DON JERÓNIMO, EL JUDÍO
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por Alejandra Correas Vázquez
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Cuando el río Suquía era navegable en tiempos de la fundación de Córdoba (Argentina), los grandes ríos de esta provincia colonial poseían una riqueza ictícola que alborotó los planes programados por la Real Audiencia de Charcas, situada en el Alto Perú (hoy Bolivia).
Allá en el año del Señor de 1582 un “Memorándum” enviado por los vecinos cordobeses, hízoles volver a aquellos altivos Oidores sus miras hacia el Tucumán (del cual Córdoba formaba parte), proyecto que no estaba hasta entonces en sus cálculos. Menos aún lo estaba este “Tucumanao” —zona de frontera más allá de la Salina Grande— donde dicho grupo de andaluces pioneros hallábanse radicados a la sazón. Pues en ese lugar “extramuros” habían fundado en 1573 la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía. Y los andaluces solicitaban ayuda 9 años después de su arribo...
Y además de ello: ¡Reclamaban por su fundador! ...de quien dicen, en ese escrito, carecer de noticias desde hacía 9 años. Lo que evidencia que nada se sabía, a casi una década, del triste fin de don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo.
En este documento de 1582, aclaran y firman todos los vecinos diciendo no tener noticias de su jefe expedicionario y fundador de esta ciudad “Córdoba de la Nueva Andalucía” desde que fue llevado de allí, a poco tiempo de la creación de su ciudad, por una guardia armada que vino en su busca. Ellos lo vieron partir al parecer sin violencia, y recorriendo todo el Tucumán carecían de noticias sobre él.
Don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo era un hidalgo andaluz converso, pero circunciso, hijo de la judía Miriam de Toledo, amante del caballero español Luis de Cabrera. Todos sus hermanos fueron en realidad “medio hermanos” y él, favorito de su padre, era el bastardo. La familia Cabrera lo rechazaba, y como no dejó descendencia de su apellido, en la actualidad sus parientes desde Perú a Argentina quieren todos emparentarse con él. Algo tarde pues, ya que ni siquiera lo recibieron ni lo defendieron en vida. Su esfuerzo fue propio y sin otro apoyo que su propio talento.
Uno sólo de sus medio hermanos lo acompañó en su empresa cordobesa, a quien llamaban el “Gordo” por contraste a la estampa extremadamente delgada de Don Jerónimo. Sería este hermano adicto y algo menor que él, quien iba a dejar una descendencia en la ciudad. Cabrera tomó por esposa a una dama católica catalana de apellido Martell y no tuvo descendencia masculina.
En este Memorándum enviado 9 años después a la Real Audiencia, por los primeros cordobeses, puede verse que nadie conocía ni en el Tucumán ni en el Alto Perú, de qué forma ocurrió su triste final. De modo que todas las conjeturas que se han escrito posteriormente en forma novelada, acusando a unos y a otros, y que han llenado tres siglos de tinta y muchos papeles, son falsas. Sin ninguna certificación real. Nunca la autoridad española fue su perseguidora. En todo momento se hace evidente la mano de la Inquisición y su brazo armado, que recorría el imperio español en busca de víctimas. Cabrera era judío.
Los Oidores del Alto Perú reciben a los emisarios. Leen el documento. Contestan que nadie en Charcas ha ordenado su detención y que por aquellos lados nunca ha regresado, ya que allí habíanlo nombrado como gobernador del Tucumán. Nadie es responsable. Nadie sabe nada. Pero Don Jerónimo ha desaparecido de Córdoba.
En el mismo documento enviado por estos vecinos, ellos ponderan la riqueza natural de la región “con peces de una vara de largo” (pues los indios Comechingones eran vegetarianos y sólo comían papas y batatas para asombro de los españoles, viviendo desnudos en cuevas). Es imposible hoy imaginar en los ríos cordobeses peces de ese tamaño, en forma natural, donde sólo se hallan actualmente mojarritas del tamaño de un dedo pulgar. La destrucción ecológica queda remarcada en este dato testimonial.
Alaban los vecinos también, llevando muestras, el tamaño de las uvas cultivadas y la buena calidad del vino casero.
Queda claro que todas las argumentaciones escritas después, sobre el final de Don Jerónimo, en nuestro tiempo, son simple mitología. Deducciones poco claras, ambiguas y falsas llevadas al papel debido al contrapunto y rivalidad que hubo en todo el período colonial, entre Córdoba y Santiago del Estero (capital del Tucumán).
Hay otra verdad más dura escondida allí. Los conocimientos que hoy tenemos de Don Jerónimo, en su carácter de circunciso nacido judío de madre (sin duda fue ella quien lo hizo circuncidar a espaldas del padre) y más tarde bautizado, son suficientes explicaciones en aquellos tiempos de la Inquisición. Sabemos que una partida de soldados vino en su busca, pero éstos eran en realidad el brazo armado del Santo Oficio... ¡Y no hace falta deducir más!
La orden firmada por Carlos V había sido no dejar entrar a las Indias “cristianos nuevos”, precisamente lo que era Cabrera. Ya que el Emperador quería instalarlos a todos en Austria y Flandes, pues tenía sus propios compromisos allí. Pero la capacidad de adaptación del pueblo hebreo español o Sefarad, luego de 2 mil años de residencia en la península ibérica, hizo rechazar esta propuesta a gran número de ellos. Los sefarditas aún mantienen en Oriente la lengua pura del castellano antiguo, llamado “Ladino”. Sin embargo Felipe II cambió de idea al ser rey de Portugal, donde halló un elevado número de judíos lusitanos, tratando de enviarlos a casi todos ellos a sus colonias de las Indias Occidentales.
Don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo viajó con su comitiva compuesta de familias completas, para internarse en el Tucumán Virginal de aquellos siglos, donde el Imperio del Inca nunca había penetrado. Y eligió la vera del al río Suquía para fundar esta ciudad de la actual Argentina: Córdoba.
La comitiva iba bajando lentamente desde el Alto Perú, con los grandes carretones cargados de muebles, bolsas de harinas, gallinas, arcones de ropa, sarmientos de parras de uva... y arriando ganado. Igual que todas las otras expediciones fundadoras del Tucumán. La trayectoria de ellos era a pie o a paso de caballo, o mejor dicho, a paso de los bueyes que tiraban las carretas recargadas.
Aquellos compañeros de ruta del visionario Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo, quienes lo acompañaban “misteriosamente” por un largo periplo de tierras y océanos, eran familias completas y letradas (todas dejaron descendientes) internándose en un desconocido “Tucumanao”, como se llamaba a esta tierra fronteriza más allá de la Salina Grande. Lejos de toda cultura posible. Gente acostumbrada a hábitos ciudadanos y a una vida de mejores posibilidades.
¿Qué los hizo emigrar? Ellos guardaron a partir de aquí, celosamente su secreto motivo, sobre aquella peregrinación en busca de una tierra de providencia, en busca de un sitio nuevo en el mundo nuevo, dentro de este continente austral. Una tierra prometida.
Nada en aquella comitiva era corriente. Diferenciábase en varios puntos de las otras expediciones españolas de fundación. Y la principal diferencia era que ...¡No llevaban sacerdote!
El acta oficial existente en el Alto Perú fue escrita con posterioridad (como acontecía con todas las fundaciones imprevistas) y confeccionada ex profeso para ser enviada a España. Allí figura un sacerdote que nunca llegó al Tucumán.
Una fundación de una ciudad española en tiempos de Felipe II y sin sacerdote... desde ya es insólito. Como también esta expedición no autorizada por el Virreinato del Perú, de donde dependía, de la cual quedarían numerosas razones circulando en el pensamiento cordobés de los siglos venideros. Pero a ellos parecía no importarles, continuando su ruta con una firmeza decidida para hallar el terruño ansiado, guiados por el visionario Don Jerónimo, circunciso y bautizado.
Partieron con sus mujeres, sus niños y su esperanza. Llegaron a Tucumán y se internaron en el Tucumanao. Cruzaron el Valle de Punilla, luminoso. Recorrían el bello paisaje cordobés guiados por su conductor, escuchando sus palabras de aliento, su capacidad de convicción, su carisma que a todos serenaba. Era invierno en Sudamérica en pleno mes de junio. En el momento de internarse en la Sierra de Punilla los sorprende el “Veranito de San Juan”, un hecho climático que crea una primavera tibia, y algunas veces también muy calurosa. Era el día de San Juan y bautizan el río Suquía con este nombre (que más adelante perderá llamándosele Río Primero).
—“¡Qué lindo clima tiene este país!”— dijo Don Jerónimo
Y toda esta comitiva goza feliz en aquellos momentos. Sacan sus ropas de los arcones y las extienden sobre las champas al sol, para quitarles humedad. Liberan algunas gallinas con polluelos para que correteen. ¡Qué lindo clima tiene este país!
El veranito de San Juan prodigóles su delicia por todo aquel valle bellísimo. Siguieron el curso del río, internándose en la fronda donde éste se junta con el río Saldán ...y... como siempre acontece... ¡arreció de golpe el invierno! Era el 4 de julio de 1573. No pudieron seguir adelante y se refugiaron en una “barranca bermeja”, como informó Don Jerónimo. O sea en las cuevas donde habitaban los indios comechingones.
Y así transformados casi en “cavernícolas” comprendieron que no podían avanzar más ¡Helaba!
El “Veranito de San Juan” tiene una temperatura media de 25 grados, cuando termina de golpe baja a menos de 0 grados en un día.
El día 6 de julio de 1573 queda asentado como fundación de Córdoba. Pero apenas llegó septiembre los ríos cordobeses crecieron y en aquellos siglos eran reales aluviones, de modo que las cuevas que los cobijaban con todos sus bártulos se inundaron. Y comenzó el peregrinaje de sitio en sitio. Plano en mano. Hasta ubicarse finalmente en el microcentro actual. Durante cerca de veinte años Córdoba sería una ciudad peregrina.
Don Jerónimo traía a su arribo un plano utópico de la futura ciudad, ya diagramado, dibujado por un ingeniero del rey, con los solares bien distribuidos entre esos pobladores elegidos para una ciudad que aún no existía. Asombra el hecho sobresaliente de que algunas manzanas tienen dueños que nunca llegarán a Córdoba. Y en otros casos sus propietarios llegan dos generaciones después pues los han heredado. No cabe duda de que estas cuarenta familias eran inversoras y habían comprado sus derechos.
Este plano fue trasladado intacto en cada una de las veces que Córdoba cambió de lugar, debido a contingencias climáticas y geográficas, dentro del mismo río y el mismo espacio. Plano en mano, estos peregrinos deambulantes desde el Alto Perú al Tucumanao, cambiarán varias veces de lugar. Pero nunca se alejarán del río Suquía.
Córdoba de la Nueva Andalucía ha nacido y perdido a su mentor al mismo tiempo. Pero nunca lo abandonará en su corazón, en los sentimientos que él supo granjearse. En su carisma como guía paternal de esta ciudad que nunca lo olvida. Llevan su nombre calles, escuelas, avenidas, plazas. Y su estatua, una bella escultura en bronce del artista Horacio Juárez, se erige en el centro de la ciudad.
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