He asumido con el rigor del paso del tiempo algo que quiero compartir con ustedes.
Acerca de los preceptos recibidos durante mi infancia, cuya lengua materna, oscilaba entre el polaco y el idish de mi abuela: mis primeras palabras fueron insultos que se elevaban en la ominosa casa de villa del Parque, “Ak nish in shanik Arain”.
Mi abuela fue internada cuando yo tenía 15 años.
Éramos cuatro generaciones, y en cada una había abrevado, el inefable amor por la familia siendo ésta él único enclave familiar en cuyo cobijo y alimento nutrimos a nuestros seres queridos.
Mi abuela sufrió una caída en la cual le tuvieron que reemplazar el hueso de la cadera. Yo la visitaba en el hospital Durán, y aprendí algunas palabritas renuevitas.
Lo que más que preocupaba era los calificativos que usaban los médicos par minimizar, los detalles cruentos a los que la iban a someter.
Le reemplazaremos el huesito de la cadera por uno mejorcito que le dure unos añitos más a, a la abuelita.
¿Por qué, todos los viejos son abuelitos?
¿Todos los viejos tienen nietitos?
- Córrase abuelita que le vamos a dar una inyeccioncita que le va a dejar de doler la piernita.
- Así abuelita, desde vueltita.
- Ahí viene la enfermerita y le dará el calmantito.
- Ahora póngase esta batita, y duérmase un cachito que para cuando este despiertita, ya tendrá el huesito puesto en su cuerpecito y podrá dar saltitos de nuevo.
Que inmundicia pensaba, yo, estos eres superiores que de ambos blancos deambulan por los centros de salud y opinan sobre nuestro cuerpito en forma diminutiva.
Vamos a ver si a alguno de ellos le ocurriese una accidentito en cuyo caso sus huesitos estuviesen expuestitos y con sangrecita coloradita, que opinarían acerca del tratamientito que fueran sometiditos.
Mi abuela salió airosa de dicha intervención quirúrgica.
Y le pusieron una cadera de titanio, que no duraría lo quela vida de ella.
Pero eso, si no prometieron que ella volvería a dar saltitos, eso fue en la intimidad del consultorito, con sus parientes más cercanitos. Contrariando a los beneméritos de la salud,
mi abuela, camino, subió las escaleras, y tomo su bastón, enhiesto, y se traslado todo lo que quiso hasta que desapareció del mundo de los vivillos.
Ahora con mis 92 añitos, estoy en esta cama de hospital esperando a los doctorcitos…, parece que me he quebradito un huesito…
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