Desde un décimo piso admiro la ciudad.
Es tan bella esa multitud de verdes confundidos
pinceladas de hermosas pinturas arracimando especies
confundiendo formas
unificando colores.
Me doy cuenta que le damos poca importancia al árbol
y es el símbolo de lo fraterno
de lo digno
de lo solidario.
Vive aprisionado en la tierra que nos tiene prisioneros a todos
sin embargo se alza en actitud de vuelo.
Mi preferido es el tilo con su copa redonda y sus anchas hojas que tapizan el suelo en otoño.
Después sus florcitas amarillas darán un perfume intenso mareando el aire primaveral.
Es fácil encontrarlo escondiendo el trino de los gorriones.
Miro su madera grisácea
su sombra refrescante escondiendo la canción del viento en su follaje.
Lo busco en plazas
en parques.
Para verlo hay que romper la campana de vidrio que lo separa del canto de las aves.
Cuando miramos el cielo y vemos caer una estrella
pedimos tres deseos.
Miremos el árbol.
No somos solamente lo que vemos en los espejos.
Somos el universo
somos todas las cosas que existen en este mundo.
Cierro los ojos y respiro profundo
imagino el olor de una manzana
su cáscara
su color ardiente
su sabor dulce.
Siento que soy la tierra parda
germinadora
el lecho de las corrientes de un río
la cuna de los peces y me repito
somos
soy
y cuando llego al fondo de la idea
cuando ella se mezcla con mi esencia se aclara la oscuridad.
No estamos solos en este mundo si el junquillo florece a orillas de un río
si somos el verso de un poema o un acorde musical.
Si sentimos así podremos entender el dolor
la necesidad
la esperanza de esa parte nuestra con distinto nombre y aspecto.
Y podremos tenderle una mano a todo lo que nos alberga con su riqueza animal
vegetal
mineral.
Con su tigre en extinción
su espiga de trigo
su cóndor majestuoso
y su colibrí mágico.

Victoria