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“Es flaca sobremanera
toda humana precaución,
pues en más de una ocasión
sale lo que no se espera.”
José Manuel Marroquín



¡Maldito perro!, había repetido una y mil veces don Ricardo, que vivía en la última casa del Callejón Sin Salida.
Es que casi todas las noches, al regresar del trabajo, de la casa anterior a la suya, por un boquete salía un tremendo perro gruñendo amenazante y tirando mordiscos si se descuidaba. Esa fiera era su guerra, su temor y preocupación, alterante de su ánimo ya cansado por el trabajo del día.
Hacia un mes atrás había conversado con el dueño del feroz animal, para que no le dejara suelto o tapara el boquete por donde salía, y este le respondió con sorna y despreocupación: ¡Mátelo, si quiere!
Hoy, había repetido la hazaña diaria con más coraje que el de costumbre pues, pensó que será la última batalla con ese demonio.

Satisfecho, calentó su cena y la saboreó con fruición y tranquilidad. Era viernes, y al día siguiente, por ser festivo, no tendría que ir a trabajar. Su mujer y los dos hijos, aprovechando ese fin de semana largo, habían ido al sur a ver a su suegro.
Vio las noticias y gozó una película cualquiera. Al concluir esta, extrajo de un cajón un par de latas de atún y comenzó a abrirlas.

De pronto, sintió ruido, algunos gritos de terror de una mujer, y el perro del vecino comenzó a ladrar sin parar. Luego, otro alarido no menos aterrante del vecino. Este no era el mejor de los vecinos, pero Ricardo se dio cuenta de que algo estaba sucediendo en esa casa, y creyó su deber averiguar qué acontecía. Dejó la segunda lata a medio abrir y salió rápido, no sin antes proveerse de un palo para defenderse del perro.

La puerta del antejardín del vecino se hallaba entreabierta. El perro no cesaba de ladrar y esta vez no lo atacó. Ladraba hacia la casa cuya puerta también se encontraba medio abierta. Nuestro hombre entró precipitadamente.
Lo frenó un revólver que antes apuntaba a la familia, cuatro personas amarradas y sentadas en el sofá, en un rincón. El dueño de casa sangraba abundantemente por su nariz. Se había resistido y lo habían golpeado. Un segundo asaltante salió de la pieza vecina, llevando en sus manos algunas especies de valor.
- Y este, ¿de dónde apareció?, preguntó al verlo.
- Soy un vecino, aclaró Ricardo. Sentí gritos y pensé que necesitaban ayuda.
Se dejó amarrar, para que no le rompieran la nariz también, porque detrás del él apareció un tercer sujeto, que estaba aguardando en una camioneta afuera, y que no alcanzó a intervenir al pasar Ricardo. El que apuntó con su arma primero a Ricardo continuó vigilándolos, mientras los otros dos hicieron varios viajes cargando la camioneta con enseres que les interesaba llevarse.

- ¿Y su señora?, preguntó la vecina a Ricardo.
- Felizmente no está, respondió sin medir sus palabras. Fue con los muchachos a ver a su padre en el sur. Estoy solo.
Esto lo oyó el que los vigilaba, despertando su curiosidad.
- ¿Dónde vives?
- Aquí al lado.

Acabada la faena, el ladrón contó lo escuchado a sus compinches. Deliberaron en voz baja y decidieron: Encerraron a la familia en el desván arrastrándola, previa revisión de las ataduras, y a Ricardo, tras desatarlo, lo llevaron, para ir también a desvalijar su morada La poca iluminación del callejón y lo avanzado de la noche facilitaba el trabajo de los malandrines.
Ricardo les abrió la puerta. Adentro fue nuevamente amarrado de pies y manos, mientras desvalijaban el hogar.
- ¡Oye, tenemos comida!, comentó uno al ver las latas de atún. El trabajo me dio hambre.
- Bueno, nadie nos apura, comentó otro que, enseguida preguntó a Ricardo:
- ¿Tienes pan?
- En la cocina hay, respondió esperanzado. Y algo de ensalada, añadió.
- ¿Y hay vino?
- Eso no.
Sintiéndose dueños de la situación, los malandros se dieron tiempo para degustar calmadamente las dos latas de atún con bebidas que encontraron.

Aún no concluían la inesperada merienda, cuando comenzaron los retorcijones con violencia creciente.
- ¿Qué tenían estos tarros?
- Nada. Los estaba abriendo cuando sentí bulla al lado y salí a ver qué ocurría, aclaró Ricardo, sorprendido por la inusitada y veloz virulencia del alimento, que hacía ahora de los prepotentes ladrones inermes personas que se revolcaban de dolor en medios de ayes y carreras al baño. Y les propuso:
- Si me sueltan prometo ayudarles. Tengo bicarbonato y limones por ahí, y les puedo preparar una agüita de hierbas.

Al comienzo no accedieron, mas, como el tormento arreciara, tuvieron que aceptar, no sin amenazas si no cumplía. Y apenas pudieron desatarlo.
Ricardo fue a la cocina, llenó el hervidor y puso a calentar el agua. Abrió una llave de agua y movió unas ollas para dar a entender que estaba trabajando. Luego, tomando el filudo cuchillo cocinero salió veloz
por la puerta lateral, corrió a casa del vecino, desató al dueño de casa y le dejó el cuchillo para cortar las demás ataduras. Llamó por su celular a carabineros, y lo entregó al vecino dándole instrucciones al para que les explicara y pidiera ayuda; que luego, fuera a su casa y entrara sólo si él le abría la puerta. Y, apurado, regresó a su casa, observando de paso que el perro yacía temeroso en un rincón, pues uno de los ladrones le había pegado un violento puntapié al salir.
Justo cuando ingresaba, uno de los ladrones entraba a la cocina. Lo amenazó con su arma, pero le explicó que había salido a orinar al patio, puesto que ellos ocupaban el baño. Casi no terminó de explicar porque elladrón también se fue presuroso al baño dado que las náuseas lo apuraban.

Ricardo entró a la sala, tomó los dos revólveres que los bandidos habían dejado en la mesa para apretarse el estómago que les ardía, y entregó uno de ellos al vecino, que llegó justo cuando abría la puerta de calle.
- Ya vienen, le comunicó éste en voz baja, refiriéndose a la policía.
Juan se dio por enterado y entró al baño, que tenía las puertas abiertas.
- ¿Necesita ayuda?, preguntó al que allí estaba, sacándole rápidamente el revolver que mantenía en su pretina.
- No me gusta que me amenacen con armas de fuego, le comentó. Me producen diarrea.
El ladrón comprendió y tambaleándose fue a reunirse con sus compañeros exhaustos en la sala.

Lo demás fue rápido. Esa noche los carabineros se hallaban de ronda cerca de allí así que no tardaron en llegar. Al sentirlos llegar, Ricardo salió al antejardín y comentó con ellos la situación, para que los ladrones no lo escucharan, mientras el vecino los vigilaba Les explicó lo de los atunes. Los carabineros ingresaron y los llevaron, en calidad de detenidos, en el furgón a la Posta Central para que los atendieran.

Como buenos vecinos esta vez, se ayudaron mutuamente a regresar los objetos sustraídos a sus respectivos lugares. Ellos lo invitaron a compartir un café con tostadas.
- ¿Qué les pasó que se enfermaron?, preguntó don Pepe, el vecino.
- ¿Quiere la verdad, vecino?
- ¡Por supuesto!
- ¿Se acuerda cuando hace un mes le reclamé porque el perro salía por las noches a atacarme?
- ¡Sí!, y le ruego que perdone por no haberle escuchado como debía.
- Usted me dijo: ¡Mátelo, si quiere!
- Me avergüenzo, don Ricardo.
- Le cuento esto no para avergonzarlo, sino porque esa respuesta suya fue hoy salvadora para nosotros.
- ¿Cómo así?
Pues, porque entonces yo pensé: Entonces, hay que matarlo para vivir tranquilo.
- ¡Pobre Boby!, exclamó la señora.
- ¿Se llama Boby? Yo no hallaba cómo matarlo, hasta que se me ocurrió una idea loca: compré dos latas de atún, les abrí un par de piquetes a cada uno para que les entrara aire. Las dejé un par de semanas para que se descompusieran. Esta noche me quedé despierto para dárselas a Boby y muriera envenenado. Estaba abriendo las latas cuando sentí los gritos y fui a ayudar. Cuando me trajeron acá, los ladrones las vieron, se les abrió el apetito y…
- Se intoxicaron.
- Exactamente.

Y celebraron riendo la feliz coincidencia.
- Pero, ahora, se me ha ocurrido otra idea loca.
- ¿Cuál será?
- Cuando mi señora cocine pollos, personalmente le tiraré los huesitos a Boby y nos haremos buenos amigos.

Ahora, cuando regresa Ricardo de su trabajo, Boby, el tremendo,temible y maldito perro, sale a su encuentro meneando alegremente el rabo, mendigando una caricia.

Texto agregado el 20-06-2012, y leído por 202 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
08-04-2013 Muy bueno tu cuento, ahora huesos de pollo al perro no le pueden perforar las tripas. Lo vas a mataaaaarrrrr. elbritish
24-06-2012 Hola simasima, me gustó mucho tu cuento. Divertido y con un final feliz. Saludos LoUiNiBmaG
20-06-2012 Una historia estupenda, bien elaborada y redactada, gracias ****** jagomez
20-06-2012 Que cruel es la vida. ¿no cree? miamigo
 
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