A las personas más hermosas del mundo les pasaron cosas insoportables.

Cuando era chiquita, en esas charlas de familia, escuché a papá contar que la abuela una vez perdió la razón, hizo dormir la siesta a cada uno de sus hijos y prendió el gas de la cocina. Si no hubiera sido por mi abuelo papá no estaría conmigo cada noche con sus dulces y ricas comidas.
Hoy me fui de casa.
Me acuerdo de papá diciéndome princesa, subiéndome a sus piernas y cantándome, sin duda él es mi maestro, mi inigualable y gran maestro, todo lo que le preguntaba me lo respondía con sencillas palabras. Hasta ayer, mi cara mostraba una sonrisa cuando él llegaba de trabajar cansado y con la mochila pesada, pero feliz de llegar, de llegar y vernos a nosotros.
Quiero aclarar que el abuelo era un desgraciado, y de pura casualidad salvó a sus hijos y a su esposa aquella tarde. Él había estado ausente durante mucho tiempo (en realidad siempre iba y venía) y esa tarde al volver apagó la hornalla. Uno de los grandes méritos de papá es haber roto con su modelo paterno.

Son las dos de la mañana, mi primer madrugada en la soledad, ¡qué ganas de levantar el teléfono y llamar a casa! -digo a mi otra casa-, marcar el número que me identificó hasta ayer y decirle: te extraño papá.