Se pierden las miradas, sobretodo la inventiva, cuando de azares se trata.
No hay espacio ni reglón que ocupe el eco, la voz alzada del corazón cuando grita.
Cuando la mente no encuentra cabida, el pensamiento se queda nulo, ante la esperanza, que es más fuerte, que es más sabia, del alma cuando ruge. Cuando llama tu nombre.
Es la esencia que surge, la de la naturaleza, del todo, la esperada voz de Dios en mi poesía.
¿Pues no ves que de eso se trata?
De encontrar el lienzo, la tinta, la sinfonía exacta que cante por mis manías.
Se extravía cualquier sentido, sobretodo las palabras, huecas, cuando el destino intenta justificar cada acto divino.
Por eso no te hablo, por eso no te escribo, pues la corriente me arrebata con impotencia mis palabras.
¿Cómo explicarte, que es el mismo tiempo en persona, contra el cual juego?
¿Contra el cual peleo?
Y trago el ácido, la culpa, la derrota, la agonía.
Pues no se puede ganar, me es imposible competir contra la algarabía. Contra el cíclope que me mira, invencible.
Así que tengo mi humilde prosa, con la cual refugiarme, con la que me invento tus besos, aúlla los pesares que conlleva, la nostalgia de un futuro incierto.
Cómo sería la vida, con tu mano, simplemente tu delicada mano sosteniendo la mía, debajo de todo, y arriba de todo.
Sobre el infinito, bajo los árboles, bajo la arena que sé bien no te gusta pero que me guardo para siempre. Sobre las estrellas que son nuestras y la luna tardía.
Llamo tu nombre en el fondo, a oscuras, en secreto.
¡Y le reclamó al mismísimo cielo la injusticia!
Que eterno resulta verte, sentirte, hablarte, palparte y no decirte lo mucho que te amo.
De ahí saco, con las fuerzas que me quedan, cuando el gigante me detiene cada que te veo, cuando el titán de las variaciones me ve a los ojos, tu nombre, que es como mi emblema.
Entonces, al encarnarme en sus pupilas, en las de la vida misma, del destino que dice no, sé que no me rendiré jamás.
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