Melina jugaba a las muñecas a la edad que su amigas, vivían sus primeros romances juveniles, falsas creencias que el príncipe azul esperaría embelezado por su llegada y caería rendido a sus pies descalzos, y pequeños, pero no... sus pies distaban de ser pequeños, eran largos, finos y grandes, nada que ver con los pies de cenicienta. Y enmarcaban a esa figura huesuda alta, desgarbada... Mientras su abuela y su mama la atenaceaban que se vistiera como señorita, que abandonara sus actitudes juveniles y adoptara posiciones seductoras_ ya no sos una nena. -_Así no vas a conseguir novio.Lo que pueden hacer es dejarla tranquila.
Melina acusaba recibos de sus sugerencias, ruborizándose hasta las orejas, que también parecían disgustarles a sus padres por su forma trapezoidal, y asimétrica.
Coronadas todas esas virtudes, estaba el acne juvenil rebelde y pertinaz, macula que enarbolaba como estandarte para que nadie penetrara en ese mundo vulnerable y ella admitir su honda soledad, agazapada que gemía en su interior a la mujer en que se convertiría ese patito feo... Sentada estudiando y cavilando pasaban los días yendo la escuela del pasaje Damotas, con su cogote desgarbado, hasta que conoció al marinerito, de frente amor presente.
Hay que decir igual que Melina era bella, aùn por los granitos de su acnè, porque su cuerpo era como una guitarra, y sus pequeños pechos, estaban enhiestos y su andar era gràcil y leve. Ademàs tenìa los ojos verdes, cristalinos, y su mirada era exquisita, austera pero no altanera.
Todas sus amigas de la secundaria la envidiaban. Y es que Juan venia a buscarla a la salida con su uniforme blanco, y su gorra, al lado del cuerpo,
- que presencia,
- que sutileza,
- que frenesí.
Esa noche le dijo que la llevaría a la embarcación. Melina estaba muy nerviosa, más que algunos besitos a la entrada de su casa. Más osadía no hubo. Apoyados contra el árbol de la vereda, que sería el único testigo de las caricias, unos deslices en la entrepierna, a los que Melina odiaba con todo su pudor de adolescente.
Y llego la noche esperada. Melina acuciada, por los mandatos paternos, a juzgar por su atuendo, estaba vestida para seducir, a pesar de eso en su interior era una niña asustada, tímida y vergozosa hasta la insania.
Juan se estaba desvistiendo, cuando Melina ser percato de lo que iba a suceder, con sus uñas largas lo araño desde las piernas para abajo, aterrorizada, le arranco el reloj, y en la noche lloviznosa huyo desesperada, sabiendo que ya no sería la misma. La noche la esperaba cerca del río. Salió. Corriò asustada. Trastabilló.
Despuès aminorò su paso, aùn sin saber donde se encontraba. Arreó su camisa, y su ropa hecha jirones. Llovía despaciosamente sobre su alma, y caminó lentamente hacia su madurez.
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