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La visita del Canario

En una de las tantas vacaciones, que fui al campo a quedarme unos días con mis abuelos, me ocurrió algo muy particular.

Más o menos a los tres días de haber llegado a la finca, observé un pajarito de un hermoso plumaje amarillo, que llegó con cierta dificultad al patio y posó sus patitas en un lugar específico de la cerca, para luego quedarse inmóvil como una figura de yeso, sus ojos dejaban ver una mirada triste y apagada.

Yo me quedé por un largo rato esperando que retomara de nuevo su vuelo, para poder saber donde estaba su nido y así llevarle alpiste, frutitas picadas y un poco de agua.

Deduje que estaría triste porque no tenía comida y tal vez podría estar algo sediento. Pero de manera increíble el tiempo pasaba y el pajarito seguía en el mismo lugar.

Pronto se hizo de noche y una ligera llovizna comenzó a caer, obligándome a entrar a la casa.

Yo seguí mirando al pajarito a través del cristal de la ventana, daba la impresión que estaba dormido, la lluvia se hizo más fuerte y sin el menor temor a mojarme, y a escondidas de mi abuela, abrí la puerta y me fui acercando lentamente al lugar donde permanecía inmóvil el pajarito.

Con sumo cuidado para no despertarlo estiré mis dos manos para tratar de atraparlo, pensé que apenas sintiera mi presencia, se echaría a volar, pero para mi sorpresa, al ver el pajarito mis manos abiertas, prácticamente se tiró en ellas, al punto que casi se me cae al piso.

El pobre pajarito temblaba de frío, estaba húmedo y destilaba gotitas de agua de sus alitas, como pude lo envolví en mi suéter y lo llevé a la cocina, que era el lugar más caliente de la casa, una vez allí, tomé un paño de cocina que estaba sobre la tapa de una olla de agua recién hervida, que aún mantenía su calor, y con el mismo paño lo terminé de secar y lo envolví hasta que dejó de temblar.

Así envuelto como estaba en el paño de cocina, y expuesta a una buena reprimenda de parte de mi abuela, me dirigí al salón a buscarla para enseñarle al solitario pajarito.

Al ver mi abuela al pajarito con su plumaje amarillo, dijo enseguida que se trataba de un canario.

Después de un breve regaño por haber salido a mojarme con el agua de lluvia, fuimos juntas a la cocina a darle algunos granitos de arroz y cebada picada, al pobre y hambriento animalito.

Casi no comió, pero si bebió un poco de agua, mi abuela me insistía que una vez dejara de llover, lo llevara de nuevo al patio para que volara a reunirse con sus compañeros.

Yo angustiada trataba de convencer a mi abuela, que lo dejara dormir esa noche en la casa, pero ella me hizo entender, que los animales a los cuales Dios le había dado alas, eran para que volaran y fueran libres. Bajo esa filosofía acepté dejarlo en el patio para que volara.

No sé por qué, esa noche me fui a la cama muy triste pensando en el pobre Canario de la mirada triste.

A la mañana siguiente, me desperté sobresaltada al escuchar el trino de un pájaro, que más que cantar…lloraba.
Salté de la cama para asomarme por la ventana, y no pude contener la emoción, al ver al Canario parado sobre la cerca igual que el día anterior, corriendo fui al patio a buscarlo y noté en sus ojitos que estaba igual de triste, sin vacilar lo tomé de nuevo en mis manos, y empecé a pasarle la mano por su endeble cuerpecito.

Así fue que me pude dar cuenta, que tenía una especie de espina atravesando sus alitas y seguramente eso era lo que le impedía volar. Con mucho cuidado le retiré la espina, ésta al parecer llevaba días incrustada en sus alitas y quizás tratando de quitársela se le había hundido en la piel.

Al ver que sangraba un poco, fui en busca de un trozo de gasa y alcohol para terminar de limpiarle la pequeña herida.
Ese día con la noche incluida, el Canario lo pasó dentro de la casa, para protegerlo de que no se le infectara el rasguño.

Con el pasar de las horas el Canario fue cambiando, su mirada ya no era triste y melancólica.

Esa noche, mi abuela dejó que el Canario durmiera en una caja de zapatos en un rincón de mi habitación.
Al amanecer fui despertada nuevamente por su canto, pero esta vez no era un canto triste, al contrario era alegre y cristalino.

Mi abuela le ofreció frutas picadas las cuales devoró con avidez. Al revisarle sus alitas y la pequeña herida, noté que ya estaba bastante mejor.

Esa misma tarde cerca del anochecer, mi abuela y yo estábamos en el salón jugando con el Canario, cuando de repente! Escuchamos un extraño zumbido, al asomarnos a la ventana vimos alrededor de una docena de pájaros similares al Canario, en ese momento todos los pájaros se posaron en la cerca del patio y entonaron al unísono un cántico que hizo que el Canario se agitara y comenzara a cantar igual que ellos.

Yo quise sujetar duro al Canario para que no se me escapara de las manos, pero mi abuela me dijo: “Suéltalo hija, que ellos son su familia y lo vinieron a buscar, además recuerda lo que te dije, los animales tienen alas para volar libres, si los retienes contra su voluntad, jamás volverá a cantar con alegría y sus ojitos siempre estarán tristes”

Dos gruesas lágrimas rodaron por mis mejillas antes de abrir la puerta, y dejarlo en el patio donde su ansiosa familia lo esperaba para emprender el vuelo de regreso a casa.

Durante los dos meses que estuve de vacaciones con mis abuelos, el pequeño Canario no dejó nunca de acudir a visitarme.

En las mañanas siempre me despertaba con su lindo y cristalino trinar, y al caer la tarde, se posaba en la cerca unos cuantos minutos y podía ver en sus ojitos el agradecimiento a la niña que lo salvó de una muerte segura.

María B Núñez

Texto agregado el 20-06-2012, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


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