Los príncipes Yaakunah y Cauhtleco
Cuando Tikal, la más famosa de las antiguas ciudades mayas que en esa lengua significa “Lugar de las Voces”, aún era parte sagrada de La jungla guatemalteca, existían dos jóvenes príncipes mayas: la princesa Yaakunah - que en su lengua quiere decir “Amor” - y el príncipe Cauhtleco que simboliza “El Águila que Asciende”. Ellos acostumbraban a sentarse en la gran Plaza Central que se encuentra ubicada en ese sitio, tratando de no mirarse directamente a los ojos, por miedo a que descubriesen sus sentimientos.
Ambos estaban comprometidos a personas de su entorno, a pesar de que entre Yaakunah y Cauhtleco se anidaba un amor tan profundo que cuando los rayos del sol bañaban sus cuerpos, éste brotaba de sus poros y se convertía en energías luminosas de diferentes colores que semejaban piedras preciosas. Los colores brillantes proyectaban sombras -casi míticas- que arrullaban los grandes templos que formaban la majestuosa ciudad, luego, elevándose por todo lo alto, alcanzaban el cielo y desaparecían.
Mientras que la boda arreglada por los padres de ambos príncipes se acercaba, el dolor de ellos crecía más allá de donde podían llegar las serpientes emplumadas de las leyendas mayas. Los príncipes se desesperaban, al ver que la fecha de su separación se acercaba. Sentados en uno de los escalones de la Gran Plaza Central, se tomaron de las manos y lloraron.
Mientras lloraban, oyeron unas voces que provenían de los grandes templos y que pronunciaban sus nombres:
-Yaakunah, Cauhtleco. -Repetían
Abrieron los ojos tratando de ver quiénes eran, pero no podían visualizar a nadie.
Los príncipes, asustados y sorprendidos, se abrazaron. De súbito, las voces tomaron formas físicas, mientras decían:
- Soy Huracán, Dios del viento, de la tormenta y del fuego.
- Y yo, Tepeu, Dios del cielo.
- Mi nombre es Gucumatz, Dios de las tempestades, añadió el tercero.
Después, habló – solamente- el Dios Huracán:
- Somos lo creadores de la humanidad. Hemos observado que sufren y queremos ayudarlos para que estén juntos por toda la eternidad.
Yaakunah y Cauhtleco no daban crédito a lo que oían y veían. Tenían miedo, mucho miedo, pero la idea de vivir juntos -por siempre- los tentaba porque se amaban demasiado y no querían ser separados. El joven Cauhtleco preguntó con cierto nerviosismo:
¿Cómo pueden lograr eso?
Esta vez, fue Tepeu quien respondió:
-Tenemos el poder y la voluntad de impedir que los separen los hombres.
Gucumatz añadió:
-Imperioso es que sepan que de aceptar lo propuesto, pasarán a vivir a otras dimensiones y sus cuerpos físicos desaparecerán. Pasado muchos equinoccios de primavera, su gente los visualizará sólo como energías, pero ustedes jamás podrán volver a ellos.
Los jóvenes príncipes dudaron un poco. Entonces, habló Yaakunah:
-Hagámoslo, dijo, mirando fijamente a los ojos de Cauhtleco.
Los Dioses hicieron un círculo alrededor de los jóvenes príncipes y mirando al infinito, emitieron unos sonidos incomprensibles para la humanidad. De pronto, se escuchó un estruendo, seguido de un estallido brillante y zigzagueante que se extendía desde una de las nubes del cielo de Tikal hasta el suelo que pisaban los príncipes. La luz se tornaba en un azul, de extraordinaria belleza. Era un azul maya porque era único en el mundo; y en un ambiente de pura selva, sobresalía como desbordándose de una gran pintura. Una lluvia torrencial que más bien parecía fuego, se desprendía de las nubes que ayudaban a embellecer a aquel hechizante espectáculo nunca visto en la selva de Tikal. Un bravío viento elevó, hasta el firmamento, a los príncipes que iban cubiertos por la luz azul maya.
Cuando el silencio regresó a la jungla de Tikal, no había rastro ni de los príncipes ni de los Dioses. Al principio, nadie se explicaba lo acontecido, sin embargo, la historia empezó a plasmarse en las estelas de piedras que se encuentran en la selva de Tikal.
Mucho tiempo después, los lugareños contemplaban, extasiados, a dos jóvenes que se paseaban tomados de las manos y de sus poros irradiaban luces, como diademas de piedras preciosas.
Sofía Primera
SOFIAMA
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Sólo para aclarar: esta leyenda no existe, la inventé yo. Los nombres de los Dioses pertenecen a la civilización maya. Me inspiré para escribirla después de visitar el Parque Nacional de Tikal cuando estuve de turista en Guatemala. Documenté la historia con ciertos aspectos de la cultura maya para que ésta tuviese fundamento.
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