Una tarde de verano en el Instituto, paso a mi lado. Era hermosa mujer, tan alta como yo, de pelo ensortijado marrones y brillosos, delgada pero con piernas contorneadas, un trasero firme y rítmico. En su rostro se veía la alegría de su juventud pero con una sonrisa melancólica. No encajaba su alegría en ese rostro bonito y canela. Al pasar junto a mí, obviamente no me miro. Yo parado ahí, casi interrumpiendo el tránsito del estrecho corredor que daban a las aulas, fui ignorado, bueno debía ser así, no era tan guapo como ella, además tras ella iba un muchacho, más bajo que ella. Al parecer su enamorado.
El tiempo fue pasando y yo la seguía mirando, y ella me seguía ignorando. La miraba de lejos, solo acercándome con el tumulto de los alumnos a la hora del break. Ella siempre custodiada por un grupo de amigas, que como sequito la protegían de no sé qué.
Después de preocuparme por esa chica, y en unos de esos días aciagos, la vi nuevamente, pero esta vez sola, sin el sequito ni con su enamorado. Qué raro me pareció eso. Siguieron así unos meses, hasta que decidido, a que ella me conozca, enfrente la situación. Pero cómo haría, cómo me acercaría a ella. Cuando recordé al enamorado, caí en cuenta que era físicamente parecido a mí. Tenía el pelo ensortijado, igual que yo, su piel tenia la misma coloración que la mía. La única excepción era que era más bajo que yo y, usaba gafas.
Un día, la vi salir a comprar a un kiosco en la puerta del instituto. Me deslice silenciosamente del grupo de amigos del que estaba, y fui tras ella. Yo siempre me decía " el día que ella (no sabía su nombre) me mire a los ojos, no podrá nunca de dejar de mirarme. Así partí a la conquista de una isla aun por descubrir. Me pare detrás de ella, mientras compraba. Hice que sacaba unas monedas. Espere que volteara, y di un paso para que no tenga otra salida, que la de chocarse conmigo. Nos miramos unos segundos, sus ojos me miraron tan confundidos, que solo dejaron de hacerlo a causa de los destellos de los míos. Giro y se fue, sin decir nada. Regrese con mis amigos, con la certeza, de que el contacto estaba dado, el mensaje había sido recibido, y me sentí bien.
El lunes temprano mis ansias de llegar a clases rápido, no necesariamente eran por los cursos, si no por ver si ella al fin podría haberse fijado en mí. Ese día, no la vi. Tuve que esperar hasta el martes. A la hora del refrigerio, ella ya estaba sentada en medio de una mesa redonda de plástico, rodeada de sus amigas y para sorpresa mía, me miraba.
Desde ese momento, ya no pudimos dejar de mirarnos, yo la oteaba de donde estaba, muchas veces sin que me viera (muchas veces la note buscándome entre la multitud) y otras haciéndome notar. Siempre chocábamos con las miradas. Me estudiaba, quería saber quién era yo, por que no podía dejar de mirarme, qué tenía yo que la atraía tanto. Yo sin embargo, ya la esperaba.
Las dudas juveniles hacen que los desenlacen se retrasen. No podía acercarme, no sabía cómo hacerlo, la primera vez fue fácil e intuitivo, pero esta vez, como haría. No podía. Pero al cabo de un tiempo (no mucho por cierto) la encontré sola junto al mostrador de la cafetería, tenia clases de estadística II, pero ella estaba ahí –que buen pretexto para no asistir- Me pedí un café, me lo sirvieron en un vaso de termopar, que tuve que sostener con la mano para que no se caiga mientras removía con la cuchara de plástico la azúcar. Ella estaba con unas pantis moradas gruesas de esas para el frio, una falda-short a cuadros escoceses, un polo pagado, y un chaleco sintético que hacia juego. Solo me acerque lo mas que pude, y ella al voltear a verme, me toco con sus rizos mi rostros.
-Hola- le dije con el temor de no recibir contestación.
-Hola- me contesto, calmando mi ímpetu.
Tras las presentaciones protocolares, nos reímos, nos dimos nuestros nombres, nuestros teléfonos y conversábamos de las carreras que seguíamos.
Me gustaba su sonrisa, que la note más viva, que cuando la veía sola, se reía de todo lo que hacía, y me consideraba un loco, por cómo me comportaba, ella sin embargo era inteligente, aguda en sus comentarios y precisa en sus datos. Fue Patricia (así se llamaba) la que me invito a salir. Un sábado, llegue puntual a su casa. Me había comprado para la ocasión, una camisa manga larga con cuadritos marrones, un pantalón Wranger color azul, y unos botines, del mismo modelo que usaba siempre, marrones agamuzados. Con mi pelo ensortijado largo tipo rasta, con un poco de gel para que brillara toda la noche, me presente en su casa.
Al abrir la puerta salió una señora elegante, que me esperaba, cruce la balaustrada, le di la mano con una pequeña venia, no muy acentuada y le dije buenas noches mi nombre es….. Se encuentra Patricia? Siéntese joven fue su repuesta, sin dar mucha confianza.
Ella bajo después de un rato con el mismo estilo como cuando la conocí, pero en otros colores y tonos. La escalera de caracol fue interminable, y ella bajaba despacio, dándome tiempo a que yo disfrutara de cada paso que daba. Se acerco a mí, me pare de inmediato y, la bese.
Esa noche bailamos como locos, me gustaba como bailaba y según ella también le gustaba como me movía. En esta salida estuvimos vigilados por su primo, que nos siguió por orden de su tía a la discoteca. Yo le caí bien, era unos años menor que yo, pero al ser jóvenes ambos nos compenetramos más. El bailaba con una amiga intima de Patricia que habíamos encontrado ahí. Así que la noche prácticamente estaba hecha para nosotros.
Con la noche por la mitad consumida, nos acurrucamos en nuestra mesa y en nuestra burbuja nos acercamos más. Le pregunte ¿te puedo besar? Ella volteo a mirar al vacio, y al regresar yo la esperaba con un beso, que la reconoció de inmediato. Los besos que siguieron fueron tiernos, y lleno de una espera eterna. Como si ya la hubiera besado anteriormente sin conocerla, sin tenerla. Nos amamos mucho ese día.
El lunes fui el joven más feliz, la mujer que había amado toda mi vida, era mía y al primer beso me amaba.
Conocimos más de cada uno, que nos gustaba, qué hacíamos, nuestros jobees, en fin, abrimos nuestros corazones. Nos encontrábamos después de clases, o entre clases nos escapábamos a algún parque cómplice. El aire tenía su aroma y el cielo su color, como si en esos días, se hubiera inventado las cosas bellas.
Fui Feliz.
Conocimos la ciudad aburrida y gris, y en cada esquina descubríamos lugares maravillosos, desapercibidos anteriormente. Después de dos semanas, de quererla y adorarla, nos sentamos en el parque donde una fila de olivos forma un bosque ambiguo, y, me digo, que me amaba. Pero sus palabras no eran melodiosas, más bien se arrastraban como si un yugo traqueal de lo impidiera. La tome de la mano, la abrace, forcé lo que yo sabía que sacaría a relucir, y sin más remedio que esperar vendado el fusilamiento, me quede inmóvil.
No recuerdo lo que me dijo exactamente, pero igual que una picadura o una lanza (igual de mortal) me dolió el pecho como una implosión que se escapo por mis ojos. Sus ojos como ríos desbocados caían desasiendo los colores de su cara. Le tome el rostro, le lamí con mis dedos su gotas dulces y me fui.
El amor duro dos semanas, el dolor toda la vida. |