LA HISTORIA DEL ARUPO ROSADO
"Yo soy la flor zamorana, teñida de primavera
que despuntó en la ribera, de la campiña lojana,
con mi primor se engalana, el regio manto del día
porque soy la gallardía, de las épicas hazañas
que vieron estas montañas, de la inmensa serranía..."
Llega agosto y con él el verano a Loja y los arupos empiezan a florecer. Hace mucho tiempo que quería compartir esta historia nuestra sobre un árbol tan llamativo y tan propio de la vida de mi ciudad: el arupo rosado.
Es curioso e increíble cultivar el arupo rosado un árbol no apto para impacientes ni “alcanfores”. Se prepara la tierra, se siembran las semillas, se las cuida y, durante mucho tiempo, no sucede nada. Se sigue regando, protegiendo de las plagas, abonando y quitando las malas yerbas. Pasa un año, dos, tres, cuatro años… y tampoco se ve nada. Entre agua, abono, cuidado constante y, sobre todo, mucha, muchísima paciencia pasa el quinto año y también el sexto. ¡Por fin! en el séptimo año empiezan a salir fuera del surco unos pequeños brotes de lo que será ¡una magnificencia color rosa, nacida de la tierra! Ha llegado el día en que la semilla despierta de su letargo y empieza a cantar “en la ribera, de la campiña lojana” con voz de mirlos, chirocas, charros y gorriones exhibiendo su esplendorosa belleza.
En estos largos años de espera y de supuesta falta de actividad, el arupo estaba formando debajo de la tierra y, muy calladamente, sus raíces, sus tallos, que le van a permitir sostener el crecimiento de un árbol de seis a ocho metros de altura. Un paraíso de color rosa con resplandores violeta, que será nido de colibríes, de pájaros cantores, de emplumados pájaros de colores…
Es una historia cautivante ¿verdad? de la que siempre he creído que es una hermosa metáfora que está bajo el signo de la perseverancia y la paciencia.
Cuántas veces nos ha pasado como a la semilla del arupo rosado que los días de nuestra espera se vuelven meses y años y nos desesperamos creyendo que nada está sucediendo en nuestra vida.
Si estamos seguros que vale la pena luchar por ese sueño nuestro, tan soñado y acariciado, hemos de aprender a ser pacientes, perseverantes para no abandonarlo, para no desanimarnos por no ver enseguida resultados, ¡No olvidemos que algo magnifico siempre estará sucediendo en lo más íntimo de nuestro ser! Estamos creciendo, madurando y preparándonos, a veces imperceptiblemente, tan suave, que ni nosotros nos enteramos. ¿Será, tal vez, porque ese sueño está echando raíces?
Para que un sueño se cumpla lleva tiempo, dedicación, exige aprender y aprender más cada día, aprender y estar dispuestos a arriesgar por algo que tenemos sembrado en el corazón, y es por eso que seguimos adelante sin que importen los obstáculos, sin dejar que mueran los sueños, sin abandonar el surco donde sembramos, sin dejar que la vida pase como tarde de domingo, sin pedirnos cosas importantes y exigiéndonos apenas nada.
Cuando empiezan a salir del surco los primeros brotes…renace la fuerza para continuar ese sueño hasta ahora lejano. ¡Adelante!, el empeño que ponemos será la diferencia para que los simples deseos se transformen en sueños realizados como en agosto el milagro de los arupos florecidos.
Zoila Isabel Loyola Román
ziloyola@utpl.edu.ec
Loja, Ecuador 8 de septiembre de 2011
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