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“En mis recuerdos apareces como una persona exageradamente inteligente, por favor no me hagas cambiar de idea. Prefiero recordarte así y no de otra forma”, le solté a Regina luego de que me fue a buscar para reclamarme por no haber estado presente en su reciente enlace matrimonial.

Regina nunca esperó que su gran colega del pasado le respondiera de esa manera. Pero después de todo lo que había sucedido entre nosotros, o más bien, todo lo que no había sucedido, encontré fuera de lugar que me reclamara por no haber sido testigo de algo que me causaba un dolor excesivo.

“Oye, qué te pasa. Yo no soy una de las tantas personas que acostumbras frecuentar. No me ofendas con tus comentarios sarcásticos. Sabes perfectamente que conmigo no va esa actitud que estás tomando”, me dijo Regina tras digerir el “golpe” que le había asestado segundos antes.

Esa mañana había decidido sentarme en uno de los cafés de la plaza principal a desayunar. Comería un sándwich de queso y tomaría jugo de naranja con agua natural por separado. Después iniciaría mi rutina de todos los días. Vagar por la ciudad antes de cerrar la jornada dibujando en la escalinata de siempre.

Sin embargo, recién me había sentado en una de las mesas del exterior, cuando vi a Regina acercarse. Ilusamente pensé que me estaba buscando para darme la grandiosa noticia de que no se había casado y quería retomar las cosas justo donde las habíamos dejado aquella noche en que nos emborrachamos.

Muchos años atrás, en nuestra época de universitarios, tras emborracharnos en una de las tantas fiestas a las que asistíamos, follamos como desesperados toda la noche. Al otro día decidimos pasar por alto lo que habíamos hecho. “Nuestra amistad es más importante. Olvidemos lo sucedido”, propuso Regina y yo acepté.

Pero su “visita” de esa mañana al café donde pretendía desayunar, no era para lo que yo pensaba. Más bien, Regina se sintió con derechos de buscarme para lanzar un discurso sobre la amistad. Me hizo saber que se sintió traicionada al darse cuenta que no me importó su felicidad.

Regina me había invitado a su boda, que había sido quince días antes, si es que mi memoria no me fallaba. Y yo, en lugar de ir al “majestuoso” evento social, me largué a emborracharme al bar de siempre. Donde nos habíamos reencontrado después de ocho años de no saber nada el uno del otro.

Fiel a su costumbre de hablar como si le pagaran por palabra pronunciada, Regina habló y habló durante varios minutos, sólo para rematar con unas frases que me “pegaron fuerte”. “Esperaba mucho más de ti. Pero veo que eres demasiado egoísta. Por eso estás solo y así estarás siempre. Qué lástima me das”, me dijo.

“Mira parcerita. Si estoy solo o no, ese es mi problema. Y tenés razón, entre nosotros hubo una linda amistad. Pero esa se acabó hace muchos años. Así que ahora no vengas con tus discursos baratos. Porque fue por una maldita casualidad que nos encontramos aquella vez en el bar”, le solté sin medir mis palabras.

No dejé que me respondiera, y continué soltando todo lo que tantos años me había guardado para cuando se presentara la oportunidad: “La verdad me dan hueva tus reclamos pendejos. Así que mejor agarra camino por donde llegaste. Quiero continuar recordándote como una persona inteligente”.

Por el rostro de Regina resbaló una lágrima. De coraje más que de otra cosa. Ya no dijo nada más. Se dio media vuelta y se marchó sin despedirse. Si en el bar no lo había entendido, ahora le quedaba claro. En la actualidad éramos prácticamente dos extraños. Nuestra amistad era historia. Aunque me doliera.

Después del episodio con Regina, que me dejó bastante embroncado por considerar fuera de lugar sus reclamos, mis planes se vinieron abajo. Sin siquiera ordenar en el café donde me había instalado para desayunar, agarré mis cosas y me lancé en busca de algo que me hiciera olvidarla por completo.

Lamenté que fuera demasiado temprano. A esa hora no había un solo bar donde pudiera borrar con alcohol mi historia con Regina. Era cierto que la había querido como a nadie. Pero también era cierto que ya la había colocado en lo más profundo del baúl. Hasta nuestro maldito encuentro aquella ocasión.

Aquella vez, después de enterarme que Regina se casaría, me desplomé igual que cuando me enteré que había aceptado la beca en el extranjero y seguramente nunca más nos volveríamos a ver. Cuando me retiré del bar le dediqué una canción para que supiera que me seguía doliendo toda ella. A pesar de todo.

Pero parecía que no le había quedado claro el mensaje. Quizás la borrachera hizo que no entendiera que a pesar de la invitación a su boda, no había ni la más remota posibilidad de que fuera uno más de los asistentes. “Tus sueños coinciden con mis pesadillas”, le dije a través de la canción de Enrique Bunbury.

Vagué por largo rato en la playa. Cuando me cansé de caminar, entré en una tienda de conveniencia y compré unas cervezas. No era común que estando solo tomara eso, pero no era un buen lugar para tomar ron con agua y su rodaja de limón. La bebida ideal para momentos de soledad.

En menos de una hora me acabé el paquete de seis cervezas que había comprado. El recuerdo de Regina seguía presente. Sin embargo, estaba decidido a olvidarla. Ahora sí para siempre. Confié en que nunca se volviera a aparecer en la plaza principal. Ni tampoco tener la mala suerte de encontrarla en un bar.

Con la firme determinación de cerrar un capítulo más, encendí un cigarro y dejé volar un rato la imaginación. Trataría de dibujar la isla que se encuentra frente a la costa. No era la primera vez que la plasmaría en un trozo de papel. Sin embargo, esta vez tendría un significado diferente. El del olvido.

Hacía los primeros trazos de mi dibujo de la isla, cuando vino a mi mente una canción que hacía poco había escuchado en la radio. No recordaba exactamente quién la cantaba. Pero algunas frases, si no es que todas, quedaban muy a tono con la situación de sueños, partidas, reclamos y olvidos.

“Cómo fue, no recuerdo muy bien cómo fue. Sólo sé que no pude escoger. Ya tenía marcado el camino. Me lancé al vacío y quitaste la red. Pero el golpe me hizo entender que tus sueños no eran los míos… pero pude seguir y aguantar la tristeza de verte partir. Intentando olvidar lo que un día sentí”.

Twitter: @animalenotturno
Facebook: Animale Notturno

Texto agregado el 21-06-2012, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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