¡Si gueeee! Era un niño de papi, recuerdo que fui el primero en terminar las operaciones matemáticas. Suspiré y me sentí bien chingón cuando recibí la libreta con una ridícula notita de felicitaciones, ¡cosa que seguido no me pasaba! Luego de que la profa me entregó la libreta, caminé a mi mesabanco, tomé mi mochila y metí mis cuadernos, libros y demás tiliches. Con la mochila a la espalda salí del salón. ¡Todo un pinche morrito pendejísimo, sin saber la que me esperaba!
Apenas puse una pata fuera de la secundaria y lo primero que me pasó por la cabeza fue ir a las máquinas de juego y ahí esperar a mis cuates, pero al revisar las bolsas de mi pantalón me di cuenta no traía las monedas suficientes, así que mejor caminé a la parada del camión.
Después de unos minutos de estar esperando la ruta, se acercó a mi un bato cabezón, algo grandecito y me preguntó dónde me habían comprado mi mochila, le gustó mucho, más por el héroe que tenía bordado. El güey era coleccionista de las historias de Blu Man, como yo. Tenía todos los juegos de Blu Man. Apantallado, con la baba cayéndome del hocico de todo lo que me decia, no dudé en dejar pasar mi camión y seguir hablando con él.
Mientras cotorreábamos y compartíamos las hazañas y trucos de los videojuegos, me regaló unos chocolates con la figura de Blu Man. El que más me gustó fue un chocolate que se veía de poca madre ¡Cremosito! Recuerdo muy bien cuando lo comí, lo saboreé tanto que todavía me acuerdo de cómo las nueces crujían en mi boca. Guardé los chocolates para tragármelos en la casa y no le di mayor importancia; yo seguí apantallado, en el alucine, hablando de Blu Man con el mono ese.
El güey me dijo que me regalaría una gorra y una sudadera porque le parecí cuate, que me esperaba el sábado en las máquinas.
Le dije que solo si mis jefes me daban chance. ¡A quién le dan pan que llore! Neta, qué pendejo, de eso me he lamentado todo el tiempo. De haberlo sabido. Pues sí, ahí tenías al babas de mí cotorreando con él, hasta que vi el reloj de mi celular. Me asusté de ver que ya había pasado una hora, así es que sin dudarlo le dije que me tenía que ir y que esta vez no dejaría pasar mi ruta. El camión no tardó mucho en pasar y pronto llegué a mi cantón.
Cuando entré me di cuenta de que mi jefecita no estaba en casa. Había un recado pegado en la puerta en el que me avisaba que había salido al supermercado y que regresaría pronto. Mi padre tampoco estaba. !Más bien nunca estaba! Mi jefa decía que todos los días llegaba del trabajo al anochecer por eso no lo podía ver, más que los sábados por la tarde sentado en el sillón, viendo su periódico o la tele, sin darse cuenta que yo estaba ahí. Pero eso no viene al caso. Esa vez que mi mamá no estaba ¡me sentí libre! Ahora mírame, ¿soy libre?
Pero ya ni vale quejarse, el drama no me va a sacar. Pero bueno, deja te sigo contando… Subí a mi cuarto. Al entrar aventé mi mochila en mi cama, luego bajé corriendo y fui a la cocina. Hacía un chingo de calor por lo que saqué una paleta del refrigerador, la puse en un plato y fui a la sala. Al entrar me quité los zapatos, tomé el control de la televisión, me tiré en el sofá y la prendí. Luego de que la encendí le estuve cambiando de canal. Me aburrí al no encontrar algo que me pareciera entretenido y la apagué, luego despreocupadamente me puse a saborear mi paleta de hielo.
Al terminar la paleta saqué uno de los dos chocolates que me había dado el bato ese y me lo tragué. Con el otro chocolate en mano me levanté, fui a la cajonera, lo dejé un lado y saqué mi videojuego, luego lo conecté y lo encendí. En seguida fui a sentarme en el sofá y con controles en mano comencé a jugar.
Después de un rato el juego se puso perro de emocionante, pateé y golpeé muchísimas veces al ninja enemigo, y para que él no me chingara me agachaba, brincaba. ¡Soltaba patadas estando en el aire! ¡Gané aquel nivel sin ninguna arma más que mi habilidad para golpear! ¡Me sentí un rey, un macho! De repente, de forma extraña, justo cuando logré pasar por primera vez al tercer nivel, me comencé a quedar sin vidas y a debilitar en fuerza.
El puto Ninja no tardó en chingarme, no pude mirar al enemigo tirado, sólo pude mirar mi sangre... todo me daba vueltas. La sangre de las heridas de mis piernas salía a chorros, pero lo más tenebroso de todo fue alcanzar a ver cómo una culera mancha voraz salió del juego. !Estaba de alucine aquello! Me apaniqué gacho, la mancha se acerco a mí. Luego lo que vi fue mas increíble, mira, es la pura neta … de la mancha voraz se volvió a formar el Ninja.
¡Infeliz! Quería destruirme. Pero yo lo chingué primero. El Ninja se tambaleó y cayó arrodillado a un lado del sillón. Entonces aproveché y le aventé todo lo que tenía a la mano. Él se hizo más grande. ¡Lo peor, me dio tanto miedo que se levantara y me atacara, que mejor me salí de ahí, me tiré por la ventana al jardín! Pero caí en un abismo, tan oscuro que me perdí... No supe de mí.
Después de eso, la mañana del día siguiente desperté en la cama de un hospital con mi abuela sentada a un lado, llorando y rezando. Llené a mi viejita de preguntas, como el por qué estaba yo ahí, dónde estaban mis jefes, y otras más. Mi viejecita me contestó que mi jefa acababa de ser operada y había perdido un ojo, que las heridas causadas en sus piernas pronto sanarían. Me dijo también que mi padre estaba ocupado, por eso no podía venir a verme; para mi eso ya no era novedad. A decir verdad eso era lo de menos.
¡Neta, no me importaba, sólo quería saber de mi jefa! Así es que le pregunté desesperado a mi viejita que por qué le había pasado todo eso, por qué la habían operado. Mirándome a los ojos a punto de llorar, me dijo que mi madre se había caído, que yo también me había caído y que a ambos se nos clavaron pedazos de madera en las piernas. Pero mi cabeza de algodoncito me mintió, no me quiso decir que yo era un pinché criminal.
Me di cuenta de todo la noche siguiente, cuando estando aún en el hospital en medio de la turbia oscuridad, me despertó un murmullo que provenía de afuera de mi puerta. Era un doctor que le decía a otro que por mi culpa mi jefa quedaría tuerta, pues le había clavado un lápiz en su ojo... Esa noche no dormí, lloré, sudé y casi a media noche pedí a gritos más chocolates. Me durmieron las sexis enfermeras, mamacitas, ¡lo único bueno de esa noche!.
Al otro día por la mañana, cuando me llevaron mi desayuno, yo pendejamente les volví a pedir chocolates a las muñequitas blancas. Con ternura me dijeron que los chocolates me habían hecho daño, que nunca más debería comer dulces de un extraño, pues los que yo había comido antes de llegar al hospital tenían un polvo malo: veneno que me dio poderes de maldad y que me transformó en un Ninja monstruo del videojuego. Emputado por el pinche cuentito de las blancas palomitas, le aventé a una de ellas el desayuno y le dije que quería chocolates, que no era tonto, que lo de convertirme en monstruo solo sucedía en los videojuegos… Nuevamente me durmieron y me hundieron en putas pesadillas.
Sueños oscuros, pesadillas que hasta ahora me persiguen y que desde entonces buscan cortarme la respiración, la vida. Culeras pesadillas que se han prolongado minutos, horas, días, meses, años y años. ¡Todo es por el juego! Pero no puedo parar de jugar, no puedo parar de matar monos. No estoy loco, entiéndeme. Ya no necesito un videojuego para matar, todo pasa en mi cabeza.
Sigo viviendo en una de mis más oscuras, pesadas y largas pesadillas. Sí, sí hay una luz y siempre me lleva a la oscuridad más profunda. La oscuridad de estos barrotes en la que estoy condenado a pasar el resto de mis días.
¡Lo peor, el sabor a chocolate! Aquí es amargo, por eso no lo pruebo más, prefiero el miserable polvo blanco que limosneo. Al menos me despierta a la muerte. De mi madre, sólo sé que vive en una vecindad, enferma y cuidada por sus vecinos. De mi padre sé que vive muy feliz en otra ciudad con su otra familia: con su otra esposa y con sus hijos gemelos, dicen que son de mi edad. Y de mi ex vieja sé que acaba de casarse por la iglesia adventista. ¡La muy perra! Al menos me hubiera enviado un pedazo de pastel de chocolate con una navaja para cortarme los barrotes.
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