Cómo algo se vuelca contra ti. Cómo algo, de repente, se vuelve en tu contra como una tormenta que arrasa una ciudad. Solo queda el sufrimiento. El dolor de la nada. La soledad y la desesperación. Nada. Recoger debo, mi alma. Está esparcida por el suelo como tierra, pisoteada; con mi orgullo demacrado, molido, aplanado. Me refugiaba en tus ojos, pero ya no creo que encuentre paz en ellos. Ahora me siento abatido. Creo que vi la realidad y me fulminó. No soy digno de tan encantadora beldad. Nada existe en este ser desdichado y mórbido, sin gracia y adolorido, entumecido. Encontraba una efímera complacencia en tu mirar, la dulzura de tu voz divina bañaba, embelesaba, hipnotizaba, para incluso de un barranco como basura deshacerte del pobre ser. Por ti él caería, quizás se levantaría y caería de nuevo. A tus pies, rendido, deshumanizado, como un espectro deambulando, busca el descanso. Se pierde en tu piel, tu figura es su mapa. Pobre iluso pensarás, pobre animal, lo flagelarás con la desesperación; de su alma un cisma, de su cuerpo un despojo.

Se levantaría, por el hecho de luchar y seguir. Tomaría su dicha, su orgullo, su alma, cargaría con el pesar de no tenerte. Pero no lo soportaría. Bebería sus lagrimas para combatir la sequia de su existencia. Su descanso es alterado, en su mente vives, y lo torturas con tu inalcanzable plenitud. Deshacerse de ti no puede, ¡oh pobre desgraciado! Es tan afortunado y a la vez maldito. Su mente hechizaste. Con tu encanto lo amordazaste para solo a ti mirarte. Es afortunado porque a ti te mira, es maldito porque tu indiferencia lo hiere. ¡Oh pobre ser desgraciado! De tu gracia se alimenta y con tu desaire se debilita. Sus ofrendas rechazaste, de su corazón las arranco, de su sangre la tinta y con sus dedos las inmortalizó.