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EL INGRÁVIDO

Me desperté, y en apenas un segundo, y mediante un paso que se transformó, por arte de magia, en un gran salto, me encontré, de repente, parado en la puerta de mi dormitorio. Miré para atrás sin entender cómo había llegado a hacer más de cinco metros en un instante. Pensé que estaba soñando, no sería la primera vez que mediante este artilugio de la mente uno se inventaba cosas para luego, en realidad, seguir durmiendo, como un simple mecanismo de defensa contra la vigilia. Pero éste no parecía ser el caso.
Abrí la puerta de mi dormitorio, di un paso como de cinco metros, atravesé el pasillo y aterricé suavemente en el baño. Confundido, me tomé de las paredes para no salir volando nuevamente. Lo primero que pensé es que me encontraría, quizás, en los albores de una rara enfermedad de la percepción. Algo había leído alguna vez al respecto. El tiempo y el espacio se distorsionan, a veces, en este extraño tipo de padecimientos. También cabía la posibilidad de haber ingerido, mediante un descuido, alguna sustancia alucinógena de dudosa procedencia. Esto era lo menos probable, porque yo no conocía ni siquiera la nicotina. Opté por la primera de las hipótesis.
Seguí caminando tomado de las paredes hacia el living donde se encontraba un teléfono para discar a mi médico personal; me sentía muy liviano, mis brazos ejercían una fuerza inversamente proporcional a la que me hacía volar. No se trataba, concluí, de un desorden de la percepción. Telefoneé sin éxito a mi médico, el aparato estaba algo lento.
Luego me dirigí nuevamente al lugar que dio origen a todo esto: el baño de mi casa. Lo ejecuté de un salto y encontré la verdad cuando hice uso del inodoro. Los fluidos quedaban flotando en el aire como si estuviese en la luna. De chico siempre me decían eso, pero nunca pensé que efectivamente algún día se llegaría a cumplir. Comprobé más tarde, que todos los objetos que yo lanzaba al aire sufrían el mismo destino: flotaban como cuerpos celestes en el espacio sideral.
Las cosas se ponían cada vez peor esa edxtraña e ingrávida mañana. Huí del baño, catapultado por los fluidos flotantes, hacia la cocina. Antes del incidente, yo solía desayunar a esa hora y prepararme para salir a trabajar, pero esta vez me fue imposible verter el café en la taza: quedaba sujetado en el aire como una densa nube negra a la que ningún viento se negaba a mover. Decepcionado, me senté a pensar en una solución, aferrado de los respaldos, en el sillón del living.
Me percaté que mis pensamientos también eran más lentos; mi cabeza, aligerada de gravedad, se sentía más liviana, como un globo aerostático. De pronto, me surgió la inocente travesura de jugar con los objetos. Lo hice y convertí mi casa en un gigantesco móvil como aquellos que una vez conocí. Las cosas se deslizaban por un corredor ingrávido de una pieza a otra con sólo mover un dedo.
Descubrí más adelante, que la condición de ingravidez de los objetos era de una gran utilidad para la vida doméstica. Varias tareas se podían realizar al mismo tiempo. Leía, mientras me vestía y almorzaba mientras me peinaba, como si tuviese una obsecuente e invisible secretaria a mi lado.
Con el tiempo aprendí un montón de nuevas habilidades que envidiarían hasta al más osado de los astronautas. La que más me hacía feliz era ciertamente la de volar, pero siempre sufría la intimidación de las paredes y la limitación de los circunscritos techos.
Decidí un día, que ya era hora de enseñarle al mundo mis nuevas capacidades y usarlas en mi beneficio y en el de todos. Un abanico de posibilidades se me presentaba con sólo abrir la puerta de mi casa y salir al mediocre mundo de la gravidez, ese mundo de cosas establecidas, sin vuelo y sin libertad.
Lo realicé bien temprano; al principio caminé tomándome de las paredes, y de los árboles, pero se tornaba todo muy lento y yo necesitaba llegar más rápido a mi destino.la gente me miraba con desprecio, no soportaban que alguien supiera volar. Logré bajar a la tierra y con gran dificultad traté de recordar cómo era deslizarse por el piso.
No fue suficiente con esto, los obstáculos se me presentaban en cada momento, como si se hubiese organizado un gran complot en mi contra. Por esa razón, lo mejor fue dirigirme por el sector que era el más veloz y el más eficiente de todos: el subsuelo.

GABRIEL FALCONI

Texto agregado el 16-06-2012, y leído por 175 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
12-12-2013 Un relato muy interesante. Me quedé con el deseo de continuar la historia. 5* pitrimitri
05-09-2012 Muy buena tu historia. Felicidades. umbrio
01-08-2012 interesante tu cuento lo que nos ahorraríamos en medios de transporte!!!!!!!!!!!!*********** yosoyasi2
21-06-2012 Muy lindo cuento. "El ingrávido" es perfecto y suena a personaje con mucha fuerza. Solo le quitaría, en mi humilde opinión, la ingravidez a los objetos. Que el ingrávido sea solo él. Felicitaciones ***** GaryLuna
 
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