Se disgustó tanto al quitarle su alimento, que su pelaje se erizó por completo, su mirada felina me intimido por completo, así que decidí dejar todo en donde estaba, maullando, se acercó lentamente frente a mí, y desplegando sus garras me propinó un aruño que marcó gran parte de mi rostro. La deje ir, pensando que la distracción le favorecería; de un salto bajó las escaleras, y en su transcurso acabó con la existencia de unos jarros de colección y algunas figuritas que exibia en el living de mi departamento, salió enloquecida, como la mayor parte de las veces.

Su comportamiento era muy extraño, quizás estaba en celos y su temperamento cambiante me había jugado una mala pasada. Mi gatita Andrea, que tanto me costó conseguir me daba muchos problemas, pero era hermosa y no la quería perder, y menos dejar que otro sujeto se apropiara de ella, viéndola sola en algún rincón de la cuidad. Por lo mismo acudí al sector donde acostumbraba a posarse, no sin antes comprarle un collar que la identificara.

Al verme se acercó de inmediato, y de un brinco se alzó a mis brazos.

Al llegar a casa, acaricié su cuello, empezó a mover su cabeza con una sensación de placer, se aferró a mis brazos y con su voz que la caracterizaba me exclamó románticamente que me amaba. Yo le señalé que le correspondía su amor, a pesar de su comportamiento, a veces indomable.