quedaban muchas frases atoradas en la garganta, eran amigas y tras un mes de no hablar se extrañaban y necesitaban decirse muchas cosas calladas por el tiempo.
-¿Cómo está tu familia?-.
-Bien, ya te dije, mi papá volvió-.
Otra vez se formó un profundo silencio y a lo lejos se sintió la voz de una mujer joven y a Ross que le contestaba. De seguro que la pregunta radicaba en quién era la interlocutora de Rosario. Luego hubo unos sonidos en la línea telefónica y lo que Esperanza escuchó por poco le provoca un infarto. ¡Su hermana en casa de Ross! ¡Era increíble! Ahora sí que estaría en problemas…
-¡Anto! ¡Estoy bien!-dijo so pretexto que su hermana no cesaba de hablar y de pedirle que regresara y ofrecerle su casa para vivir.
Luego de estas palabras, el llamado se cortó abruptamente y, a pesar de la finalización imprevista de la plática, Esperanza colgó el fono del aparato con una sonrisa en los labios. De vez en cuando era bueno dar señales de vida…
Salió del cuartucho en el que estaba el antiguo teléfono, pasó cerca de la cocina y regresó al vestíbulo. Tras mirar en dirección a todas las mesas divisó a la gitana parloteando como de costumbre, en el poco rato que la conocía ya se en hacía casi seguro de que no había un segundo en su vida en el que no estuviese hablando sobre temas esotéricos. Al frente de la romané estaba un aterrado Arturo, que aún receloso ante la presencia de la adivinadora se ponía a apretar convulsivamente su crucifijo y oraba por lo bajo. La chica se acercó a ellos y se sentó como si nada, para luego mirar a todos expectante.
-Nos vimos en necesidad de pedir lo que comerás: porotos con mazamorra, ¿algún problema?-dijo la gitana en son de rompehielos.
-Ninguno… ¡Tengo hambre!-fue la respuesta.
-¿Qué tal te fue?-inquirió Arturo.
-Bien, me pidieron que vuelva. Les dije que no…-.
-¿Por qué?-quiso saber Arturo.
-Por la misión-dijo la joven.
En ese momento llegó la mesera con sendos platos fondos llenos de porotos con mazamorra, unos platillos planos con ensalada de tomate, jugo de manzana en vasos de greda y compota de fruta. Eso distrajo a Esperanza de la conversación que vaticinaba tornarse espesa. Dieron gracias a la moza por sus servicios y comenzaron a atacar los platos.
-¿Cómo estaba tu amiga?-inquirió el chico.
-Bien, su papá volvió a la casa desde la mina-.
-¿Y tu papá? ¿Qué de él? ¿Consentía en que trabajases?-quiso saber Arturo.
-No lo conozco, nunca he sabido nada de él-.
-¿Qué pasó con él?-.
-No sé-.
-Murió, tu madre lo mató. Es tu gran pena, tu pena oculta: no la conoces, pero sí existe, es real… Murió un día como hoy-terció la gitana.
Espe quedó en shock. Esa parte tan importante de su vida, de su pasado y de su presente había salido de la bóveda blindada en la que había estado encerrada desde siempre, impidiéndole llegar hasta lo más profundo de su ser. Y se había quitado el velo, dejándose ver a sí misma. Abrió los ojos desmesuradamente, aterrada al descubrir que durante su vida todos le habían mentido, incluso Anto. Todos le habían dicho que él estaba lejos… ¡Claro que lo estaba! ¡En el más allá! ¡Estaba muerto! Arturo trató de pasar su brazo alrededor de los hombros de la muchacha, pero ella se puso en pié y salió huyendo del salón hasta la escalera que estaba al lado del teléfono. Luego de otear en todas direcciones la subió corriendo, saltando escalones y pasamanos al mismo tiempo, ignorando la belleza del interior del local que ejercía de restorán y hostal, tan distante de la pobre y mugrienta fachada.
Una vez en el piso superior se detuvo a meditar que había escapado de ello, ¿por qué? Pero eso ya no tenía importancia, por un balcón había visto que la estaban buscando y no tenía el valor suficiente como para decirle a ambos todo lo que pasaba por su cabeza maldita. ¡Porque eso era ella! ¡Una maldita de nacimiento!
Cuando la gitana y Arturo comenzaron a subir la hermosa escalera de caracol, Esperanza se dirigió corriendo a una de las habitaciones que aún se encontraban disponibles, entró en ella y cerró la puerta con el vuelo. Eso llamó la atención de sus dos acompañantes, quienes medio corriendo y medio caminando se dirigieron hasta el 241 del hostal.
En los interiores de dicho habitáculo todo era un tumulto de luces y sombras, paredes y espacios, figuras en movimiento y enormes vacíos como el que ella sentía en su alma. Ese constante juego de claroscuro tenía predominancia en la oscuridad, en las tinieblas de su corazón y en las sombras de su vida ocultada. Se quitó furiosa el Haenger del cinto y todos los cinturones arrojándolos bruscamente contra el suelo alfombrado en polar. Se dirigió hacia los veladores y sacó en un ataque de rabia todas las cosas que estaban encima.
Luego, absorta de furia, se lanzó sobre una de las camas, tirando todo lejos de sí.
-Esperanza… ¡Esperanza! Ábrenos, por favor-pedía Arturo golpeando incesantemente la puerta.
Por respuesta sólo oía cosas cayendo al suelo y chocando entre sí.
-Tenemos que entrar-adujo la gitana.
Y, pensando “Que Dios me perdone y Esperanza me disculpe”, Arturo dio un solo golpe seco a la dorada puerta, entrando disparado. Detrás de él ingresó la gitana.
Los ojos del muchacho se fijaron inmediatamente en Esperanza, quien sentada en la cama se había quitado el camafeo de oro y estaba sacando la fotografía de su hermana. Acto seguido la partió en mil pedazos, arrojándose en la deshecha colcha.
-Esperanza…-musitó Arturo, abrazando a la chica. Había cierto tono de apoyo y reproche en su voz. Pero, el reproche era mil veces más ligero que el apoyo.
-Me mintió… era mi hermana y me mintió…-.
-Tranquila…-.
De improviso, Esperanza se levantó de la cama y se dirigió hacia el único objeto que permanecía en su lugar, estoico sobre el velador: el teléfono. Levantó el auricular y marcó el número decidida, escuchó impaciente los rengueos hasta que contestaron.
-¿Aló?-se sintió la voz de Antonia.
-¡A ti te quería encontrar!-bramó Esperanza.
-¿Espe?-.
-¡No me vuelvas a llamar así!-.
-¿Qué te pasa?-.
-Que descubrí tu engaño, tus malditas mentiras-.
-¿Cuáles? ¿Cuándo te escondí la flauta? ¡Era una broma!-.
-¡Me refería a lo de nuestro viejo! ¡Tú sabías que esa vieja del demonio lo había matado y siempre me lo ocultaste! Y lo de la flauta no te lo perdonaré jamás-.
-Lo hice porque eras pequeña y no quería hacerte daño…-.
-¡Pero ya no! Y no me vuelvas a hablar jamás, ¿savvy?-.
Tras ésto, Esperanza volteó hacia sus dos acompañantes.
-Ve a bañarte, te tranquilizará-solicitó la gitana.
-Cierto, por mientras subiré la cena-terció Arturo.
-Y yo buscaré ropa para ustedes-dijo la gitana.
Esperanza ingresó en el cuarto de baño, se desnudó rapidísimo, recorriendo con sus manos todas y cada una de las cicatrices de las que era acreedora. Luego, dentro de un suspiro, entró a la ducha y el agua le relajó, nunca había existido un baño tan genial en su vida. Cuando se dispuso a abandonar ese sueño, se secó y al salir se encontró en una percha un íntimo y una camisa roja, con los que se vistió.
En un inicio quiso, para seguir su costumbre, anudar la camisa a la altura de su cintura, pero luego al pensar en el puritano Arturo prefirió abotonarla completa y dejarla así.
Cuando salió del cuarto de baño, la colcha estaba descorrida y sus amigos la invitaron a acostarse.
Ella aceptó maravillada. Tras ese día abrumador, en que podía desearse hasta no estar viva, lo único que podía pedir era descansar un poco. Arturo se acercó a la cama con las bandejas con la cena y se recostó al lado de Espe. A los pies de ambos, la gitana lanzó sus huesos y los tres continuaron cenando.
De pronto los ojos de la romané se enlazaron envolventes como siempre con el sable Haenger que estaba arrojado en el suelo tal y como cuando Esperanza había sufrido su ataque de furia. La gitana pareció reconocer el tipo de arma con que estaba tratando y recordó que al leer la mano de Esperanza había visto que ella no sabía muchas cosas y a juzgar por su actuar, esa era una de las que pertenecía a dicha categoría.
-Lindo sable-inició la gitana.
-Es un Haenger-especificó Espe.
-Y uno muy especial-indicó la romané.
-Tiene su estilo propio-acotó Espe.
-Y su poder propio-aclaró la gitana.
-¿Poder?-.
-¡Ah! No lo sabías…-sonrió exóticamente la mujer ante la pasmada mirada de ambos, principalmente de Arturo quien ya no quería saber nada de magia-. Ese hermoso sable Haenger está hecho especialmente para tí.
-Eso ya lo sé-comentó Espe desilusionada.
-Pero no sabes que te obedece férreamente, cabalmente. Si tu oponente libera una pequeña gota de sangre en batalla, morirá. Ahora, si tú al atacarlos piensas que no quieres matarlos, quedarán fuera de combate mientras que lo necesites-.
-¿Qué sucedió con los combatientes del Juan Fernández II?-inquirió.
-Despertaron de su sueño-.
-Gracias… ¿eh?...-.
-Sheila-.
-Gracias, Sheila.
Tras ésto concluyeron de comer hablando sobre cosas mundanas y se durmieron tal cual estaban.
Una semana después, aún en Chiloé…
Arturo y Esperanza corrían desenfrenados por el muelle. La muchacha iba adelante, llevando un buen trecho de diferencia en relación al ex monje, quien al parecer iba exhausto por la persecución.
-¡Espe!... es… pera… me-jadeó.
-¡Corre, corre, corre!-gritó Esperanza sin parar de correr.
El sol estaba por decaer, el ocaso se vaticinaba y anunciaba a sí mismo. El astro rey a pesar de la hora se encontraba radiante, pero no calentaba nada y ambos tenían frío.
Habían salido del hostal a eso del mediodía con un par de grados de temperatura más. En cosa de nada llegaron hasta el Rosa Oscura y como todas las tardes arreglaron las averías que tenían y trasladaron ropa y víveres que les hacían falta. Ya iban de regreso a comer y dormir, el día siguiente zarparían.
Se allegaron hasta la puerta del establecimiento hotelero, jadeantes y de un empellón la abrieron. Tras los rechinidos del madero ingresaron siendo acosados por las miradas de toda la concurrencia. Observaron expectantes a su alrededor hasta que sus ojos se fijaron con los de alguien que subía el volumen de la televisora. De inmediato, Esperanza se dio cuenta de la gravedad de los hechos. En el noticiero avisaban de la existencia de Arturo y de ella… ¡como piratas! Y eso no era todo, daban recompensa por su captura vivos o muertos. El avance noticioso concluyó y solo entonces los clientes del hostal recobraron el aliento y voltearon acusatoriamente hacia ellos.
-¡Son ellos!-dijo un anciano señalándoles con el dedo.
Todos corrieron hacia ellos con lo que tuviesen en las manos.
-¡Usted es un maleducado! ¿Cómo tiene cara para perseguirnos? Es mejor ser pirata que maleducada-ironizó Espe.
-Sí, caballero, no señale con el dedo. Espe… ¡Corre!-dijo Arturo y así salieron.
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