Capítulo 7: “The Seas Are Ours”.
Acababa de amanecer en altamar. Esperanza ahogó un bostezo, sin duda que estaba cansada, otra noche más había tenido que pasar en cubierta, en completo desvelo, de pié estoica frente al timón, mientras que Arturo dormía. Sujetando la enorme rueda casi por inercia se inclinó un poco más hacia adelante y vio el sol despertar por la popa, en un segundo recordó todo, su vida pasó frente a sus ojos, tal como se supone que sucede con las personas que están al borde de la muerte. Sólo una pregunta rondó por su cabeza, o sino toda esa alimaña de cuestionamientos que surgían en su agotada mente giraban en torno a sólo un asunto: ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Cómo estarían las cosas en su casa? ¿Alguien siquiera había hecho el intento de buscarla? Su mente fue surcada por el recuerdo de Rosario, sí, de seguro que ella había ido a buscarla, era más que obvio que había vencido su timidez y había ingresado a la comisaría a ver si había rastro de ella. Ross era de verdad una gran amiga, la mejor de todas, sin dudas. Pero… ¿se volverían a ver? Ella era ahora una pirata, una fugitiva de la ley, tenía la maldición del El Holandés Errante, si tocaba tierra no podía salir nada bueno de aquello. Tuvo que hacer grandes esfuerzos para no llorar, la sola idea de no volver a ver a su mejor amiga, de poder morir y de no poder volver a Chile nunca más sólo conseguían sacarle un puchero en el que se esforzaba, como siempre, en no derramar lágrima alguna.
-Buenos días-saludó Arturo de sopetón, subiendo a la cubierta.
-¿Qué tienen de buenos?-bramó a su modo Esperanza, secándose la lágrima que corría por su mejilla con la manga de la blusa.
-¡Por Dios! ¡Estás llorando! ¿Qué te sucede?-inquirió Arturo.
-¿Qué crees tú? Tengo hambre, estoy cansada, ¿es que acaso tú no lo notas? No tenemos comida, debo hacer turno nocturno y a eso súmale que debemos ir a un rumbo que ni siquiera conocemos, ¡¿te quedan dudas?!-estalló Espe.
-Tranquila…-musitó el joven.
-Debemos ponerle un nombre a este barco, quizás así haya mejor suerte-propuso y ante la mirada extrañada de Arturo añadió:-¡¿Qué?! Son tradiciones, supersticiones como tú les llamas, pero vaya que son útiles.
-¿Qué tal “Rosa Oscura”?-propuso él.
-Excelente. ¿Cómo se te ocurrió?-inquirió.
-Este barco es una rosa, bellísimo, como tú. Y tiene un futuro y labor oscuros, como tú-fue la razón.
Esperanza no supo si fue por acción del la emoción operada por semejante alago o por el cansancio, lo único que supo es que todo se volvió penumbra y silencio a su alrededor.
-¡Esperanza!-gritó Arturo dirigiéndose a ella y tomándola firmemente en brazos, mientras ella se desvanecía hasta llegar al desmayo.
FLASHBACK.
-Nuestros rumbos los dirigimos nosotros mismos, ten el valor de coger el tuyo y conducirlo tú sola, Ross-dijo Esperanza vestida de escolar por última vez en el año 2011.
-Ayúdame, Espe, quiero ser como tú-pidió Rosario.
-Mantén la mirada en el horizonte, cuando menos lo esperes, va a aparecer-indicó Esperanza-. Chao, Ross, ahí te ves.
-Chao, Espe, te voy a ir a ver, lo prometo-prometió Ross-. Eres mi mejor amiga.
Esto resonó como un eco entre las paredes del vestíbulo de la antigua escuela a la que ambas asistían. Esperanza se había despedido desde la puerta, odiaba con todas sus fuerzas, con toda su alma, la cursilería de las despedidas, le hacía llorar y detestaba mostrar su lado débil en público. Pero las palabras de Ross sonaron titilantes en su mente una y otra vez, como si fuesen años y no segundos desde que fueron pronunciadas. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia Rosario con los brazos extendidos hasta que ambas se fundieron en un abrazo.
-Ahí te ves-dijo Esperanza intentando no llorar y desapareció por la puerta a toda prisa.
FIN DEL FLASHBACK.
-Esperanza… Esperanza… ¡Esperanza!-llamó Arturo.
-¡Ah!… ¿Eh?... ¿Ah?... ¿Qué?-inquirió la aludida mirando alarmada a todo su alrededor.
De pronto su mirada dejó de divagar por entremedio de cada milímetro de la cubierta del barco que anteriormente habían llamado “Rosa Oscura” hasta fijarse en la cara de insoportable preocupación que tenía Arturo. Se levantó un poco y se dio cuenta de que no había sabido en qué momento había ido a parar a la hamaca que el chico había instalado entre dos mástiles.
-Arturo…-musitó débilmente, sorprendiéndose del tono frágil de su voz.
-Esperanza-dijo el muchacho con tono enérgico cogiéndole una mano.
-¿Qué… pasó?-inquirió llevándose la mano libre a la cabeza.
-Te desmayaste-fue la respuesta.
-Sí… lo… recuerdo… Tuve un sueño, muy raro-confesó Esperanza.
-¿Qué soñaste? Secretos de a dos no son de Dios, cuéntame-pidió Arturo.
-Soñé con mi mejor amiga, Rosario. Lo que soñé en realidad sucedió, el año pasado-confesó retomando su tono de voz habitual.
-¿Sí?... ¡Mira lo que encontré allá abajo!-dijo mostrándole un pocillito de vidrio repleto de “sopa para uno” caliente.
-¿Cómo demonios te las arreglas siempre para darme comida cuando la necesito?-dijo quitándole literalmente el pocillo y una cuchara de metal, comenzando a cucharear.
-Veo que es imposible hacer que dejes de maldecir-farfulló Arturo.
-¿Qué comes que adivinas?-inquirió en tono divertido la muchacha.
-Lo mismo que tu, había dos latas. Espero que luego adivines que no me gusta que maldigas-dijo mordaz.
-Lo adivinaría si no me lo hubieses dicho justo ahora-ironizó Espe.
Siguieron comiendo en completo silencio. Aquella pequeña comida era un manjar de dioses, digno del Cielo, del Asgard y de todo lo demás, cuando se había pasado casi una semana de hambruna. Luego de que el ex monje le quitase el pocillo completamente vacío la muchacha se posicionó en la cómoda hamaca lista para dormir y el chico fue al pié del timón a dirigir el rumbo tal como la muchacha le había explicado, después de todo no necesitaría hacer maniobras difíciles…
-¡Esperanza, Esperanza! ¡Despierta, Esperanza! ¡Esperanza!-pidió Arturo.
-¿Qué?-fue la desesperada respuesta de la chica, “¡¿Qué demonios tiene éste con que yo duerma?!”, pensó.
-Mira, por la borda-fue la aterrorizada respuesta.
La chica miró por estribor y abrió los ojos tan grandes como timones.
-¡Todo a estribor! ¡Amarra esos malditos cañones! ¡Hay un barco de la marina que si no destrozamos nos hará pedazos!, ¿savvy?-dijo en una jerga marinera, pirata, que ni ella sabía que conocía, quizás la había adquirido con las películas que tanto le gustaban a Ross.
-A… la orden-musitó extrañado Arturo.
Dentro de un par de segundos el barco de la marina los divisó y al reconocer el barco robado y pensando quienes eran sus tripulantes decidieron irse en picada hacia ellos. Esperanza se encontraba completamente espabilada, de pié al timón, impartiendo órdenes a diestra y siniestra a su único tripulante. Al rato ató el rumbo y bajó las escaleras, frenética al darse cuenta que carecía de armamento. Arturo en ese intertanto ataba los cañones restantes y todo el velamen de la forma en que la “capitana” se lo había indicado para poder hacer mejor frente al combate que se veía venir.
-¡Mira lo que encontré!-dijo portando a duras penas unas balas de cañón.
-¡Son balas de cañón!-dijo Arturo, las reconocía, en el Seminario había de esas.
Justo en esos momentos unos cohetes provenientes del barco enemigo pasaron silbando por sobre las cabezas de los recientemente piratas.
-¡Al suelo!-bramó Esperanza, lanzando en dicha dirección a Arturo.
-¡¿Qué haces?!-inquirió el muchacho.
No obtuvo respuesta. Antes de que los modernos cohetes impactaran en una de las velas la muchacha corrió hacia el timón, corriéndola en el momento preciso y así evitando que el barco se desestabilizara. Sin querer torció a su vez el rumbo.
-¡Fuego!-bramó Esperanza girando con todas sus fuerzas el timón.
-¡Fuego!-contestó Arturo encendiendo uno de los antiguos cañones.
Los disparos del barco pirata no se hicieron esperar ni un segundo, cayendo como lluvia sobre el casco y la cubierta del navío enemigo.
Lamentablemente las balas provenientes del Rosa Oscura no consiguieron perforar el casco metálico del buque de guerra, solamente lo abollaron y en el momento preciso rebotaron en dirección a su lugar de origen.
Al advertir lo acaecido con su ataque y ver que el navío peligraba, Esperanza sostuvo fuertemente el timón y comenzó a hacer toda clase de maniobras peligrosas para esquivar las balas, haciendo que el barco girase en redondo con la proa de vez en cuando inclinada.
En uno de esos repentinos giros, Arturo salió disparado desde el cañón en el cual se estaba afirmando y fue a dar con sus huesos en la borda del lado contrario. Cuando esa parte del movimiento cesó, el muchacho consiguió ponerse de pié afirmándose fuertemente de la barandilla. Oteó hacia el navío de la marina nacional y sus ojos se abrieron enormes de terror, pavor, miedo simplemente.
-Padre Nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea Tu nombre, venga a nosotros tu…-comenzó a rezar Arturo completamente aterrado, afirmándose con una mano de la barandilla y con la mano libre persignándose compulsivamente.
-¡Cállate de una maldita vez!-bramó Esperanza.
De pié ante el majestuoso y brillante timón, la muchacha había previsto todo lo que sucedía y lo que probablemente estaba por suceder. Por seguridad apretó fuertemente la rueda, preparando para impactar de lleno en el blindado.
-¡Ata bien esos cañones al cordaje!-ordenó Esperanza.
Arturo sin contestar siquiera hizo lo que le pedían lo mejor que pudo. No hubo tiempo para charlas, al poco tiempo después, a los segundos de dicha acción, el Rosa Oscura estaba incrustado en el casco del blindado por el cual se filtraban litros y litros de agua.
-¡Abajo!-gritó Esperanza.
Ambos cayeron en la dura cubierta de su navío y por sus cabezas pasaron silbando una lluvia de cohetes provenientes del barco enemigo. Afortunadamente ninguno de ellos consiguió impactar en los cañones o en los mástiles. Al caer, Esperanza vio a su lado un brillante sable Haenger, uno de aquellos similares a una espada, con la hoja bien afilada y una filigrana de oro en la rica empuñadura. En la vaina rojo pasión estaba enredada una nota escrita en un trozo pequeño de papel que decía “PARA LA HIJA DE FREYA”. La muchacha se la quedó mirando completamente perpleja, pero luego asumiendo que era para ella se colgó el cinturón en su esbelta cadera y se levantó.
Cogió el timón con fuerza y salió del remolino que se armaba en aquel lado del barco de la nación que estaba ad portas de seguir los pasos del Titanic. Luego al acercar ambas bordas se acercó a la barandilla preparándose para saltar a la cubierta enemiga.
-¡¿Qué haces?! Somos dos, te matarán y a mí igual-gritó desde el palo mayor Arturo.
-Pero si no los abordo yo, ellos nos abordarán a nosotros, nunca hay que dejarse vencer. Tú mantén el barco donde yo esté, ¿savvy?-ordenó.
-Qué Dios te acompañe-musitó.
-Ídem-contestó la chica con el sable en alto y saltando a la cubierta enemiga.
El chico se dirigió al timón y lo hizo girar, no tan diestramente como su compañera de tripulación, pero lo suficientemente bien como para que el barco no peligrase ni por balas ni por falta de equilibrio.
Una vez en cubierta, la muchacha pasó su sable por diversas partes corpóreas de sus oponentes que le cerraban el paso a la cabina de mando. En el trayecto aprovechó de robar todas las municiones y pistolas que le fue posible llevar en su modesto morral. No hubo duelos serios, de hecho nadie a bordo del navío de ejército sabía cómo empuñar un sable y mucho menos cómo combatir.
Una vez dentro de la cabina irrumpió en el té del capitán, el cual volcó en el suelo y en la maquinaria eléctrica. Luego le propinó una herida en el vientre, no lo mataría, pero sí lo calmaría. Luego hizo estallar diversos mecanismos de propulsión de manera computacional y para finalizar incendió el barco.
En ese intertanto, Arturo no había recibido tentativa de ningún tipo, pero su terror no dejaba de crecer y su fe de menguar cuando veía una nueva fumarola surgir desde las entrañas del navío, o una lengua de fuego estallar. Pero sin dudas la última fue la peor, hizo volar el barco en millones de astillas, con la gente corriendo aterrada hacia los botes salvavidas y en mitad de la desintegrada barandilla una flamante Esperanza disparando para que la recogiesen.
Arturo le lanzó un cabo y ella lo cogió en el aire. Luego voló literalmente hacia la cubierta de lo que ahora y siempre sería su hogar.
-Esperanza…-musitó Arturo de pié en el timón, lugar en el que ella había caído.
-Nadie herido de gravedad, me dediqué a soltar los botes, podrán vivir… no maté a nadie, eso espero-dijo ella confesándose ante esa suerte de cura.
El barco pirata comenzó a alejarse despacio de la llameante bola de fuego en la que se había transformado el navío chileno.
La capitana se compuso hueso por hueso sentada en el suelo, no estaba ni en condiciones de mover el dedo meñique.
Mirando hacia atrás y deseando internamente regresar en busca de heridos y pedir el debido perdón estaba Arturo.
-Esperanza…-musitó en tono de reproche.
-Los mares son nuestros…-fue la respuesta.
NOTA: El título de este capítulo está basado en uno de los versos de la canción “Hoist the Colours”, de Piratas del Caribe III. Inicialmente es The Seas Be Ours, pero no me sonaba.
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