*Participan en este cuento según orden* hugodemerlo, pantera,kone, Sirmiliano
RITUAL SATáNICO
* Era casi la medianoche cuando bajó del tren, corrió al último colectivo que dejaba lentamente la parada de autobús, le chifló e hizo señas con los brazos pero el colectivo ya doblaba por Larrea; así que no había mas remedio que caminar.
El frío congela hasta el alma por estas horas en Buenos Aires, y el viento, que arrastra las ultimas hojas secas del otoño que se va, y alguna que otra página de periódico del día, golpea la cara cansada de Mauricio, aumentando la sensación de frío camino a su casa por estas calles mugrientas y mal olientes de basura esparcida, que deja en evidencia el movimiento de un día agitado y la falta de educación en el barrio.
Se topó con la primera sombra al llegar a la esquina de Guemes, venía escuchando unos pasos detrás de él pero sin darle demasiada importancia, mucha gente baja del tren y camina por Irigoyen hacia el bajo. Pero al darse vuelta no había nadie en todo alrededor…y eso que la sombra se reflejaba bien grande sobre la pared de la esquina.
Era media extraña, una figura que bien podría ser de una mujer o un hombre de pelo largo, con una especie de túnica y un sombrero de ala ancha con copa alta y en punta...
Al llegar a Independencia las sombras eran tres, con la misma figura, Mauricio comenzó a caminar más rápido y los pasos que lo seguían también, al llegar a la esquina de Formosa ya eran más de diez, un gato negro pasó por delante tirando un tacho de basura, lo que asustó bastante al muchacho.
En la calle no había un alma, ni autos ni colectivos…nada, solo él y las sombras que ya eran muchas mas, y faltaban cinco largas cuadras para llegar a su hogar…
* La aparición del gato negro delante suyo, le puso los pelos de punta, se acordó de los cuentos de miedo que contaba su abue. Mas encima ya era media noche y a él insistían en acompañarlo una decena de espectros.
Se palmoteó ambas mejilla un par de veces y dijo en voz alta:
-¡ Debo calmarme¡Debo calmarme!
En ese preciso instante una ráfaga irrespetuosa lanzó una hoja de diario sobre su cara, como estaba tan helada con el rocío de la noche le pareció la garra de la muerte que lo venía a buscar. Dio un salto hacia atrás y de un manotazo la alejó de su rostro, en esa milécima de segundo vislumbró grandes títulares y una emorme foto. La cogió al vuelo con la mano contraria; la guardó en su saco para leerla en casa.
Mauricio caminaba a prisa, pero la calle no cooperaba seguía donde mismo y ese tropel incorpóreo de sombras lo escuchaba cada vez más cerca. Ahora sólo lo sentía porque no se atrevía a mirar atrás.
Intentó silbar una canción, pero le salió un lamento que algún perro del vecindario mal interpretó y comenzó a aullar.
Parece que ese, era uno de esos dias, en que no debió levantarse porque todo le salió mal desde temprano.
Primero marcó tarjeta en el maldito reloj con dos minutos de atraso. Después la secretaria le reconvino porque su informe estaba a medias y para rematarla en su enojo para recibir la carpeta pasó a llevar el florerito que “la nueva” comenzó a dejar en todos los escritorios, porque faltaba el toque femenino.
El antipático de Bermudez desde el extreme lanzó la carcajada y cuando Mauricio lo miró, le cerró un ojo mientras se bebía el agua de sus propias florcitas.
Y ahora a fines de otoño en una calle oscura lo perseguían una ya quincena de sombras con amplias tunica y puntiagudos sombreros.
¿Sería viernes trece…o la noche de San Juan?...
Su mente estaba en blanco
* - Lo único que faltaba para rematar un pésimo día, sería que sus colegas, Silvia Rojas y Arturo Peña, faltaran nuevamente. Hacer el trabajo de ellos otro día y tener que soportar las risitas mal disimuladas del idiota de Bermúdez, era más de lo que podía manejar.
Una ráfaga de viento helado, hizo que le castañearan los dientes. Se encogió dentro de su abrigo y apuró el paso. De reojo observó su sombra proyectada por las débiles luminarias. Le alivió un poco el no ver tras de sí, las figuras de túnicas y sombreros. “Sólo una cuadra más”, pensó.
Casi estaba frente a su casa. Sus dedos entumecidos buscaban las llaves al mismo tiempo que vigilaba los alrededores. La mortecina luz de la lámpara de la esquina, le reveló la presencia de las figuras entunicadas, que permanecían quietas unos veinte metros más adelante.
Su corazón dio un vuelco. Tratando de dominar el temor, introdujo la llave en la cerradura y entró rápidamente a su casa. Aseguró con candado la puerta y revisó cada ventana antes de ir a dormir. Cuando estaba cambiándose de ropa, reparó en la hoja de periódico que permanecía arrugada en su bolsillo. La portada amarillista, no hacía ningún intento por ocultar la pavorosa imagen.
El titular en grandes letras lo explicaba todo: “ASESINADOS EN RITUAL SATANICO”. La foto a todo color le asqueó y a punto estuvo de arrojar el papel al cesto de basura cuando advirtió algo que lo sacudió. La foto mostraba a dos personas desnudas y ensangrentadas, prácticamente irreconocibles, sin embargo, el tatuaje de luna y estrellas en el tobillo de una de las víctimas, era inconfundible. Silvia Rojas, tenía ese tatuaje y apostaría lo que fuera, a que la otra víctima era Arturo Peña.
Impactado por el descubrimiento, se dejó caer en la cama. Un estremecimiento lo sacudió y un horrible presentimiento le sobrevino como una inmensidad helada. Tan veloz e impalpable que murió antes percatarse de ello, pero que persistió en una parte de su cerebro, insondable pero latente.
La mirada perdida se desvió al suave ruido de la puerta al abrirse. Frente a él, una veintena de figuras con túnicas lo aguardaban. Los rostros, ocultos bajo el ala del sombrero puntiagudo, murmuraban palabras ininteligibles. Poco a poco, fueron entrando y lo rodearon.
*Pasmado de temor no pudo moverse de la cama. Las sombras que a esa altura le habían dejado de parecer incorpóreas se amontonaban a un lado y a otro de su cuerpo. Un par de ellas le aferraron con firmeza sus piernas al tiempo que otro par inmovilizaban sus manos. Quiso gritar pero el espanto invadía sus pulmones y atrofiaba sus cuerdas vocales. Todo parecía una absurda y horrenda pesadilla pero por mucho que se afanaba no conseguía despertarse. Además las manos lo presionaban con tanta fuerza que la teoría del sueño se hacía difícil de sostener. La mente socorre con veloces pensamientos cuando el peligro acecha, pero generalmente el cuerpo no acompaña, y Mauricio lo estaba comprobando, lamentablemente.
En la oscuridad de su habitación un brillo helado cortó en dos el espacio e iluminó mortecinamente una mano que lo sujetaba. Antes que pudiera entender lo que le estaba ocurriendo un aguijón metálico le mordió el estómago, le abrió las entrañas y un tibio torrente le invadió el pecho, la garganta y la boca.
Los segundos finales de la vida nos revelan con claridad cosas que aveces se presentan muy oscuras.
El cuchillo se alejó de su vientre y la mano que lo empuñaba corrió hacia atrás su capucha. Mauricio comprendió todo y como en una cascada de recuerdos su mente ordenó las ridículas causas de tan graves consecuencias.
El trabajo. El coqueteo con Silvia. Los juegos que se van de las manos. Las torvas miradas de Peña. La risa burlona de Bermudez. La noche en el motel. El suave amar de ella. El juramento que él jamás se enteraría. La vuelta al trabajo.
Peña miró a Mauricio mientras limpiaba el cuchillo, le escupió un "imbécil, conmigo no se jode, ni vos, ni ella, ni nadie". Luego con prestancia ordenó a Bermudez que desparramaran los objetos satánicos por la habitación, había que seguir la coartada. Bermudez miró a Mauricio, le volvió a guiñar un ojo y le arrancó la hoja de diario de una mano que ya no ofrecía resistencia.
Fin
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