Narciso contempla su reflejo y se hunde en su poema.
Qué bello es el poema de Narciso, qué bella es su voz, dice el reflejo.

Bésame, te lo imploro, bésame una vez más, bajo las palmas del cielo, junto al arrollo eterno de la lujuria de Poseidón.

Es tiempo de dormir y nuestras palabras se extienden como el chicle de una adolescente de minifalda.

Esto no es un poema.
Yo no soy poeta.
No soy un Narciso.
No un narcisista.
Narciso.

Narciso está bajo el agua buscando entre burbujas a su amado, entre peces gato, y leviatanes, y pirañas, y calamares gigantes.

Caminemos una vez más bajo la lluvia de otoño, mientras tus cabellos cubren mi rostro, y mis labios el rubor de tus mejillas.

Mañana es otro día.
Un día que no tiene poesía, ni música, ni libros, sino que es sólo un día más, destinado a vivir, esperar, respirar.

Narciso no es un poema.
Es un nombre.
Un mito.
Un emblema.

Narciso se ahogó sin encontrarse, aunque sea, una vez más.
Eco lo sepultó bajo el catre.
Le prendió fuego a su ropa.
Eco no es necrófila.

Suéltame, por la mugre, cállate, no ves que alguien nos va a ver bailar en la oscuridad, el pasodoble que bailaron tus papás.
Acuéstate sobre mi pecho en una roca frente al mar, y guarda silencio, este momento pronto pasará.

Escupe. Escupe. Solamente escupe. Acumula saliva en la boca. Expulsa el aire con tus labios semi abiertos, como un silbido, y el pollo acumulado en el hocico volará como un misil. Escupe. Sólo escupe.

La poesía es un suicidio seguro.
Narciso el suicida.
Se suicidó.
Sabía que iba a morir.

Muerte de Narciso.
Entierro de Narciso.
Escupo sobre la tumba.
Eco acusada de necrofilia.
Beso bajo las palmas.
Noche bajo el mar.
Sobre las rocas.
Un pasodoble en la oscuridad.
Miedo.