LA OVEJA BELINDA
La oveja Belinda vivía en un corral cercano al monte de pinos verdes y álamos muy altos. Una mañana antes que asomara el sol, Belinda decide abrir la tranquera y salir de paseo por la campiña sin que nadie la viera.
Cuando el sol ya había asomado y el pastor va al corral a sacar al rebaño se da cuenta que Belinda no estaba. Belinda había desaparecido. Todo el vecindario se entera y sale a buscarla.
Belinda, sin saber lo que en el corral ocurría, se acomodó su hermoso moño rojo que llevaba en su cabeza y comenzó a caminar, a correr, a balar y a jugar con el chimango, con los gorriones saltarines, con los patos salvajes de la laguna. También saludó alegremente a las flores silvestres y a los escarabajos andariegos.
De pronto se dio cuenta que el sol ya no estaba y que la noche había llegado, pero no tuvo miedo porque la luna redonda y algunas estrellas prometieron acompañarla. Decidió entonces buscar un lugarcito tibio y ponerse a dormir. Soñó con los pastos tiernos, con las flores amarillas, con los patos de la laguna y con su mamá.
Al día siguiente un arriero que por allí pasaba vio una oveja con un moño rojo sobre la cabezo y se preguntó:
- ¿será Belinda? – y sin esperar más la llamó suavemente:
- ¡¡Belinda!! – y nada.
- ¡¡ Belindaaaa!! – gritó con fuerza y ella al escuchar su nombre movió la cabeza.
El arriero se dio cuenta que la había encontrado y dio aviso al pastor quien salió rápidamente a buscarla, y al verla con mucha dulzura la llamó:
- Belinda… vamos al corral… Belinda.
Ella muy dócilmente emprende su camino al corral. Cuando llegó todo el rebaño festejó su regreso y el pastor la premió con la alfalfa más sabrosa que guardaba en el granero.
Todo volvió a ser como antes. Belinda siguió durmiendo en el corral durante las noches junto a su mamá y a sus amigas. Y cada mañana después de la salida del sol, el pastor abría la tranquera y todas juntas salían a comer por el campo y tomaban agua fresca de la orilla del arroyito.
Pero Belinda no era feliz, ella no quería ser una oveja más del rebaño. Se sentía diferente, ni mejor, ni peor, tan solo diferente. Fue así como en un amanecer cualquiera, abrió suavemente la tranquera y luego de darle un dulce beso a su mamá que aún dormía, juntó todo su coraje y se fue.
Desde entonces vive en la inmensidad de la campiña, junto a los cientos de animalitos que allí encontró y que corren libremente y juegan con ella. En el corral todo sigue igual. Entendieron los deseos de libertad de Belinda y son felices sabiendo que ella es feliz
Su mamá, algunas noches, sueña con Belinda y la ve jugando con los rayos del sol junto a los pastos tiernos y a las hermosas flores amarillas.
POKIA
|