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PEQUEÑA CONTROVERSIA
-Pensando en ti-

Garuaba. Una leve pero persistente llovizna caía sobre la ciudad, llovizna que representa toda la “lluvia” que usualmente puede caer sobre Lima. El viento corría helado y la duda en mi de si salir o no a bicicletear esa mañana de frió otoño limeño, ocupaba el poco tiempo que dejaba de pensar en ti.
Como casi siempre que tengo estas dubitaciones, también esta vez dejé mi mente en libertad para tomar, en cualquier momento, una “sabia” decisión.

En automático, en un indeterminado momento me vi ya cruzando la más peligrosa intersección de mi diario recorrido ciclístico. Pasada ésta, casi todo el resto del camino estaba dentro de los cánones mínimos de seguridad y me permitiría divariar todo lo que quisiera, pensando en algo bonito, interesante, soñador y alegre contigo, o mirar un poco la vida, a través de la calle y del tratar de descubrir, de leer, de interpretar todo el cargamento de sensaciones, problemas, tenciones, penas o alegrías que cada transeúnte lleva siempre colgado en el rostro, como esperando que los demás nos enteremos de lo que les sucede. Antes de conocerte, era mi terapia diaria el ir adivinando: la causa de la acongoja de esta personas y el por que del disfrute de esta otra; porque ese rostro de rabia incontenida de la de acá y por que esa cara de ensoñación de la de acullá.

Mi mejor elección, espontánea, inconciente, lógica, natural, tal cual río que sigue su cotidiano cauce, sin apuro, pero definitivo hacia el mar, fue entrar a mí ensoñado y diario deleite de pensar en ti: en tus palabras, en tus conceptos; en los jalones de oreja que a veces tan sutilmente me das y que recibo plácido por el inmenso cariño con que me llegan.
Recordaba las alegres y divertidas veces que hemos reído en nuestras charlas, devoradora de espacio y tiempo, cuando, en eso… una diminuta charla, corto mi apagado soliloquio.
-¡Hey! ¡Oye! ¡Tú! -me decía una pequeña, áspera voz -¿hoy también te la pasaras pensando en ella?
Mis ojos, como dirigiendo unas invisibles antenas, girando y alternando dirección, buscaron sin mucha conciencia, el origen de esa voz.
-¿Y…? ¡Déjalo! – lo interrumpió otra vocecilla, muy dulce en su vibrar -si no quiere pensar en otra cosa, esta bien, que piense en ella… además la quiere y es linda.
-Ya, ya, pero todos los días lo mismo… como que cansa ¿no? –replicó la primera voz.

Sorprendido, no tenía para nada claro de donde venían las vocecillas. Pendiente y supuestamente atento en el camino y los peatones, no alcanzaba a ver a nadie tras mío, como a veces sucede cuando otros ciclistas, un poco apresurados, van procurando rebasar mi posición, y generalmente, como toda bicicleta es bastante silenciosa, no los veía hasta cuando estaban a la par conmigo.
En cuanto pude, miré hacia atrás, en ambos lados, y no vi a nadie. Pensé que había sido mi imaginación, que me saca de la realidad y muchas veces hasta pienso en voz alta. Sin más, enfilé, mi momentánea total atención, en cruzar el primer puente en mi camino, ya casi sin recordar las vocecillas.

-Pero si puedes mirar otras chicas –resonó nuevamente la áspera, pequeña voz, interrumpiendo mi precaria concentración en el camino, y más cuando continuó – ¡y mira cuantas hay! Y… ¡qué guapas! ¿Qué, acaso no puede mirar un poco… otros panoramas…?
-¡Que no! No puedes entender que ¡no! –respondió la apacible y calida vocecilla, tomándose la potestad de ser oposición. –y en todo caso es su propia decisión, Tú que tienes que insinuar nada –agregó.

Definitivamente me desconcentré en mí andar para nuevamente dar un rápido vistazo a mis francos: izquierda, derecha; derecha, izquierda. Nada, ningún resultado positivo, admisible, salvo algo que sí… pude adivinar sobre mis hombros.
Voló mi mente retrospectivamente, como frecuentemente lo hace, llegando pronto hasta la lejana etapa de la primera niñez, cuando las enseñanzas del bien y del mal se graficaban en nuestras mentes como un angelito representando al bien y un diablito representando el mal.
Casi de reojo miré sobre mi hombro derecho y de inmediato al sobre el izquierdo y los vi. ¡Sí!, sí que los vi. A la derecha, el angelito: rubio, carita pura inocencia, vestido de blanco hasta las diminutas sandalias, con pequeñas alitas y una aureola sobre la frente; A la izquierda, el diablito: enjuto rostro, enmarcado por pequeños bigotes y barba en pera, oscuras alitas tipo vampiro, vestido de rojo fosforescente hasta las pequeñas botas camperas con taco aperrillado y metales en la punta; un par de cachitos adornaban cada lado de su frente; un rabo terminado en punta de arpón y un tridente en la mano izquierda, completaban su apariencia.
No se que largo de camino recorrí sin real conciencia de por donde iba; por la visión, mis ojos, quedaron cruzados tal cual quedó mi mente.
Apenas se les podía ver la aureola a uno y los cachitos al otro, que ambas cabecitas estaban tocadas por pequeños cascos de ciclistas y los respectivos atuendos para ese menester, blanco el del angelito y rojo el del diablito. ¿Cómo si no? En la camisa del angelito, destacaba el color blanco-pureza, cruzada armoniosamente por gran cantidad de vivos celeste-cielo. La del diablito, no pudiendo ser de otra forma, deslumbraba por el encendido rojo-fuego (fuego infierno, claro), adornada con multitud de “inocentes” lunares de profundo color negro-traición.
En fin, ni la vestimenta ni los aspectos eran lo importante, lo que realmente importaba, tampoco era que estuvieran sobre mis hombros, a vista y paciencia de las demás personas que en autos, a pie o en bicis rondaban el ambiente, sino que seguían discutiendo, como si de ellos dependiera, en que debería ir pensando yo.
El angelito, sin salirse de la senda del Bien, ni siquiera pisando raya, insistía en que yo debería pensar en ti, algo que de sobra, por supuesto, no necesitaba de su anuencia ni opinión para hacerlo. El diablito, terco, divertidamente alevoso y mal intencionado, aludía que quizá yo les hacia creer que pensaba en ti y mientras que miraba otros horizontes. Hago un aparte, y te aseguro que no hay, ni la más remota posible ocasión, de que pudiera tener ni la mínima razón para argüir tal falso… no olvidemos que es, aunque chiquito, tan zaino como cualquier otro de su especie.
-¡A callar los dos, que me sacan de atención! –rezongue levantando la voz, tratando de acallarlos.
Mi llamado para ellos fue como si lloviera sobre el mar, y continuaron en su diatriba a cual con mayor cantidad de argumentos.
Circulaba en esos momentos por una zona de muchos transeúntes y aprovechando que no podía dedicarme a ellos mientras pedaleaba, ni detenerme para ponerlos en su sitió, siguieron en una batalla campal de buenos argumentos, malas razones, terribles oraciones y buenas maldiciones… o al revés; vamos, que era una situación muy agobiante, y el tener por un lado un angelito que no hacía mucho por conservar la compostura y por el otro un diablito, que no es demás decirlo, pequeño pero bien malcriadito era, me tenía francamente confundido.
Una vez superado esa parte del camino que merecía una mayor atención, en el primer lugar que pude detenerme, me detuve. Éste, el lugar, era un tramo serpenteante de la ciclovía, entre la cual y el despeñadero había algunos crecientes arbolitos. Ala sombra de uno de ellos aparqué y a horcajadas por sobre la barra superior del cuadro de la bicicleta, los conminé a guardar silencio y a comportarse adecuadamente.
Inútil advertencia, al menos para el diablito que de un pequeño salto se encaramó sobre una de las ramas del arbolito más cercano y parado, con la punta de un pie descansando cruzado por sobre el otro; el codo levantado y esa mano en la cintura, recostado en el otro brazo, la mano levantada aferrada a una delgada rama, mirándome de soslayo, atrevida, desafiantemente, me retaba.
En angelito, más formal, o menos contestatario, pretendió quedarse sentado sobre mi hombro derecho, cruzando las piernas, la una sobre la otra, al estilo yoga, de una manera bastante displicente; pero ante una, digamos, tibia mirada mía por sobre mi hombro derecho, Salió volando, en perfecto uso de sus diminutas alas, hasta quedar bien encaramado en una de las verdes hojas de un otro cercano arbolito.
Teniéndolos al frente mío, como dos alumnos indisciplinados, esperaba que bajaran la cabeza y se comprometieran, de inmediato, sin la menor discusión, a comportarse como es debido, además de no empeñarse a decidir el mío que hacer. Falsas esperanzas las mías; ni siquiera el angelito parecía dispuesto a corregir su comportamiento y dejar las decisiones de mi actitud, a mi y sólo a mi.
Del diablito podía esperar eso y mucho más, como así fue: en un arrebato digno de su nombre, se enzarzó en un agitar de su cola, con punta de dardo, que en un dos por tres dejó sin hoja, que pudiera darse por entera, al arbolito por el abordado. No contento con eso, cual torito de bravía estirpe, resoplaba y de sus pequeñas fosas nasales, exudaba un maloliente vapor de azufre. Además no conforme con esas demostraciones que intentaban ser malas, empezó una cháchara ininteligible, en medio de la cual, por hacer gala de su capacidad de saltos, brincos y volteretas, quedó clavado, de sus enanos cuernitos, en una de las ramas, con lo cual, el agitar de piernitas y rabito, ese terminado en arpón, resultaba hilarantemente graciosos sus inútiles intentos de zafarse de tan desafortunada situación.
A pesar de mi enojo, que a esas alturas ya empezaba a ser realidad, le tuve que prestar la ayuda necesaria para “desclavarlo” del arbolito y sentándolo en otra rama, torne mi atención al angelito, que en “diablita” actitud, tendido de espaldas en la rama que lo sostenía, agitaba las piernitas al aire, y tras una de sus manos ocultaba una no muy angelical, y si muy pícara sonrisa, mientras que la otra sostenía su estómago, contraído seguro por espasmos de tanto reír a carcajada limpia.
Al mirarlo seriamente (con una sonrisa apenas contenida) recompuso su actitud y recordando ser un angelito, pequeñito, pero angelito, se puso de pie y juntando sus manitas en oración, inclinó su cabecita… pero no tanto, sólo lo suficiente para que con una traviesa mirada, seguirme espiando.
Ya no sabía que decirles y ese silencio fue de inmediato aprovechado por el diablito, quien señalando con el tridente, sujeto de tu mano izquierda (zurdo deben ser los diablitos, porque este todo lo hacia con la izquierda) señalaba la concurrida playa, allá abajo, allende la pista que bordea la costa, y poniendo en evidencia su magnifica vista nos indicaba a más de una chica con diminuto bikini.
-¡Sííí!, son guapísimas y hay una con tang… –se cortó el angelito, ruborizándose de inmediato al sentirse en evidencia de tan poco angelical reacción. Y con una contrita mirada, dando la espalda al mar, se puso en oración. Digo, eso pareció, porque los ojitos se le iban en miradas de reojo hacia la playa.
-¡Mira no más! O acaso es pecado mirar a una humana –sarcásticamente, puyaba el diablito.
-¡Ya!, basta –sentencié el momento.
-Pero, es qu… -inició el angelito
-No hay peros que valgan –interrumpí, levantando la voz y dándole la resonancia necesaria para que esas pequeñas orejitas oyeran claramente (cayendo en cuenta, recién que el angelito tenía una argollita en su orejita derecha, al más puro uso de la juventud actual; por concordaría miré las orejitas del diablito y reconfirme esa vieja descripción de que las tiene terminadas en punta hacia arriba) y agregué –De ahora en adelante quiero silencio y no permitiré más distracciones, en juego está mi vida y la seguridad de las personas que transitan por aquí. Al primero que me venga en desorden, de cualquier tipo, se las va a ve conmigo.
Los volví a mirar inquisitivamente y antes de que se desordenaran nuevamente continué:
-Ahora, que quede claro, bien claro que lo que yo haga nada tiene que ver con sus opiniones ni deseos. Ustedes supuestamente están aquí para buscar el balance de las situaciones, no de las personas, por lo tanto miren, observen, recomienden y callen. ¿Entendido?
-¡Sí! –respondió de inmediato el angelito, y al unísono…
-¡No! –resopló el diablito.
-¿Qué? ¿Cómo que no? –casi vociferando interpelé al diablito
-¡Que no hombre, que no!
-¿Cómo que no? –insistí en la repregunta.
-Bueno…. (¡Agggg, cof, cof, accggg!) –se medio atoró el diablito, al que algunas palabras de este lado de la bondad, le raspaban la gargantita –Digo… medio entiendo lo que dices, pero no estoy de acuerdo.
-Y por que crees que me interese saber si estás de acuerdo o no.
-Sólo te digo que esa es tu opinión, pero no la comparto.
-Si la compartes o no, poco me afecta, el asunto es que te quedas callado el resto del camino y San se Acabó.
-¡Bien dicho! –respaldó el angelito, mientras el diablito reacomodaba su cuerpecillo después del escalofrío que sintió al escuchar el “San se Acabó”, y prefirió quedarse mudito.

Guarde silencio, observando sus rostros tratando de encontrar la mínima señal de disentimiento. Aunque ambos rehuían la mirada, creí ver alguna determinación de portarse bien en adelante.
-Ahora, cada uno a su lugar, déjenme decidir que hago y que no hago, y vivir mi vida tranquilo.
No hube de repetir la invitación y ambos iniciaron un pequeño vuelo hacia mis hombros, no sin antes aprovechar el pequeño diablo, de jugarle una pasada al angelito: en un (aunque suene contradictorio) santiamén, se posesionó en mi hombro derecho, causando en el angelito una reacción poca angelical de desenfadado zapateo a la vez que se mesaba de los cabellos, acción que le dejo la aureola terciada sobre el ojo, el derecho felizmente, que como que viene a ser la parte positiva de este mundo.
Calmado los ánimos, lo suficiente para reiniciar la marcha, pero no tanto como para completar la recompostura del angelito, ni que el diablito dejara de escapar, sarcástica y apagadas carcajadas denotadas en mal soterrados jijis, retomé el camino, logrando completar el tramo de ida sin mayores novedades que alguna que otra puyas mutuamente lanzadas por este par de pequeños espíritus, que muy confiadamente iban colgados, balanceándose traviesamente, de la fornitura de mi casco de ciclista.

Llegado al punto de retorno, como siempre aparqué, después de bordear el monumento alrededor del cual la ciclovía retorna hacía el sur. Estacioné la bicicleta a la vera del camino y di cumplimiento al diario ritual de algunos estiramientos y la mínima rehidratación requerida, mientras este ambivalente dúo voló, distendiéndose, revoloteando la pequeña incompleta plazoleta que guarda el homenaje al propulsor de nuestro Día de la Madre.
Listo a iniciar el retorno, al no ver por ningún lado mis forzados acompañantes, poco faltó les diera un silbido de llamado. Volví a desmontar la bicicleta y me las eché a buscarlos sin ningún resultado.
Algo avergonzado por descubrirme buscando a un par que no encontraría, que se supone no existían y no debía ni buscar en consecuencia, retome el camino dudando si todo había sido no más que una jugada de mi imaginación o si había ocurrido realmente.
Sacudí la cabeza tratando de alejar todo lo pasado o imaginado y me zambullí en mis pensamientos contigo, navegando por esos recuerdos de tus palabras, tus encantos, tus labios, tus abrazos; el contacto de tus manos sobre mis manos, de tu cabeza en mi pecho; sentirte a mi lado en todo momento, logrando nuestro cariño, no tomar en cuenta tiempos ni distancias.
No se en que parte del camino me pareció escuchar nuevamente un dialogo o algo así, lo que me llenó de entusiasmo y también de cierto temor de volver a lo ocurrido, o imaginado, y por estar nuevamente en una zona bastante concurrida.
Pero por más que presté atención no lograba descifrar lo que apenas oía y no llegaba a escuchar.
Al fin me pude detener en un lugar despejado y poner algo de atención al sonido que llegaba a mis oídos. Era como palabras que se confundían con el murmullo distante de la gente y del viento; una especie de tintineo que no alcanzaba a descifrar por completo de donde procedía. Alejé de mi mente, de manera excéntrica, los demás ruidos circundantes y pude así, concentrar mis oídos en busca de localizar el origen de la voz, especie de tintineo, o palabras, o silbido… era algo indefinido lo que percibía. Cuando logré la máxima concentración, llegué a la conclusión que el sonido procedía de debajo de mi hombrera izquierda. Pensé de inmediato que el diablito había vuelto; nada mas lejos de la verdadera causa: sin poder entender como, la cruz que llevó en la cadena a mi cuello, se había enroscado de tal maneras, que había ido campaneando todo el camino hasta ese punto y seguramente su tintinear lo había interpretado mi imaginación como el dialogo entre estos dos supuestos acompañantes.
Libre de esas pequeñas cargas, el resto del camino de regreso a casa, lo puede hacer pensando en ti y solo en ti.
-¿Qué? ¿Qué por qué me gusta pensar en ti? ¿Quién pregunta?
No hay nadie a mí alrededor, ni en mis hombros, pero igual, respondo:
-¡Pienso en ti por que te quiero! ¡Te… dulcemente te quiero!

Texto agregado el 10-06-2012, y leído por 134 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-06-2012 La imaginación aveces nos juega buenas o malas pasadas... ahora depende de tí descubrir con cual te quedas... a mí me gustó tu relato, es tierno. ¿Quién no ha tenido alguna vez un angelito y un diablito susurrándole al oído? ¿Quién...? Mis angelicales ***** te acompañen. mahanaim
 
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