Sonaba la canción cuando ella preparaba el pollo en la cocina.
El volumen estaba al máximo.
En una cocina baldosada en un verde musgo.
El filo del cuchillo parecía coordinarse con la aguja del tocadiscos.
Era una canción en inglés.
Él se encontraba en el living, sentado a lo indio mirando hacia arriba como giraba el disco, fue en un mediodía de luces blancas.
A su costado estaba ella, en realidad su espalda descubierta y el vestido con lunares que caía hasta sus piernas.
Ella tarareaba y cortaba las verduras para el pollo.
Y aunque él no entendía lo que decía la canción, habían risas prematuras y una cierta inflación en el vientre que le hacía agarrar los pies de la mesa donde reposaba la máquina, una de ellas estaba suelta y mal amarrada con cinta.
Cantaba agudo y sin ritmo, le faltaban los dientes delanteros por lo que seseaba algunas partes del estribillo.
Alzaba los brazos y movía los dedos como si quisiera agarrar el aire, o la música.
La olla de presión comenzó a sonar, era el punto de ebullición.
Y entre el retumbar del cuchillo contra las verduras, la olla de presión y el tocadiscos, había una reverberancia peligrosa, un choque de ondas sonoras anunciantes.
Se produjo un silencio entre la cocina y el living.
La canción había llegado a su final, al mismo tiempo en el que ella arrojaba las verduras al agua hirviendo.
Y como la aguja no retornaba a su punto, él intentaba llegar a ella aferrándose de las patas delanteras, con una mano en cada una de ellas, haciendo presión hacia su pecho, quedando justo debajo del tocadiscos.
Rechinaban en el silencio las patas traseras, mientras cada vez más la cinta de la delantera se hacía más floja.
Las piezas desmenuzadas del pollo iban entrando una por una en la olla.
Tambaleaban los costados, mientras el sonido de una canción ajena seguía reproduciéndose.
De un tirón, la pata delantera quedo totalmente desencajada, pero fue la única que quedó de pié, tenía cinta en la parte superior.
Habían pedazos de vidrio por todo el piso, también algunos sobre el mismo tocadiscos.
El impacto fue lo suficientemente fuerte como para romper el silencio acústico que había entre los dos espacios.
Desde la cocina se veía parte de un brazo tumbando junto a algunos restos de vidrio por los lados, pero no se veía lo suficiente como para ver más allá del cuerpo o parte de la máquina.
Lo único que si se podía saber con certeza era que el vinilo seguía emitiendo un sonido ajeno medio atrofiado.
Y antes que ella pudiera siquiera mover un músculo, el pollo ya estaba blanco.
Nadie nunca supo el nombre ni la letra de la canción, porque estaba en inglés.
El Alicurco |