Las sonrisas fingidas de los organizadores, las moscas del lugar, el sol recalcitrante, la tierra árida, los globos, la música y la lona teñida de rojo engalanan la llegada del candidato. El polvo y las sillas corona enclavadas en las piedras lo reciben entre porras y ovaciones, como quien recibe a quien viene a robar la dignidad y el voto del pueblo.
Lo esperan los pies descalzos de los campesinos, la mirada triste y perdida de las mujeres, el olor a sudor, a tierra del campo y los mocos de los niños. Se reparten dulces con la imagen del PRI para controlar o enloquecer a los chiquillos que como abejas a la miel se pegan a los inflables.
Se hace presente tambaleante un borrachito, que grita ser revolucionario e hijo de Pancho Villa. El pequeño hombrecito notablemente desnutrido se sienta apoyado por una edecán de culo gordo, camisa polo roja y aretes de diamantes. Pide como condición para no volverse a parar, las cosas que en mano tiene la edecán: su cachucha, protector solar y unos pañuelos para limpiar los zapatos del polvo. La edecán no le da los pañuelos, pues con esos limpia sus zapatos de marca, de las heces fecales que le llegan con el polvo.
El candidato de reloj de oro promete pavimentar aquel lugar olvidado por décadas, a donde nunca ha llegado el agua potable, ni el drenaje, mucho menos la educación, pero sí muchos candidatos.
Al finalizar el evento los perros también quieren participar, y orinan algunas sillas, las palomas ponen lo suyo y cagan la lona mientras un payaso se burla de las mujeres cochinas, diciéndoles que la pobreza no está peleada con la limpieza.
El candidato emprende la huida y una anciana se le atraviesa para preguntarle dónde tienen los “cuicos” a su marido desde hace 40 años, una niña de 11 años la adelanta para pedirle una escuela, pero el ruido estridente del sonido y los gritos de las mujeres, le impiden ser escuchada. El candidato, que va de prisa a otro evento, le acaricia la cabeza, se deja tomar una foto con ella, y se aleja.
Ella trata de seguirle, pero un grupo de mujeres no la dejan avanzar. La niña se abre paso con su esquelético cuerpo en medio de los enormes michelines de las organizadoras y líderes partidistas, pero sólo avanza un par de pasos. Ella las pellizca, pero las aficionadas al tamal, al refresco y la torta, la tiran al suelo y la dejan ahí.
La pequeña, totalmente derrotada y a punto de llorar, alcanza a escuchar lo que le dice una de ellas: “Eso te pasa por mal educada”. Mientras algunas mujeres del pueblo con credencial en mano, previamente seleccionadas, esperan las despensas, la cerveza, los tacos, o el dinero, otras hacen fila para tomarse la foto espontánea con el candidato, recibir su abrazo forzado, un tubo en el culo o su beso traicionero.
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