La estupidez humana y el universo son infinitos.
Aunque del último no estoy tan seguro.
Albert Einstein.
Tribunales federales.
El Cabo Primero Joaquín Rodríguez de la Policía Nacional, ingresó presuroso al edificio de Justicia trayendo detenidas a dos personas.
El Guardia de la entrada lo detuvo y le espetó:
- A donde se dirige?
- A la sala 11 en lo penal.... estoy llegando tarde.
- A que hora era el juicio?
- A las 10 hs contesto el cabo nervioso.
El guardia lo miró entre sorprendido y molesto le dijo.
- Tienes mal el reloj, aun son las 9:45
- Si, - Dijo el Cabo - pero el juicio empezó ayer.
- Ah - Dijo el guardia aliviado. - Entonces pasa - Y haciendo una seña le permitió continuar... nade le molestaba mas al hombre que la puntualidad.
Al llegar a la sala 11, su superior, el sargento Pérez, lo interrogó mirando a ambos detenidos.
- ¿Cuál es el sujeto?
- Este, - dijo con certeza el Cabo señalando al señor de la derecha
- ¿Y este otro? - preguntó el Sargento
- Ese el predicado - dijo nuevamente el cabo con suficiencia.
Cabe aclarar en este punto, que el Cabo debió esperar el largo sermón de la misa de la mañana en la iglesia vecina, para asegurarse que el devoto feligrés detenido, estuviera lo suficientemente "predicado".
El juez Martínez, atento al diálogo intervino furioso.
- ¡Solo necesito al sujeto!
- ¡Pero su señoría, siempre van juntos en toda oración! - Replicó el Cabo, demostrando que no todos los Cabos son incultos.
Monseñor García, presente en la sala, escuchó la última palabra, se puso de pie, separo los brazos y exclamó solemne.
- ¡¡Oremus!!
Todos los presentes se pusieron de pie y bajaron la cabeza, mientras Monseñor unía las palmas de sus manos sobre su frente y con los ojos cerrados emitía su oración.
Veinticinco minutos después, Monseñor finalizaba con el habitual
"Per omnia secula seculorum"
Todos en la sala contestaron "AMEN"
En ese momento, una parejita de jóvenes, en un rincón de la sala entendieron que los estaban autorizando, y comenzaron a desvestirse apresurados a los besos y manoseos.
El "predicado", mientras tanto, al ver que su presencia no era necesaria, se retiró disimuladamente por otra puerta.
El Juez había aprovechado la oración para salir a hacer sus necesidades, volvió cerrándose la bragueta y se sentó en su sillón.
En la sala, el sujeto clamaba que lo liberaran.
- ¡Quítenme las esposas!
Una conocida feminista preguntó en voz alta.
- ¿Cómo?, ¿tiene más de una?
Otra, más atrás exclamó indignada… - ¡Ah, no, en todo caso que se divorcie y les pase los gastos de manutención!
El juez, desesperado, comenzó a golpear furiosamente el martillo sobre la mesa.
- ¡Orden en la sala o los desalojo a todos!
Un conocido Abogado constitucionalista del medio, le recitó al juez los derechos pertinentes establecidos en la Constitución Nacional.
- Esta usurpando los poderes Sr. Juez! esos son atributos del poder Ejecutivo, Usted pertenece al poder Judicial, solo el Ejecutivo puede ordenar un desalojo!
El Abogado defensor, ni lento ni perezoso exclamó:
- ¡Estamos frente a un dilema!.
Desde el fondo alguien pregunto
- ¿Un qué?
- ¡Dilema! - repitió el Abogado
- ¡Dile que? - pregunto el Juez sorprendido por la palabra.
- ¡MA! - grito el abogado.
Una viejecita que estaba sentada detrás del abogado tejiendo al crochet, termino el punto, bajó sus bifocales sobre la punta de su nariz, y mirando al abogado le pregunto? - ¿Qué hijo?
Era conocido por todos, de que el Abogado defensor llevaba a su madre a todos los juicios orales públicos, ya que en su casa la radio se había quedado sin baterías y así su madre se entretenía.
El Abogado le contesto por lo bajo a la viejita - Nada Ma, sigue tejiendo. La señora empujo sus lentes otra vez sobre su frente y continuó con su tejido.
El Juez, temeroso, ordenó a un edecán que fuera a solicitar al el permiso pertinente al poder Ejecutivo en la casa de Gobierno.
El silencio en la sala era insoportable. la parejita del rincón ya había terminado de "amar" y se vestían presurosos.
El juez llamo a un cuarto intermedio.
Algunos aprovecharon para ir al bar (hasta el mismo acusado), otros a hacer trámites en el centro. La parejita lo siguió a Monseñor esperando alguna otra "oración". La mayoría dejaba algún artículo sobre su asiento para reservar su lugar para cuando retomara el juicio. No llamó la atención que la famosa artista de "varieté" Jiménez, dejara sobre su asiento su minúscula tanga. Si en cambio algunos hicieron llamativas acotaciones sobre que el tamaño de la tanga no condecía con el de las asentaderas de la joven vedette.
El fiscal aprovecho la oportunidad para retomar el juego de la "viborita" con su teléfono móvil.... se sentía cerca de batir su propio record.
El juez volvió nuevamente al baño, su próstata lo estaba matando, luego, aprovechando el tiempo disponible, se durmió una siestita apoyando su cabeza y sus brazos sobre la mesa.
La mamá del Abogado también se quedo dormida... su hijo aprovecho para continuar con el tejido de su madre... a él le encantaba también tejer al crochet.
A las 16:30, apareció el Edecán con el permiso correspondiente. Luego de revisarlo exhaustivamente, el abogado constitucionalista asintió satisfecho. Luego de eso se retiró del recinto, en realidad el juicio no le interesaba, solo estaba aburrido. Dos minutos después el orden se había restablecido.
Todos estaban nerviosos, ya se hacía la hora de irse.
El juez retomó sus funciones. Mirando a su reloj pulsera exclamó - ¡Huy, que tarde que es, no voy a llegar a Pilates!, y dirigiéndose al acusado le preguntó con voz firme.
- ¿Cómo se declara ante los cargos de los que se lo acusa?
El sujeto se volvió extrañado a su abogado levantando los hombros, y preguntándole con la mirada.
Este le susurró al oído “Inocente”
El sujeto aclaró su voz y dijo.
- Inocente Su Señoría
- ¡Que así sea! Dijo el juez satisfecho golpeando su martillito sobre la mesa.
El fiscal aplaudió con alegría y se fundió en un abrazo emocionado con su amigo el abogado defensor.
El acusado, salió libre levantando los brazos y saludando alegre a toda la concurrencia.
- ¡La justicia ha sido servida! - grito el conocido y reincidente criminal.
- Si - dijo un desubicado al fondo de la sala, - Y mi perra también.
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