La Leyenda del Oasis

Cuenta la leyenda que la princesa Areia(1) acostumbraba llorar sobre las dunas del Sahara. Lloraba sin lágrimas, puesto que siendo descendiente directa de una raza privilegiada, su llanto cumplía el único propósito de alimentar los arenales de aquel desierto; aumentarlos, perpetuarlos para su conservación.

Mas una vez se enamoró y fue una catástrofe. Llegó a ser el depositario de su amor un hombre que vagaba entre las dunas y se alimentaba de cada tormenta de arena. Destinado a vivir en aquella planicie amorfa, en una ocasión erró su peregrinaje, perdió la brújula, y desorientado se halló frente a la insigne princesa. Le tomó de la mano y la dirigió en un vuelo a través del cielo despejado que atestiguó repentinamente sus goces amatorios. La tela transparente del ropaje real fue develada en mitad del firmamento con cada embestida suya, en mitad de cada jadeo.

Aquella primera y única cópula resultó ser memorable, no sólo porque se daba en medio de un vuelo sobre el desierto, sino porque la atmósfera se violentó tanto con el dúo de cuerpos, que la potencia e intensidad del acoplamiento detonó una calamidad.

Desde el mismo centro del mar de arena, el portento sucedió. Elevando ambos manos y rostros vieron caer unos copos de nieve vehementes, de una fogosidad implacable, de una brillantez centelleante. Y comenzó a nevar sin parar, justo antes del estallido de los dos amantes (2).

A las huellas que el tiempo ha secado para rememorar aquel prodigio, se les conoce hoy como los oasis del desierto.


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(1) Areia: arena en portugués.
(2) En el desierto del Sahara sólo ha nevado una única vez en la historia del planeta sin que el calentamiento global vuelva a permitir la posibilidad de repetir tamaña hazaña. Fue un 18 de febrero de 1979.

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