Supongamos y tengamos en cuenta que yo no se especialmente escribir cuentos. Realmente para mi es un reto ya que me cuesta de alguna manera explicar brevemente la situación en la que se encuentra en personaje principal. Espero que les guste.
El arrebatador.
Todo era silencioso, pero no del todo. Estaba aterrada, perdida, sin saber a donde ir o que hacer; la poca luz que habitaba en aquella habitación era escasa y cada tanto parpadeaba. Aquellas paredes del cuarto olían a humedad, drogas, alcohol y demás; era terrible no saber qué hacer pero no tenía más opción que esperar. No importa dar explicaciones de quien soy y menos del porqué estoy aquí a punto de desfallecer. El miedo helaba la poca sangre que corría por mis venas. Estaba cansada gracias cada golpe, cada herida, cada moretón de mi cuerpo; ¿qué haría yo ahora? Solo quedarme acurrucada en una esquina de aquella habitación, sola por el momento si es que alguien se digna a aparecer, imaginando un final feliz que nunca llegara.
Para que entiendan como fue todo, de lo que me arrepiento; era un sábado a la noche, estaba con mis amigas, habíamos ido a bailar, como cualquier chica de diecisiete años, y hubo un par de copas de más (demasiadas); bailamos toda la noche y pues… paso lo que no debía pasar, cometí un grave error, lastima que ahora no hay vuelta atrás. Me encontraba ahí, entre la espada y la pared. Un joven de unos tantos años, mayor que yo, que sería mucho mejor decirle que es un maldito porque no solo me quito la virginidad, sino que ahora, dentro de unos minutos, me quitaría la vida.
Sus pasos secos se acercaban poco a poco, al igual que mi triste destino. Lagrimas silenciosas y vagabundas recorrían mis ojos y deseaba que pararan de escucharse sus pasos, que se diera media vuelta y se fuera, pero no fue así; la puerta se abrió bruscamente y él se acerco furioso hacia mí, podía verlo en sus ojos, en su ceño fruncido, en su mandíbula tensa tratando de controlarse. Se arrodillo para estar a la altura de mi rostro sucio y cubierto de llantos de dolor y suplicas porque me dejara ir, su rostro parecía más serio, más calmado. Acaricio mi mejilla y me beso asquerosamente en los labios, introducía su lengua en mi boca, la juntaba con la mía. Nunca había sentido tanta repugnancia hacia alguien, era horrible.
Con las pocas fuerzas que me quedaban en estos instantes, el aborrecimiento que hervía mi sangre floreció y lo golpee en la mejilla. Mi mano se marco notoriamente en esta dejándosela roja. Él volvió a mirarme con odio y me agarro del brazo con fuerza. Me llevaba a rastras de aquella esquina hasta la puerta, la abrió y me tiro, empujándome y chocándome duramente con la pared. Yo solo sollozaba y gritaba porque me dejara ir pero él seguía golpeándome y zamarreándome sin piedad alguna. Estaba borracho, el olor a alcohol era tremendo, y apenas sabía lo que hacía pero aunque no lo estuviese las cosas no cambiarían en lo absoluto.
Algunos creerían que, como toda historia, todo tuvo un final feliz; que los policías llegaran junto a mis padres, se llevaran aquel hombre en la patrulla a la cárcel, o que al menos hubiese sobrevivido a sus amenazas y brutalidades, pero nunca en la vida existen los finales felices, nada es como en los cuentos o telenovelas matutinas de los domingos a la mañana. ¡Ay! Claro que no lo es, pero como desearía que de esa manera fuera. Aunque, siendo lo más sincera posible, para mí todo mejoro luego de ese último golpe. El dolor ceso, al igual que los gritos y el lamento. Yo ya estaba muerta. |