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Quince minutos antes, en la sala de espera, solo le preocupaba volver a tiempo para terminar el inventario. Sabía que su jefe esperaba eso de el, y que la débil aceptación de sus compañeros se basaba, desde hacia 20 años, en la pulcra y eficiente realización de las tareas que nadie quería hacer. Ahora, saliendo del consultorio, ese pensamiento había desaparecido, solo una tenaza estrujando sus sesos. Un espasmo le recorre el cuerpo. No puede respirar.

-La enfermedad está muy avanzada .Podemos intentar un tratamiento que es muy invasivo con múltiples efectos secundarios. Pero no hay demasiadas chances. Le quedan pocos meses de vida – así le había hablado el doctor, y esas palabras ocuparon todo su espacio.

Llega a su viejo auto a los tumbos. No tiene la menor idea de que hacer, solo un fuego saliendo de sus tripas comienza a devorarlo, a pujar por salir por cada uno de sus poros. Ruge en silencio sus penas, tan viejas como su historia. Se siente todo derrota .Sube al vehículo. No volverá a su trabajo ni a su casa. Tantas horas muertas terminaron extinguiendo su existencia. Se recuesta en los asientos delanteros. Trata de concentrarse en su respiración, de a poco la va controlando y logra volver en sí .Busca su celular. Llama.

-No voy a cenar, no me esperes.
-Pero, por qué? Otra vez te quedaras hasta altas horas en esa oficina sin que te den un peso más? Allá vos si te gusta ser un pusilánime……

Corta. Le desagrada la voz de esa mujer que despierta a su lado desde hace 21 años, su lejanía lo estremece.

Empieza a conducir por calles atestadas de transito. Pasa un semáforo en rojo, le tocan bocina, grita, insulta. Avanza dejando atrás el caos. Lo detiene un policía. Cuando retoma la marcha, porta casi orgulloso la primera multa de su vida. Por exceso de velocidad. Ríe estridentemente. ¡Si lo vieran en este momento sus compañeros de oficina que lo llaman tortuga ¡

Recorre varios kilómetros más. Ya es de noche. Se detiene en un bar, al costado de la ruta. No conoce donde está . Tampoco le importa. Pide una ginebra, con hielo, así la tomaba cuando termino el bachiller. Fondo blanco, recuerda. Esta por irse de ese lugar, cuando una joven morena se sienta a su mesa.

-Hola. No me eches por favor. Nadie me busca, nadie quiere estar conmigo – dice, y mirando al hombre que atiende el bar – una igual por favor – señalando el vaso vacio sobre la mesa. El también pide otra.

Mira a la chica, fijamente, curioso. Ella no tiene la hermosura de la época, de las modelos que salen en revistas, pero la mirada profunda de sus ojos verdes lo seduce, le provoca un cosquilleo que hace tanto no siente . Hablan animadamente un rato en ese sitio, hasta que el cantinero les avisa que deben retirarse de allí, ya están cerrando. Salen juntos. Ella no tiene donde ir. El tampoco, le dice .Pasan la noche en una pequeña habitación de un mugriento hotelito de paso, a unos metros de la ruta .Hacen el amor repetidas veces, con una entrega y pasión desconocidas para él, años luz de los encuentros deslucidos con su mujer. Ella pinta una raya de un polvo blanco. Aspira . El solo vio esa escena en alguna película. Seductora, la chica lo incita a probar. Una y otra vez.

Los días pasan implacables mientras ellos, aislados del mundo, viven un intenso romance plagado de sexo, drogas, alcohol. Solo salen a comprar algunas cosas y en horarios poco concurridos .El ya no recuerda nada de su vida anterior, ni siquiera ve las imágenes sin sonido de la TV prendida , donde su esposa habla ante las cámaras de los noticieros, informando de su desesperada búsqueda .

A la semana, la felicidad que lo embarga se opaca por los dolores cada vez más fuertes que padece su cuerpo. Perdió varios kilos y se siente débil, a pesar de la fortaleza que gano su espíritu. Una noche, los jugueteos amorosos de la chica ya no embriagan su instinto. Por la mañana, no puede levantarse de la cama. Sentado, se ve en el espejo de un viejo mueble. Se observa muy flaco, con ojeras y casi sin color, su palidez lo asusta .Tiembla, mientras siente que la fiebre se apodera de todo su ser. Piensa en Tina, que salió a comprar cervezas y galletas .No sabe nada de ella. Tampoco le importaba su vida anterior de la que parecía huir, solo ese intenso tiempo compartido. Está tardando mucho - piensa- y la idea de que no vuelva lo perturba.

Una tras otra, se superponen en su cabeza, imágenes de su vida, la oficina, su mujer, sus hijos ya grandes y distantes . No siente nostalgia de nada de aquello. El aliento se le entrecorta. De repente ve que la chica lo observa, inmóvil, bajo el marco de la puerta. No sabe desde hace cuanto tiempo está allí. Las fuerzas lo abandonan , las cortinas están cerradas, no distingue bien que lleva puesto, parece una túnica negra. Solo la ve mirándolo, con una gran sonrisa de satisfacción. Ya está seguro que ese es el final, quiere pedirle auxilio, pero no puede emitir palabra. El rostro de la joven, ahora no es el que él conoció. Con el último impulso de su voz, murmura:

_Tu quien….quien eres? Una tenue brisa se lleva aquel susurro , todo se apaga .



Texto agregado el 25-06-2012, y leído por 156 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-06-2012 Todo el cuento metido en la última línea. Todo. Me gustó mucho. clama
 
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