Mientras en el mundo entero hay hambre, guerras, desempleo y todos esos problemas, yo me la paso todo el día cómodamente acostado, viendo televisión, en la computadora, masturbándome a cada rato, esperando la hora de ir a comer, saliendo un poco al parque después de la cena. Los juegos de fútbol, las apuestas, mamá me da dinero. No es la gran cosa. La gente me hace sentir culpable. Espero que algún día ocurra un milagro y pueda salir de aquí. Los fines de semana bebo y termino inconsciente. Ya no recuerdo lo que estoy pensando. Por las noches mi sueño es intranquilo. Pienso mucho en mi hija y en mi mujer y en los que se cogieron a mi mujer antes que yo. No la puedo perdonar. A nadie le gusta lo que escribo, a nadie le gusta lo que hago. Nadie me dice: bien. Estoy solo. Cuando me dan algún dinero voy y lo apuesto y pierdo de inmediato, así que me quedo sin dinero. Nada que hacer aquí. Yo digo que no me importa escribir la verdad de mi vida, porque es la verdad. Si alguien se identifica con lo que digo, qué bueno. Si a alguien le molesta mi cinismo, qué puedo hacer. Si nadie entiende lo que digo, qué puedo hacer. Si a todos les parece que soy un ridículo idiota, bueno, tal vez cuando muera dirán: mira, qué peculiar era ese chico que andaba por ahí sin dinero, ese chico que todos los días pasaba por donde mismo, el chico que embarazó a su novia y la dejó, el chico de 30 años que vivía con su madre y no hacía más que esperar la comida. Pero eso no será hoy. A la gente no le gustan los holgazanes, porque si ellos no son holgazanes, nadie tiene el derecho de serlo. Llevo toda mi vida tratando de convencerme de que nada importa. Aún no lo logro, pero estoy seguro de que es cierto. Los demás son los que deciden si esto es una obra de arte. Tal vez haya cosas más satisfactorias que masturbarse todo el tiempo, comer, dormir. Pero aquí estamos cumpliendo con el destino. Yo no soy precisamente el que se está quejando de nada.