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Después de despertar una hora antes de lo que normalmente lo hacía, aquella mañana Amador se arregló más que de costumbre para ir a trabajar a su agencia de mercadotecnia. Mientras ponía énfasis en su atuendo, escuchó prácticamente todo un disco de música instrumental generada por violines electrónicos.

En alguien que siempre seguía la misma rutina, todos esos movimientos resultaban extraños. Pero, antes de ir a la oficina que tenía habilitada en el centro de la ciudad, había planeado finiquitar un pendiente que se presentó la noche anterior cuando anduvo por la zona sur. Así que requería de más tiempo para ello.

Como parte de su agenda de ese día, primero pasaría a una tienda de instrumentos musicales para comprar un violín de esos que sólo usan los profesionales. Después, se dirigiría al edificio donde la noche anterior vio a una violinista tocando sin mayor preocupación en el balcón de su departamento.

Seguramente a esa hora ya habían encontrado en el parque que está frente al edificio, el cuerpo de su última víctima. Por lo tanto, resultaba peligroso pasearse por aquella zona. Sin embargo, debía eliminar cualquier posibilidad de que lo relacionaran con la muerte de esa jovencita que calzaba unos patines de línea.

Un día antes había conocido en el boulevard costero a una jovencita que patinaba alegremente. Una vez que logró “engancharla”, la llevó a un parque donde la estranguló con sus propias manos. Luego de tomarle un par de fotos para su colección personal, se retiró del lugar para perderse en la gran ciudad.

Esta sería una aventura más de las tantas que había experimentado en los últimos años. Otra de la que saldría libre de complicaciones. Una vez más no habría forma de que lo relacionaran con los hechos. No obstante, mientras regresaba a donde había estacionado su camioneta, algo pareció cambiar el rumbo de las cosas.

A pesar de la hora, le pareció escuchar que cerca de ahí, alguien tocaba un violín. Por inercia, giró su cabeza en busca del lugar exacto de donde provenía esa música. No tardó en descubrir que en uno de los balcones del edificio que tenía enfrente, una “artista trasnochadora” tocaba el violín como si la vida no le corriera.

“Mañana tendré que venir a visitarla. Más vale prevenir que lamentar”, soltó al aire Amador con su clásica sonrisa cínica, luego de pensar por unos segundos si esa bella mujer de complexión delgada, con poco más de 40 años encima, se habría dado cuenta de todo lo que había hecho en el parque unos minutos antes.

Casi todas las mujeres que habían pasado por su vida, apenas superaban la mayoría de edad. Sin embargo, así como alguna vez había hecho una excepción con la empleada de un bar, sólo porque ese día era su cumpleaños, también podría aplicar la misma regla para esta persona que amenazaba su seguridad.

Luego de comprar el violín, el más moderno y caro que tuvieron en la tienda que le quedó de paso al salir de su casa, se subió a su camioneta y, nuevamente a ritmo de violines, enfiló hacia el sur de la ciudad. En menos de media hora estaría tocando la puerta del departamento de quien sería su siguiente víctima.

Durante la noche había pensado la mejor manera de llegar hasta ella. Echaría mano de lo aprendido en la universidad. Se haría pasar por un agente que realiza estudios de mercado para posicionar una marca. Casi lo mismo que hacía todos los días en su oficina, sólo que ahora haría el trabajo de sus empleados.

“Señora mía. Buenos días. Me han informado que usted toca el violín. Permítame presentarme. Soy Rafael Castañeda. Y el motivo de mi visita es para mostrarle este nuevo violín que está hecho especialmente para quienes sienten la música. Como estoy seguro que es su caso”, le soltó Amador para impresionarla.

Con la gracia natural que lo caracterizaba, sacó el violín del estuche y lo puso en las manos de quien recientemente le había dicho se llamaba Cristina. “Ande. No sea tímida. Está listo para ser tocado. Es más, si este instrumento pudiera hablar, pediría a gritos que usted lo estrenara”, dijo Amador para convencerla de tocar.

Ante la insistencia del visitante, Cristina colocó el violín sobre su cuerpo para empezar a tocar una melodía. Previamente le dedicó una sonrisa a quien, estaba segura, una vez terminara la canción, le intentaría vender el instrumento. Aunque quisiera comprarlo, no tenía el dinero para hacerlo. “Perderá su tiempo”, pensó.

Cuando terminó la canción, Amador aplaudió de prisa para reconocer el esfuerzo de Cristina, quien le agradeció con una sonrisa. “Ahora necesito que me responda unas cuantas preguntas para completar mi estudio de mercado”, dijo él mientras sacaba una carpeta llena de papeles de la maleta que llevaba consigo.

Apenas terminaron con el cuestionario, Amador guardó su carpeta llena de papeles. De inmediato, sin perder tiempo, le dio una buena noticia a Cristina. “A partir de este momento, el violín es suyo. Pero con la condición de que me deleite con otra melodía”, le soltó con la sonrisa dibujada en los labios.

Sin poder creerlo totalmente, Cristina tomó nuevamente el violín entre sus manos para empezar a tocar una melodía más. Sin saber que ésta sería la última. Porque apenas cerró los ojos para una mayor inspiración, sintió que unas manos apretaron su cuello con fuerza, al tiempo que le susurraron algo al oído.

“Has conocido el cielo y el infierno al mismo tiempo”, le susurró Amador al oído a Cristina, mientras apretaba su cuello con fuerza para tomar su vida, y borrar toda posibilidad de que pudieran relacionarlo con la muerta que habían encontrado en el parque ubicado a unos cuantos metros de distancia.

Era cierto que al borrar a esta testigo, podía encontrarse otros nuevos en el interior del edificio; sin embargo, esta vez tomó sus precauciones y recurrió a un pequeño disfraz que dificultaría reconocerlo si se daba el caso. Además, estacionó su camioneta a varias cuadras de distancia. Había pensado en todo.

Con la calma que lo caracterizaba, Amador recogió el violín que dejó caer Cristina cuando la estranguló. Abrió el estuche y lo guardó para poder llevarlo consigo cuando abandonara ese departamento. Después, buscó el viejo instrumento que ella tenía entre sus pertenencias, y preparó la escena para la foto del recuerdo.

Tomó a Cristina entre sus brazos y la recostó en el sillón más grande de la sala. Luego, le colocó el violín sobre su pecho y lo rodeó con ambos brazos para que no se moviera. Se alejó unos cuantos pasos para tomar la foto del recuerdo. Disparó un par de ocasiones su cámara para terminar con la aventura de ese día.

Una vez que guardó la cámara y tomó sus cosas, Amador se dirigió a la puerta para salir de ese departamento donde en unas cuantas horas descubrirían otra muerta. Sin embargo, en el trayecto, descubrió una foto que le llamó la atención como nunca antes le había sucedido. Una extraña sensación se apoderó de él.

Si no fuera porque en la foto estaba también su reciente víctima, podría haber pensado que era Cristina de joven quien aparecía en esa imagen. “Debe ser su hija. Son dos gotas de agua”, se dijo para sí mismo Amador cuando vio de cerca el cuadro que colgaba en la pared. “Debo conocerla”, añadió a sus pensamientos.

Con sumo cuidado, descolgó el cuadro para guardarlo en su maleta. Ahora sí, era hora de irse de ese lugar. Después buscaría información sobre la hija de su víctima. Se le había metido en la cabeza que quería conocerla. Más temprano que tarde lo conseguiría. “Todo puede suceder”, pensó mientras bajaba las escaleras.

Twitter: @animalenotturno
Facebook: Animale Notturno

Texto agregado el 26-06-2012, y leído por 68 visitantes. (0 votos)


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