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Inicio / Cuenteros Locales / gloriwolf / La noche antes de conocer el cielo.

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- ¡Viejo conche e tu mare! Entrega toda la plata si no querís que te raje el paño.
- ¡Ya! Tranquilos. Es todo lo que tengo.
- Sácate los zapatos y la chaqueta, viejo e mierda y apúrate, si no te hago re cagar a tajos..
- Ahí están. Por favor no me hagan nada. Tengo esposa e hijos..
- Esposa si, pero los cabros ni cagando son tuyos viejo culiao, jjajajaj¡Saltando con el celular también!.....
Una vez obtenido el magro botín, los dos muchachos corren a refugiarse entre las sombras a repartir las especies. No cuentan más de veinte años cada uno y ésta es la manera que tienen para mantenerse y pagar sus vicios. Ambos vienen de hogares donde la violencia y el alcoholismo reinan como tiranos inmisericordes. Son dos parias de la sociedad y de sus propias familias.
-¡Oye Jaime! Super cagonas las gueas que tenía el culiao.
-¡Sí poh...¿Sabís Mario? Llévate vos la cagá de celular. Yo ya tengo cómo tres en la casa. Es re difícil vender esas gueas. Parece que ahora hay un cahuin pá bloquearlos.
-¡Chis! Que soy patúo culiao....
-Llévate la mitá de la plata y los zapatos. Yo me llevo la chaqueta. Y no gueis más...
-¡Ya ho! Por ahí andamos mejor....
-¿Y nos juntamos mañana?
-No pasa ná. Tengo que que acompañar a la vieja a la muni.... Va a ir a pedir una güea de nylon. No vis que nos mojamos todos con el temporal de mierda y parece que en la semana vuelve el gueeo de la lluvia...
-¡Puta la güea que la cagai! Y justo cuando necesito más moneas. Bueno mañana hago algo solo.¡ Chaoliín!
-¡Chaolín!
Los chicos se separan y emprenden el rumbo a sus hogares. Jaime se coloca la chaqueta sobre sus hombros y displicente avanza por el embarrado camino que lo lleva a su casa. Palpa en sus bolsillos el escueto dinero obtenido del violento asalto y al pasar por una acequia de aguas putrefactas, deja caer la billetera de su víctima con todos sus documentos en el interior. Enfrenta una destartalada vivienda de material ligero, donde un tropel de perros famélicos le mueve los rabos pelados por la sarna dándole la bienvenida. Abre la apolillada verja de palos desiguales en altura y anchura, sedientos por una mano de pintura, y empuja la desvencijada puerta, la cual jamás permanece cerrada, porque carece de cerradura. Cuando la totalidad de la familia sale, la aseguran con una cadena y un enorme candado oxidado, cuyo peso ha inclinado la frágil hoja de madera como una abuela con artrosis.
Una vez en el interior, lo recibe una habitación fea y maloliente. El piso de tablones en bruto, no ha recibido jamás la caricia de algún producto y en contadas ocasiones es barrido. Su madre, una mujer con todas las miserias y el hastío imaginable a cuestas, le sale al encuentro.
-¿Adónde andabai cabro e mierda? Te estoy esperando hace rato pá que vayai a buscar a tu padre. Todavía no llega y seguro que ya se gastó toda la plata que ganó en la feria.
-¿Y adónde cree que está?
-¿Adónde va a ser? En el bar de don Pepe. Con todos esos viejos que se toman hasta el vinagre.
-No, ahí no está. Yo pasé por allí y no estaba - Mintió. Nunca le gustó ir a buscar a su padre. Sabía la reacción que él tenía cada vez que iba en su busca.
-¿Quizás donde está metido esa mierda? ¿Y ahora ¿Qué hago con tus hermanos chicos? Están muertos de hambre y la señora Filomena ya no me fía. ¡Vieja de mierda! Si igual le voy a pagar.
-No se preocupe mamá. Yo tengo plata. Voy a comprar pan. ¿Qué más necesita?
-¡ La preguntita ¡ Trae un poco de azúcar también..
Su madre nunca intentó averiguar de donde Jaime sacaba el dinero que gastaba en las eternas necesidades del hogar. A sabiendas que él no trabajaba, prefería no indagar más allá y dejar que las cosas pasaran como tenían que pasar. Eso si, se mantuvo firme en la decisión que debía estudiar, pero nada más su período de enseñanza básica, con el sólo objetivo de obtener el beneficio alimentario que la escuela le otorgaba. Una vez que terminó octavo, ni siquiera le sugirió que siguiera estudiando.

Esa mañana Jaime merodea en el centro de la ciudad en espera de alguna eventual víctima, para despojarla de cualquier artículo fácil de reducir a dinero. Una mujer con apariencia de oficinista avanza por la calle con sus manos ocupadas por un voluminoso legajo de papeles. Raudo pasa por su lado y con una sorpresiva maniobra le jala la gargantilla que pende de su cuello, arrancándosela. Huye a toda prisa, mientras la agredida, muda por el asombro, no atina a nada, situación que Jaime aprovecha para desaparecer del escenario. Sigue corriendo y al doblar una esquina, choca con una atractiva joven cargada de libros. Con el impacto, ambos ruedan por el suelo, quedando tendidos en una mezcolanza de textos de todos colores y diseños. La primera reacción de Jaime es levantarse y seguir con su carrera, pero al comprobar que nadie lo sigue, se da el tiempo de acercarse a la muchacha aún tumbada y le ofrece su ayuda.
-¡Perdona!. La verdad que no te vi. ¡Ven dame la mano! ¡Arriba!
La muchacha indignada se resiste a obedecerle.
-De veras lo siento es que iba tan apurado. El tono de voz del muchacho la estremece. Levanta sus ojos los que mantenía bajos y se encuentra con una mirada que la inunda como una ola desbocada. La conmoción es mutua y ambos quedan absortos el uno en el otro. Luego de unos minutos de embelesamiento, la chica reacciona y con un tono dulce y coqueto le interroga.
-¿Y dónde iba tan apurado el lindo? Casi me matas con el tremendo empujón. Exclama en un tono de fingido enojo que está muy lejos de sentir. Jaime presa de un sentimiento extraño, y recordando que unas cuadras más allá se ubica una sede universitaria, miente descarado.
-Es que tenía una prueba en la U y me quedé dormido así que iba súper atrasado.
-¡Bueno! Si es así estás perdonado. Ayúdame a pararme que sea, y te vas al tiro para que puedas rendir tu prueba. Yo recojo todas estas porquerías.
-¡No! Igual ya es muy tarde y el profe es súper estricto con el horario. Mejor le digo a mi tío que es médico, me haga un certificado de enfermedad. Sigue mintiendo sin poder explicarse porqué.
-Te invito a tomar un helado.
-Está bien... Pero ayúdame con todo este desastre.

Desde ese evento todo cambia para Jaime. Se siente pisando huevos y respira cortito por que el pecho le duele todo el rato con un dolor exquisito que le produce dolor y placer a la vez. Persiste en sus mentiras a sabiendas que tarde o temprano, ella lo descubrirá. Pero mientras llega ese funesto momento, él disfruta ese sentimiento nuevo que lo ha vaciado por dentro, expulsando todas sus antiguas costumbres y dejando sólo esa emoción nueva que lo trasforma día a día. Ya no roba y ha dejado por completo sus incipientes vicios, e intenta hacer oído sordo a las quejas de su madre y a los reclamos de sus hermanos pequeños que braman por pan. Piensa seguir estudiando su enseñanza media el año próximo en un 2 por 1 y trabajar en el día. Hace un mes que pololea con esa chica linda y educada, que lo cree un universitario novato. Ella está terminando cuarto medio y ha decidido ingresar a la universidad, donde supone él estudia. Ambos se aman con ese amor rotundo y firme como brotes nuevos en primavera. En numerosas oportunidades han estado a punto de traspasar la fina línea de lo prohibido, impulsados por esa hoguera que los quema y los conviertes en dos piezas de metal derretido ansiosas de fundirse para formar una sola, pero se han contenido a duras penas.
-Mañana es mi cumpleaños. Dice ella jadeante después de aflojar un poco el abrazo ardiente. Te invito a mi casa para que conozcas a mis papas. A ver si después me llevas a conocer los tuyos. Jaime siente que su cabello se eriza. ¡Irá a su casa y lo presentará como ella cree que es! Siente el impulso de negarse inventando cualquier evasiva, pero la sola idea que ella sospeche algo o se enoje y dé por terminada la relación, lo incita a seguir adelante.
-Está bien. ¿Dónde nos juntamos?
-¿Puedes venir a buscarme al colegio?. ¿Tienes clases en la tarde?
-¡No! Miente..
-¡Qué bien! Hasta mañana entonces.
-¿Un besito?
-Pero un besito no más. Dice ella con la voz enronquecida por el deseo de hembra nueva.

Al día siguiente Jaime se prepara. Con sus antiguas fechorías ha logrado hacerse de un amplio vestuario. Ante la enorme caja de cartón en la que guarda su ropa, comienza a hurgar en busca de una indumentaria adecuada para el evento. Con sorpresa se percata que hay mucha menos de lo que él calculaba. Quizás su madre la ha cambiado por alimentos en el almacén de la esquina.
Se decide por unos jeans una camisa muy pulcra y la chaqueta que hurtó la noche antes de conocer el cielo.

Ambos jóvenes cogidos de las manos se dirigen a la casa de la chica. Él se deja guiar flotando en la alegría. Le ha regalado la gargantilla que robó esa mañana, cuando en su loca carrera se topó con ella. La muchacha llama a la puerta de la bonita casa inserta en un barrio de clase media. Una mujer cuarentona muy bella sale al llamado.
-¡Hola mamá! Este es Jaime.
-¡Hola mi lindo! Esta chiquilla no habla más que de ti. ¿Cómo te ha ido en la U.?
-¡Bien señora! Encantado de conocerla. Contesta titubeante.
-Ven a conocer a tu suegro. Dice la dama en tono cómplice. Los tres ingresan a la amplia sala donde un hombre alto junto a dos niños, se dispone a encender las velas de una gran torta cumpleañera. Éste se queda mirándolos estupefacto a la vez que exclama.
-¡Desgraciado infeliz! Tú fuiste el que me asaltó hace como un mes... ¡Esa es mi chaqueta!


- ¡Viejo conche e tu mare! Entrega toda la plata si no querís que te raje el paño.
- ¡Ya! Tranquilos. Es todo lo que tengo.
- Sácate los zapatos y la chaqueta, viejo e mierda y apúrate, si no te hago re cagar a tajos..
- Ahí están. Por favor no me hagan nada. Tengo esposa e hijos..
- Esposa si, pero los cabros ni cagando son tuyos viejo culiao, jjajajaj¡Saltando con el celular también!.....
Una vez obtenido el magro botín, los dos muchachos corren a refugiarse entre las sombras a repartir las especies. No cuentan más de veinte años cada uno y ésta es la manera que tienen para mantenerse y pagar sus vicios. Ambos vienen de hogares donde la violencia y el alcoholismo reinan como tiranos inmisericordes. Son dos parias de la sociedad y de sus propias familias.
-¡Oye Jaime! Super cagonas las gueas que tenía el culiao.
-¡Sí poh...¿Sabís Mario? Llévate vos la cagá de celular. Yo ya tengo cómo tres en la casa. Es re difícil vender esas gueas. Parece que ahora hay un cahuin pá bloquearlos.
-¡Chis! Que soy patúo culiao....
-Llévate la mitá de la plata y los zapatos. Yo me llevo la chaqueta. Y no gueis más...
-¡Ya ho! Por ahí andamos mejor....
-¿Y nos juntamos mañana?
-No pasa ná. Tengo que que acompañar a la vieja a la muni.... Va a ir a pedir una güea de nylon. No vis que nos mojamos todos con el temporal de mierda y parece que en la semana vuelve el gueeo de la lluvia...
-¡Puta la güea que la cagai! Y justo cuando necesito más moneas. Bueno mañana hago algo solo.¡ Chaoliín!
-¡Chaolín!
Los chicos se separan y emprenden el rumbo a sus hogares. Jaime se coloca la chaqueta sobre sus hombros y displicente avanza por el embarrado camino que lo lleva a su casa. Palpa en sus bolsillos el escueto dinero obtenido del violento asalto y al pasar por una acequia de aguas putrefactas, deja caer la billetera de su víctima con todos sus documentos en el interior. Enfrenta una destartalada vivienda de material ligero, donde un tropel de perros famélicos le mueve los rabos pelados por la sarna dándole la bienvenida. Abre la apolillada verja de palos desiguales en altura y anchura, sedientos por una mano de pintura, y empuja la desvencijada puerta, la cual jamás permanece cerrada, porque carece de cerradura. Cuando la totalidad de la familia sale, la aseguran con una cadena y un enorme candado oxidado, cuyo peso ha inclinado la frágil hoja de madera como una abuela con artrosis.
Una vez en el interior, lo recibe una habitación fea y maloliente. El piso de tablones en bruto, no ha recibido jamás la caricia de algún producto y en contadas ocasiones es barrido. Su madre, una mujer con todas las miserias y el hastío imaginable a cuestas, le sale al encuentro.
-¿Adónde andabai cabro e mierda? Te estoy esperando hace rato pá que vayai a buscar a tu padre. Todavía no llega y seguro que ya se gastó toda la plata que ganó en la feria.
-¿Y adónde cree que está?
-¿Adónde va a ser? En el bar de don Pepe. Con todos esos viejos que se toman hasta el vinagre.
-No, ahí no está. Yo pasé por allí y no estaba - Mintió. Nunca le gustó ir a buscar a su padre. Sabía la reacción que él tenía cada vez que iba en su busca.
-¿Quizás donde está metido esa mierda? ¿Y ahora ¿Qué hago con tus hermanos chicos? Están muertos de hambre y la señora Filomena ya no me fía. ¡Vieja de mierda! Si igual le voy a pagar.
-No se preocupe mamá. Yo tengo plata. Voy a comprar pan. ¿Qué más necesita?
-¡ La preguntita ¡ Trae un poco de azúcar también..
Su madre nunca intentó averiguar de donde Jaime sacaba el dinero que gastaba en las eternas necesidades del hogar. A sabiendas que él no trabajaba, prefería no indagar más allá y dejar que las cosas pasaran como tenían que pasar. Eso si, se mantuvo firme en la decisión que debía estudiar, pero nada más su período de enseñanza básica, con el sólo objetivo de obtener el beneficio alimentario que la escuela le otorgaba. Una vez que terminó octavo, ni siquiera le sugirió que siguiera estudiando.

Esa mañana Jaime merodea en el centro de la ciudad en espera de alguna eventual víctima, para despojarla de cualquier artículo fácil de reducir a dinero. Una mujer con apariencia de oficinista avanza por la calle con sus manos ocupadas por un voluminoso legajo de papeles. Raudo pasa por su lado y con una sorpresiva maniobra le jala la gargantilla que pende de su cuello, arrancándosela. Huye a toda prisa, mientras la agredida, muda por el asombro, no atina a nada, situación que Jaime aprovecha para desaparecer del escenario. Sigue corriendo y al doblar una esquina, choca con una atractiva joven cargada de libros. Con el impacto, ambos ruedan por el suelo, quedando tendidos en una mezcolanza de textos de todos colores y diseños. La primera reacción de Jaime es levantarse y seguir con su carrera, pero al comprobar que nadie lo sigue, se da el tiempo de acercarse a la muchacha aún tumbada y le ofrece su ayuda.
-¡Perdona!. La verdad que no te vi. ¡Ven dame la mano! ¡Arriba!
La muchacha indignada se resiste a obedecerle.
-De veras lo siento es que iba tan apurado. El tono de voz del muchacho la estremece. Levanta sus ojos los que mantenía bajos y se encuentra con una mirada que la inunda como una ola desbocada. La conmoción es mutua y ambos quedan absortos el uno en el otro. Luego de unos minutos de embelesamiento, la chica reacciona y con un tono dulce y coqueto le interroga.
-¿Y dónde iba tan apurado el lindo? Casi me matas con el tremendo empujón. Exclama en un tono de fingido enojo que está muy lejos de sentir. Jaime presa de un sentimiento extraño, y recordando que unas cuadras más allá se ubica una sede universitaria, miente descarado.
-Es que tenía una prueba en la U y me quedé dormido así que iba súper atrasado.
-¡Bueno! Si es así estás perdonado. Ayúdame a pararme que sea, y te vas al tiro para que puedas rendir tu prueba. Yo recojo todas estas porquerías.
-¡No! Igual ya es muy tarde y el profe es súper estricto con el horario. Mejor le digo a mi tío que es médico, me haga un certificado de enfermedad. Sigue mintiendo sin poder explicarse porqué.
-Te invito a tomar un helado.
-Está bien... Pero ayúdame con todo este desastre.

Desde ese evento todo cambia para Jaime. Se siente pisando huevos y respira cortito por que el pecho le duele todo el rato con un dolor exquisito que le produce dolor y placer a la vez. Persiste en sus mentiras a sabiendas que tarde o temprano, ella lo descubrirá. Pero mientras llega ese funesto momento, él disfruta ese sentimiento nuevo que lo ha vaciado por dentro, expulsando todas sus antiguas costumbres y dejando sólo esa emoción nueva que lo trasforma día a día. Ya no roba y ha dejado por completo sus incipientes vicios, e intenta hacer oído sordo a las quejas de su madre y a los reclamos de sus hermanos pequeños que braman por pan. Piensa seguir estudiando su enseñanza media el año próximo en un 2 por 1 y trabajar en el día. Hace un mes que pololea con esa chica linda y educada, que lo cree un universitario novato. Ella está terminando cuarto medio y ha decidido ingresar a la universidad, donde supone él estudia. Ambos se aman con ese amor rotundo y firme como brotes nuevos en primavera. En numerosas oportunidades han estado a punto de traspasar la fina línea de lo prohibido, impulsados por esa hoguera que los quema y los conviertes en dos piezas de metal derretido ansiosas de fundirse para formar una sola, pero se han contenido a duras penas.
-Mañana es mi cumpleaños. Dice ella jadeante después de aflojar un poco el abrazo ardiente. Te invito a mi casa para que conozcas a mis papas. A ver si después me llevas a conocer los tuyos. Jaime siente que su cabello se eriza. ¡Irá a su casa y lo presentará como ella cree que es! Siente el impulso de negarse inventando cualquier evasiva, pero la sola idea que ella sospeche algo o se enoje y dé por terminada la relación, lo incita a seguir adelante.
-Está bien. ¿Dónde nos juntamos?
-¿Puedes venir a buscarme al colegio?. ¿Tienes clases en la tarde?
-¡No! Miente..
-¡Qué bien! Hasta mañana entonces.
-¿Un besito?
-Pero un besito no más. Dice ella con la voz enronquecida por el deseo de hembra nueva.

Al día siguiente Jaime se prepara. Con sus antiguas fechorías ha logrado hacerse de un amplio vestuario. Ante la enorme caja de cartón en la que guarda su ropa, comienza a hurgar en busca de una indumentaria adecuada para el evento. Con sorpresa se percata que hay mucha menos de lo que él calculaba. Quizás su madre la ha cambiado por alimentos en el almacén de la esquina.
Se decide por unos jeans una camisa muy pulcra y la chaqueta que hurtó la noche antes de conocer el cielo.

Ambos jóvenes cogidos de las manos se dirigen a la casa de la chica. Él se deja guiar flotando en la alegría. Le ha regalado la gargantilla que robó esa mañana, cuando en su loca carrera se topó con ella. La muchacha llama a la puerta de la bonita casa inserta en un barrio de clase media. Una mujer cuarentona muy bella sale al llamado.
-¡Hola mamá! Este es Jaime.
-¡Hola mi lindo! Esta chiquilla no habla más que de ti. ¿Cómo te ha ido en la U.?
-¡Bien señora! Encantado de conocerla. Contesta titubeante.
-Ven a conocer a tu suegro. Dice la dama en tono cómplice. Los tres ingresan a la amplia sala donde un hombre alto junto a dos niños, se dispone a encender las velas de una gran torta cumpleañera. Éste se queda mirándolos estupefacto a la vez que exclama.
-¡Desgraciado infeliz! Tú fuiste el que me asaltó hace como un mes... ¡Esa es mi chaqueta!









Texto agregado el 21-06-2012, y leído por 111 visitantes. (1 voto)


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