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Aún sobrevivía en Ashanti sueños adolescentes. Recordaba con satisfacción el abdomen plano de su instructor de yoga semejante a la de los bellos artistas de cine semidesnudos, colgados en las paredes de su cuarto de soltera, que le provocaban escalofríos de placer al imaginarse ser deseada por esas ensoñadoras miradas. Muy diferente a la mirada bovina de los ojos miopes de su marido.
Al mirarse desnuda, después de la ducha, en el espejo del vestidor del centro deportivo que reflejaba su imagen completa, una oleada de placer le recorrió su cuerpo al comprobar que a pesar de sus cuarenta años y tres hijos su figura era la de una juvenil y encantadora doncella, claro, esto era debido a su férrea voluntad en cuanto a la dieta y una hora diaria de gimnasio, además de la yoga. Ashanti, con perverso deleite se comparó con sus pares, llenas de várices, celulitis y que sólo con fajas tipo corset engañaban al ojo humano, pero a la hora del escarceo amoroso al despojarse de la faja se desparramaban.
No aceptaba que Pepe, su esposo y padre de sus tres hijos, hubiera dejado de ser el atlético muchacho con el que se casó. Bien sabía el porqué. Pepe a pesar de ser ingeniero agrónomo (como el papá y el abuelo de él) y atender el magnífico negocio “El Ranchero” de productos agrícolas que dejaba muchas ganancias y tiempo libre, fue picado por el virus de la escritura, dejó el ejercicio por la paz y se la pasaba “papando moscas y hablando solo”, disque creando personajes para sus cuentos. Él decía que el proceso de creación literaria le provocaba angustia y para calmarla se agasajaba con buena comida y bebida.
El tiempo que lo único que sabe hacer es añadir años era cruel con Ashanti, ella había dejado de ser la reina de las fiestas, otras jóvenes casi unas niñas acaparaban la atención y lo peor era su marido, que con el pretexto de atender en el negocio a campesinos y rancheros no se preocupaba por su arreglo personal, siempre mal fajado, le daba vergüenza que la acompañara, pero, era tan acaudalado. Ashanti se imaginaba viuda, rica y asediada por cortejadores ansiosos de recibir sus favores.
Ella no sabía si por lo menopausia, que ya se acercaba con el desorden de hormonas, en los últimos meses sus deseos sexuales habían aumentado. Por desgracia su inflexible educación católica le impedía tener un affaire y, con su esposo, éste tenía que hacer a un lado su panza para cumplir el débito conyugal lo que le quitaba interés al asunto. ¡Qué desperdicio de su cuerpo de diosa! Al sentirse mal aprovechada en compensación el carácter se le agrió y siempre andaba de un humor de gato escaldado.

El café, como ritual, en los talleres literarios, tenía para Pepe dos satisfacciones: sentir el cuerpo del café en la boca, su viscosidad, peso y grosor en la lengua, el aroma acaramelado del café legitimo de Chiapas (Pepe era el encargado de suministrar la aromática bebida), la acidez que completaba junto al aroma y el cuerpo su delicioso sabor. Además, aislado en la niebla perfumada que despedía la taza barruntaba como visionario beatífico la verdad de la creación artística, cual dios: dar vida a personajes y sucesos.
Pepe fuma y piensa en Ashanti, en la joven alegre y despreocupada con la que se desposó, madre de sus tres hijos ya adolescentes. Busca referencias sobre el motivo de este enfriamiento. Nada. No recuerda cuando empezó, quizá, cuando Ashanti tuvo el ataque de celos provocados por Lupe, la dependienta del negocio, que acaparaba la atención por su belleza y escultural cuerpo. Pepe comprende que los celos no eran por él, sino por la lozanía y guapura de la muchacha. Él con sentimiento de culpa despidió a la empleada.
Hacía mucho tiempo que el amor era sólo un recuerdo, una tontería que se convirtió en frialdad y que el paso siguiente sería convertirse en odio, esta aversión que los visitaba cada vez más para formar el hábito de perderse la confianza y el respeto. Recuerda sus palabras: “ojala te murieras”, dichas sin enojo y causa aparente. Su rechazo a la intimidad y su silencio. La máscara de amabilidad cuando había extraños.
Pepe no sabe si es buen escritor o no, medita que a lo mejor es un escape a su realidad conyugal. La vida podría ser tan hermosa para un sibarita como él, acostumbrarse al lujo y a los placeres refinados. No le preocupa que su riqueza sea heredada, el dinero debe aprovecharse como sirviente para dedicarse a las letras, estar en comunión con los poetas, tanto los vivos como los muertos, deleitarse con la música, convertirse en un verdadero gourmet, gozar del sexo con libertad y sin reparos. El cuerpo de Ashanti sólo es un cascarón que encubre a una mujer frívola que apaga el deseo erótico. Pepe sueña en ser libre, sin su remilgada mujer que por ser muy católica no acepta el divorcio. Él vive escondido en la ficción, en la creación literaria y ahora es feliz en el taller de narrativa donde se está discutiendo un asesinato bien planeado.

Maldecirás de tu suerte y te arrepentirás con toda tu alma por haber tomado dos malas decisiones al seguir los consejos de tu amiga: la primera por haber hecho a tu razón violencia y aceptar un revolcón con tu maestro de yoga. ¡Maldito macho! Haciendo gala de estar bien dotado te lastimó sin consideración, te sentiste como una cosa que se usa y se desecha. Idea cruel y extraña te vendría a la mente: extrañarías la barriga cervecera de tu marido, pero sobre todo su paciencia que te permitía llegar al éxtasis, no como este cabrón que te dejó a medias y más que nada las caricias con que Pepe te abruma después del trance amoroso. Te sentirás humillada en el cuarto de hotel, cuando en un acto de desprecio llenaste de dinero al alevoso galán, pero éste se dio por bien servido diciéndote al despedirse: “ya sabes muñeca cuando quieras más, nomás llámame”. Te mortificarás cuando días después una amiga del deportivo te contó en un bien planeado chisme, que a otra amiga, una afanadora le había dicho lo que oyó decir al que fue tu amante de ocasión: “pinche vieja se cree muy sexy, yo le di a llenar por lo que me dio harta lana”, en medio de risotadas y haciéndole coro sus amigotes del departamento de conservación.
Recordarás con dolor y pesadumbre tu segunda decisión: matar a tu marido. Tu querida amiga te aconsejaría que el arma ideal de una mujer para matar a su cónyuge es el veneno y te recomendó una hierba: la Damiana, que se usa como afrodisiaco, pero concentrada puede provocar un ataque cardiaco por su alto contenido en cafeína. Te sorprendería la facilidad con que conseguiste la Damiana, ya concentrada, en una tienda naturista de tu ciudad, un polvo que se diluyó fácilmente en las tres cervezas que tu marido acostumbra tomar en la comida. No saldrás de tu asombro cuando notaste el efecto de este supuesto veneno. Pepe tuvo un cuadro agudísimo de diarrea y deshidratación, pero que cedió fácilmente con hidratación intravenosa y no olvidarás la sonrisa burlona del médico cuando te dijo: “¡ya ni la amuela su marido, por tragón ya ve lo que le pasó!”. Tú le preguntarás al galeno: “¿y su corazón?” Y él contestará extrañado: “qué tiene que ver el corazón, éste se encuentra perfectamente sano”.
Llegarás a la conclusión de que estabas mejor cuando estabas peor, que necesidad de eliminar a tu consorte, cuando es tan útil y cómodo como los zapatos viejos, además no estorba y siempre ocupa su lugar. Y comprenderás en un atisbo de lucidez que el mayor placer para una mujer es la envidia de sus amigas.

No cabe duda que los refranes populares reflejan la realidad y un ejemplo es el siguiente: no hay mal que por bien no venga. Yo tuve un ajuste de cuentas con mi cuerpo, que me movió el tapete a lo pendejo, hace tres meses. Una diarrea espantosa me dejó para el arrastre. En los exámenes que me hicieron los médicos descubrieron que mi organismo es un desastre, el azúcar alto, al igual que el colesterol y los triglicéridos (si me preguntan qué es lo anterior les diré que es grasa que a los pasados de peso como yo «treinta kilos nada más» se eleva de a madres), además mi presión arterial estaba por las nubes motivo de mis constantes dolores de cabeza. Así que los médicos (semejantes a los integrantes de la Gestapo), me pusieron a dieta, nada de alcohol y tabaco, se chingó mi vida hedonista, me indicaron ejercicio y además un chorratal de pastillas. En fin, todo sea por la salud.
A mi voluble Ashanti la encuentro muy cambiada, yo sigo diciendo que está media loca, eso no se le quitará nunca. Por lo pronto nos cambiamos a un nuevo y elegante club deportivo para que yo juegue golf, además me trae trotando en las mañanas y luego a la clase de yoga, estuve a punto de mandarla a la chingada, pero, al ver a nuestra instructora (que se cae de buena) no dije nada.
Y cosa rara, mi costilla que nunca me pelaba, ahora está pendiente de mi alimentación. Ésta buena onda de mi mujer no sé cuánto le durará, me imagino que ella padece de locura circular, por lo pronto está en la etapa de superación y pronto volverá a la depresión, porque vuelvo a los refranes: genio y figura hasta la sepultura.
El proyecto de mandar a Ashanti a la dimensión desconocida por lo pronto está en stand by. He estudiado con cuidado las formas de eliminarla y he llegado a la conclusión de que la forma más directa y simple es la mejor: ella maneja una elegante camioneta Toyota del año, conseguir un sicario (dicen que en el estado de Sinaloa hay muchos de estos profesionales) y, éste al momento de robar el vehículo le dé su pase al infierno de un certero balazo. Así de simple, con dinero todo se puede.
Sin embargo, contrario a la creencia común de que “la ficción supera a la realidad”, he comprobado con tristeza que es al revés, yo soy un intelectual, no un hombre de acción: ¿cómo diablos le hago para conseguir un asesino a sueldo? Y lo que es peor ¿quedaría sujeto al chantaje del cabrón esbirro?
Hay que ser realistas, el que despache a mi media naranja debo ser yo, sin que nadie lo sepa. Por lo pronto y en tanto le dure la buena actitud a Ashanti no hay problema, cuando vuelva a ser la de siempre (y ya hay signos: la dureza de su mirada y el gesto avinagrado de sus facciones), volveré a soñar despierto mi imagen favorita: verme llorando frente al ataúd donde reposa una vieja loca.

Pepe al regresar de noche, después de que se terminó el taller de redacción, igual que siempre al entrar a su casa cerró la puerta con cuidado. Había luz en la cocina donde estaba su cena de dieta, comió sin ganas, bostezó e igual que siempre subió al cuarto conyugal.
En el dormitorio Ashanti dormía, sus leves ronquidos apenas se oían, Pepe empezó a desvestirse, colocó su ropa en la silla, al hacerlo impremeditadamente hizo un poco de ruido que la despertó, ella aún en la modorra del sueño, entreabrió un ojo y murmuró: “¿Qué tal, querido?” Volvió a dormirse.
Igual que siempre. ¿Qué tal, querido? Rutina o reconciliación. Por un momento Pepe sintió el deseo de huir, de esconderse al estar consciente de que en sus vidas nada cambiaría. Miró su reloj, entonces notó que era muy tarde. Igual que siempre.











Texto agregado el 26-06-2012, y leído por 282 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-07-2012 Y sigo con mis adjetivos!!! Loable, imitable y exquisito, un placer al leerlo!!! efelisa
 
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