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Inicio / Cuenteros Locales / santo_pecador / Tus ojos iluminaron mi alma con luz perenne

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Estuve tratando de dormir, pero fue imposible. Las pesadillas eran recurrentes, el sudor empapaba las sábanas y sentía un miedo indescriptible. Ya no había paz en esa habitación, todo parecía ser más oscuro de lo que la noche lograba dibujar. Para mi, y creo que para muchos, dormir a sobresaltos no es la mejor forma de pasar una buena noche, y desde hace unos meses estoy en lo mismo, tratando de encontrar la posición que me permita caer en las profundidades del sueño, que me permita al menos cerrar los ojos. Si sólo pudiera cerrarlos…

Esta extraña condición de insomnio comenzó ser reiterativa desde ese día miércoles, el peor de los malditos miércoles. Debe ser que mi condición de hombre sensible no me permite dejar de sufrir por el engaño, la impronta descarada, la manipulación de mis sentimientos en su máxima expresión, el chantaje emocional que ya se veía dentro de sus ojos, su perversa mirada, sus labios falsos, su intoxicado cuerpo, sus lentos y erráticos movimientos, su alma.

Y así, no puedo dormir, no puedo. Esa sensación de inseguridad que recorre el cuerpo es nueva para mis ya cansados miembros. Este se siente pesado, sin ganas, sin sed de vivir, con la desconfianza como principal aliada, que seduce a una mente trastocada por el cinismo. Con pena, con dolor, cada capa de mi piel gime y clama por justicia. Atrás quedaron mis risas infinitas para mis cariños que creí imperecederos, lejos están los momentos de certeza que en la demencia de sus días traté de ofrecerle.

Otra noche más, mi rostro refleja pocas horas de descanso, y mis pasos se dirigen al baño matutino, y nuevamente, por instinto, recorro mis angustiados parpados frente al espejo y me pregunto ¿Por qué? Si gran parte de mis desvelos fueron para ella, si era el mejor de los amantes y el más tranquilo de los amigos, y de repente, la confesión del peor de los pecados mana de su boca como un juego de pequeñas criaturas que se encandilan por la novedad de las poesías de un ser distinto, inmaculado, que surge como un estratega salvador, brujo de amor que la envuelve, la atrae, la aleja.

Reconozco en mis malos sueños una causante, aquella que no conocía y que ha costado que sea presentada, con esos grandes y profundos ojos irritantes, severos, que rasgan la piel, carcomen y absorben mi alma. Señorita traición, me recuerdas a Judas.

Hoy es distinto, hoy no es miércoles, al menos, no sé que día es, no me importa. Mientras el agua caliente cae por mi cuerpo cierro los ojos y paladeo lo que me ofrece el futuro, un olvido cercano, una oportunidad única en la vida, el ser libre de hacer, de romper con los esquemas que impone el régimen de nueve a seis, de sentir que cada cosa insignificante que ocurre es importante para mi. De sólo pensar que soy un ser capaz de todo, vislumbro el sinfín de puertas que abriré y me enfrentarán a desconocidos parajes, a sensaciones exóticas, a personas incitantes.

Camino ya entre la multitud adiestrada de entes correctos, con sus correctas miradas empaquetadas en sus correctos trajes pagados en cuotas, y me siento diferente. Respiro profundo, observo, me detengo, recorro los rostros oficinistas y puedo distinguir las más veces tristezas, desilusión, preocupaciones, llanto, silencio. Comienzo a entender mis simples complicaciones me quitaron horas de alegrías, mientras cerca de mi alguien necesitaba de una mano amiga que se extendiera y expresara al menos un “estoy contigo”.

Será un gran día. Ya no navegaré en esos mares tumultuosamente extendidos, no me sumergiré en sus aguas, no. Las hojas de ese libro deben quedar selladas. Empezaré a escribir poesía desde este pequeño reducto, porque yo puedo, se que puedo lograr volver a creer en mi. ¡Estaba tan disminuido, era tan pequeño! Desde lo alto veo al sumiso pasado, el que hoy ya no existe.

Zapatos lustrados y perfecto traje cepillado se trasladan diligentes mientras voceos de periódicos matutinos me cuentan de la inútil política, del imbécil programa de televisión, de promesas populistas, de deportes menoscabados. Cafeterías que hierven de hombres en busca de satisfacción ocular a sus depravadas mentes inversas, me señalan que todo es igual que ayer, por lo menos para el resto.

Mi actitud comienza a sentirse en el ambiente, me adapto rápidamente a las situaciones con un olvidado conjunto de gestos que solía tener con quienes me rodeaban antes de ese capítulo aciago en mi vida. Ya soy libre, pensé, puedo hacer lo que me venga en gana…

Entonces divagar sólo con el aire puro que respiro parece ser sólo un hermoso sueño, recorrer grandes parajes en busca de mi identidad es ya metafórico. Necesito encontrarme conmigo, ver un espejo de mi ser interior y descubrir que es lo que quiero de esta vida. ¡Estaba tan perdido! No era yo quien actuaba, sino que las manos de ella manejaban mis hilos. Por suerte se fue… ¡Gracias, fue el mejor regalo de día miércoles!

Nunca antes había pensado en lo importante que era yo para mí. Toda mi vida radicaba en satisfacer a quien estaba a mi lado, no importando el costo, apegado a las estructuras sociales y eclesiásticas que me decían que tenía que soportar, que la base de todo es la entrega sin esperar el recibir, que el amor todo lo puede, todo lo aguanta. Y de verdad, se nos acabó el amor. No me acuerdo hace cuanto, pero ese término esta asociado con el miedo a la soledad.

Y así, el día transcurre en mi nueva normalidad, con ánimos de recuperar algunos años perdidos de relaciones, reencontrando sonrisas con la fuerza de mi experiencia y la ansiedad de mi joven alma. Recorro el pequeño espacio en el que suelo llenar mis pulmones con ansias, caminando por antiguos senderos que me entregan nuevas sensaciones. Descubriéndome íntegro ante Dios, me detengo en la inmensidad de lo diminuto, absorto en el detalle que entrega a mi ojo atento la circulación rugosa en una pequeña hoja recién caída, cuando el silencio se quiebra para recibir a la más cristalina y pura risa que haya escuchado jamás. Recuerdos de una niñez lúdica y placentera me embarcan a seguir ese milagro natural que envuelve mis sentidos embriagados por ese agradable ruido. Sólo eso sucede y ya me perturbo.

Mientras recorro mi campo visual para descubrir el origen de esa señal, una hermosa mujer se me acerca y pregunta “¿qué nombre tiene?”, inmediatamente, balbuceo mi nombre, a lo que responde, “no, el perrito, ¿qué nombre tiene?”. Desciendo del paraíso que ofreció aquella risa, y recuerdo que he estado tan inserto en mi ser que olvido a mi fiel compañero. Su nombre, ya dicho, genera una risa espontánea, y el paraíso vuelve a abrir sus doradas puertas, esta vez, acompañadas por la luz de sus ojos.

Balbuceos incoherentes se convierten en lenguaje recurrente ante su presencia avasalladora, quedando absorto ante su belleza, la cual comparo con un ideal juvenil que inundó mis pensamientos en aquella hermosa época de espinillas y ganas de cambiar el mundo. Ella, etérea, nívea, suave, dócil, se interna en mi mirada con pupilas avasalladoras que me incitan a seguir descubriendo su oferta de cualidades, su templo de secretos.

Y aquel idioma extraño que mi lengua pastosa declama e intenta descifrar logra obtener su nombre y hacia donde dirige sus pasos, los cuales, amablemente, caminan ya junto a los míos, gracias al sentimiento que genera un simple perrito amistoso, cuyo pausado ritmo acompaña los latidos de mi renovado corazón.

Las calles no existen, el tiempo se detiene, sólo quedan sus ojos iluminando mis pasos con luz perenne, y no quiero que ello se acabe, pues, me siento renovado ante la fuerza de Eros y su saeta clavada en aquel rincón de mi corazón malherido, que ya siente el sanador calor gratificante de su acero. Extrañamente, comienzo a sentir que su alma está llamándome a gritos e implorando por el esquivo cariño que puedo obsequiarle. Más, no entrego sino un “Nos vemos pronto”, que se aleja rápido y tropezado entre la multitud de miedos que me atormentan.

La sensación de felicidad que inundaba el espacio cercano a ella la recordé toda esa semana en los lugares más inverosímiles. Que si en el Metro distinguía su aroma, daba vuelta mi rostro y allí no estaba. Que si en la calle escuchaba una risa similar, corría a buscarla pero no la encontraba. Semanas de desasosiego transcurrieron mientras mi mente ya tendía a pensar que ella era objeto de mi nutrida imaginación y confundía sus formas con personas inventadas, pero manteniendo vivo en mí ese destello luminoso que manaba de sus ojos irrepetibles. ¡Tiene que existir! ¡No puede ser fruto de mi imaginación!

De repente un día miércoles cualquiera, un llamado telefónico me descoloca. Una voz familiar pero lejana que musita frases conexas y encanta mis sentidos. “Debo volver a verte, tenemos que conversar”, me dice al momento que una tormenta en mi cerebro asocia ideas y situaciones con los bellos ojos marrones de mi adorada señorita misteriosa. Y claro, era ella, quien extrañamente consigue ubicarme para quien sabe qué cosa, dejando paralogizado a este pobre hombre.

Acordada la cita, no encuentro ropa en mi armario para cambiarme posteriormente, solo niebla se apodera de mi vista, y de ella surge su figura esperándome, incitándome a perderme entre sus sedosos pliegues. Y yo, mientras tanto, remojo mi cuerpo en tibia agua que aclara mis sentidos extasiados por su sonrisa, por su mirada.

Y llega la hora. Ahí estaba, en punto, esperando que la brisa nocturna me desplazara hacia sus ojos y sus labios… ¡la sentí tan mía, tan esplendorosa! Con un rápido saludo nos dirigimos a nuestro oculto destino, el que se transformaría en el primero de muchos con los que anhelaba contar.

Y ocurrió como sacado de un cuento. La conversación era sólo un pretexto. No era necesaria. Sus bellos ojos me encontraron, sus brazos rodearon mi cintura, y los míos se deslizaron tímidos por sus caderas. Y un abrazo eterno desintegró al resto, ya nadie existía, sino que ella y yo, su alma y la mía. Ella podía sentir el palpitar de mi corazón, que nerviosamente latía a su ritmo. Yo podía sentir su mano acariciando mi espalda, mientras mi entero ser clamaba por entender el porqué de encontrarla ahora, porqué demoró Dios en mostrarme a la persona que ocupaba todos mis pensamientos durantes estos y los venideros días, ¿Por qué? Mi cuestionamiento llegó a una clara conclusión…

Ella llegaba a formar parte de mi renovada vida, que comprendía ya el significado de las situaciones y comprendía tomar lo mejor que le entregaban las experiencias ganadas de los errores cometidos. Ella nació para mi, y yo para ella, esa era el fin de ambos, no importaría el pasado, sólo el prometedor futuro…

El cariño expresado en ese infinito abrazo fue extremo, sin besar labios ansiosos sabíamos que éramos el uno para el otro, nos pertenecíamos desde hace mucho y sin conocernos. Y ahí estábamos, amándonos sin ser ni siquiera amigos.

Un adiós en la puerta de su casa fue sellado por ella con el más dulce ósculo que ni en los más apetecidas divagaciones esperaba… Esa noche, mi habitación recibió a un hombre enamorado.

Dormir en la tranquilidad de saberse amado me entregó el más dulce de los sueños, la exquisita sensación de sentir que alguien piensa en mí aunque esté lejos. Ser fiel a ese recuerdo recorrió mi piel en un escalofrío que me obligaba a ser de ella y para ella por siempre, ¡mi niña preciosa!

Mañana será otro día, pensé, más, ella ya llegó a mi vida y seré momento tras momento más feliz.

Y así transcurrieron muchos días, de encuentros furtivos, de miradas de amor, de caricias que nos acaloraban, de palabras dulces y sentidos conectados, de correspondencias y pertenencias, de deseos de familia común, de amar hasta el fin de nuestra pequeña historia.

Y esos días dieron paso al descubrimiento de caracteres fuertes, de gritos y discusiones, de temores y frustraciones. Pero, el amor siempre fue más fuerte y apaciguó las tempestades con un “te amo” mutuo.

Y esas noches dieron rienda suelta a nuestro deseo de expresar nuestro amor, de hacer sentir un mutuo ardor que secretamente nuestras sábanas compartirían y serían cómplices de la génesis de una nutrida descendencia.

Años más tarde, cuando nuestros hijos corrían entre nosotros disfrutando de sus hijos y sus infantes juegos, mire a mi amada a los ojos, y descubrí que aún esa luz existía, y el reflejo de ella en mis ojos se proyectaba. Y así, aún la amo, con sus canas y problemas, con achaques y tristezas, porque no me había equivocado, su luz perenne se irradiaba aún en mi alma.

Texto agregado el 01-08-2004, y leído por 196 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-08-2004 uff!!!... a ver... podría decir que "te admiro" por mirar tu/espejo de frente (para descubrir/te) y que esa "caja" de un rinconcito te recuerde que puedes ser más (o menos... volver atrás). Un placer el que "estés". Para tí un in/corecto abrazo que no/se paga. Nocturna
01-08-2004 más que entretenido y llega. placebo
 
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