Una vez tuve un novio poeta
que, además de escribirme
versos en la piel,
me llamaba cuentista.

Decía él que contaba yo
con mis medias verdades
y mis completas mentiras
cuentos, retales de vidas ajenas,
que tal vez ni existieran aseguraba
pero yo las hacía mías.

Odiaba oírme filosofar
dudando de todo un poco,
de la existencia de mi,
o de él, del mundo en sí
cuando llega la noche
y dejamos de sentir.

Otra vida después encontré
su perfil en un oscuro lugar.
Yo dejé de escribir
algunos años atrás,
olvidé esa parte de mí
en un recodo al pasar.
Él tampoco era poeta ya
sino feriante mercadeando
con libros que no escribió jamás
que no leyó y solo andaba manoseando.

Hoy, en otra vida más,
quisiera decirle que tengo
mis épocas de sequía
pero siempre vengo
de hacer el amor y la guerra
con mi febril musa,
que sigo escribiendo
-casi siempre- y , a veces,
recuerdo la tinta invadiendo
trozos de mi piel desnuda
las noches de primavera,
sonrío pensando
en ti versificando mis manos
y en mi mirando a las estrellas.