No podía creerlo ahí frente a mí después de diez años estaba ella.
- Hola Gloria- exclamé emocionado
- Hola Luís, tantos años – y me beso en la cara.
Yo la amaba desde siempre. Nos conocíamos de niños, juntos fuimos a la escuela, a la Universidad, incluso nuestro primer trabajo lo desempeñamos ambos en la misma oficina, pero por una causa que aún no me puedo explicar, jamás pude declararle mi amor. Ensayaba frente al espejo horas enteras la manera de expresarle mis sentimientos, pero cuando estaba frente a ella, las palabras huían de mi boca y solo me limitaba a comunicarme con un pobre vocablo, lo cual no ocurría con otras mujeres ya que con ellas me convertía en un locuaz interlocutor.
Para mi desgracia, un nuevo empleado se unió a nuestra firma. Desde el primer día de su ingreso comenzó a cortejar a Gloria y yo con mi corazón sangrando veía abrumado como avanzaba en sus intentos.
El día en que Gloria me anunció que estaba pololeando con Carlos, las pocas palabras que profería cuando conversaba con ellas, murieron en mi garganta ahogadas en el llanto que urgía por salir.
Durante los dos años que duró el pololeo de Gloria con Carlos, yo inicié y terminé un sinnúmero de relaciones, pero ninguna logró arrancarla de mi corazón, el que amenazó con detenerse cuando ambos nos anunciaron que se casaban.
La tarde anterior a la boda, me propuse confesarle mis sentimientos y le pedí me diera unos minutos, ella frente a mi me miraba esperando escuchar lo que quería decirle, pero de mis labios salieron una torpes palabras
-Que seas muy feliz.
Al poco tiempo de casados, Carlos y Gloria renunciaron a la empresa, ya que él había conseguido un nuevo empleo en una lejana ciudad. Cuando nos despedimos, el dolor se mezcló con una sensación de alivio, ya que no volvería a verla y quizás la herida con el tiempo cicatrizaría. Pero no fue así y no hubo ni un día que no la recordara y aunque me enfrascaba frenético en innumerables aventuras, me sentía embargado por una enorme sensación de vacío y soledad.
Pero ahora estaba ahí frente a mí e igual que el amor que sentía por ella, no había cambiado nada. Titubeante la invité a tomar un café a lo cual aceptó. Al amparo del pequeño local comenzamos a contarnos lo ocurrido con nosotros durante esos diez años.
Dijo que su matrimonio con Carlos había resultado un desastre, ya que era el hombre más egoísta y frío del mundo. Jamás quiso tener hijos y que a pesar de que ella lo intentó todo, finalmente optó por separarse. Ahora desilusionada y sola, manifestaba estar muy cansada de buscar la felicidad, la cual siempre le resultó esquiva. También me comentó que al día siguiente se marcharía a una lejana ciudad en un último intento por encontrar la estabilidad emocional que ya le atormentaba el alma. Yo quería gritarle que la amaba, que siempre lo había hecho, que estaba dispuesto a tener con ella los hijos que quisiera, que todo lo que podría querer y necesitar lo encontraría en mí, pero para mi desesperación permanecía porfiadamente mudo. En un momento ella se levantó de su silla rumbo al baño, con el propósito de lavar su rostro empapado por las lágrimas. En ese breve lapso de tiempo en que quedé solo, recapacité sobre lo que me estaba pasando, ella se marcharía al día siguiente y quizás jamás volvería a verla y el milagro de encontrarla nuevamente por azar, se desperdiciaría por mi necedad. Miré desesperado a mí alrededor buscando la forma de expresarle mis sentimientos. Mis ojos se toparon con un voluminoso ejemplar de Publiguía que yacía en el mesón del local, me incorpore como impulsado por un resorte y se la pedí al encargado, el cual accedió de inmediato. Nuevamente en mi mesa comencé a arrancar una a una las páginas amarillas….
Cuando Gloria volvió del baño se quedó atónita al encontrarme cubierto de hojas de papel, las que adherí a mi ropa con la mayonesa de la mesa y una servilleta pegada a mi pecho con una leyenda que rezaba “Aquí Encontraras todo lo que necesitas”
Ya llevamos casados cinco años, tenemos dos bellos hijos y Gloria aún hojea esta enorme publiguìa de 90 kilos cada vez que necesita algo y les aseguro que jamás ha quedado insatisfecha. Con respecto al dueño del local al cual asistimos a celebrar nuestro aniversario de boda cada año, se mostró muy comprensivo cuando le expliqué porqué destrocé su ejemplar de publiguìa, pero me pidió lo restituyera a la brevedad, lo que cumplí a cabalidad.
|