FIESTAS PATRIAS EN CHURÍN.
-El Recuerdo de sus ojos-
Bajó del taxi que lo había transportado hasta las puertas de la agencia de ómnibus, en los límites de una Lima segura, con todos los bártulos para el campamento programado a la localidad de Churín.
Una vez acomodados todos los bultos en la vereda, extendió su atención en ver quien del grupo ya había llegado; No había nadie, y no le extrañaba. Raro era que sus queridos amigos llegaran con puntualidad: unos por lo lejos de sus viviendas, algunos por el caótico transporte de la ciudad, otros simplemente por algo o mucho de desidia.
Como otras veces, se dispuso a esperar, en eso… en eso, en… eso… ¡la vio!
Mientras bajaba las cosas, había sentido como una mirada en todo momento, y eso no le extrañaba, pues al estar cerca de una zona peligrosa, era seguro que más de un par de ojos estuviera siguiendo sus movimientos, si no por él, sí por los implementos para el campamento: carpas, ollas, primus, menaje de cocina y otros tantos cachivaches más; pero era Ella quien le miraba y el sentir su mirada, lo inquietó: Sentada sobre una motoneta, desde lo profundo de su hermoso par de ojos claros, vivarachos, inolvidables, enmarcados por una cabellera medio larga, pálida, suavemente ondulada, le miraba con una apagada sonrisa en sus labios.
No la conocía, mas definitivamente no era parte del entorno; era como una pieza de ajedrez usada como ficha en un juego de parchís: no encajaba en el lugar.
Seguramente era una de las personas invitada por alguien del grupo. Desde ya la supo especial.
Ella respondió gentilmente a su tanteador saludo, y le confirmó que una de las chicas del grupo la había cursado invitación a participar de la actividad campista que estaban iniciando.
Además de linda… ¡¡¡puntual!!! Humm, dos cualidades poco afectas a convivir en una misma persona.
Su memoria se pierde y no recuerda quien llegó seguidamente, ni cuantos sumaron al iniciar la salida.
Sazonaron el trayecto del viaje con sus poco comunes, pero alegres cánticos, y las usuales amicales bromas, haciendo cortas las horas hasta haberse en la calle principal del pueblito de Churín… mejor dicho, en la única calle de Churín.
Ya la tarde había cumplido con partir totalmente y la noche había enseñoreado su oscuridad en todo el valle: cielo estrellado, cielo luminoso, cielo serrano, ¡cuanta belleza junta!
Localidad acostumbrada a variado turismo, le era muy corriente ver grupo de gente yendo y viniendo de un lugar a otro, así que el grupo no llamó mayormente la atención cuando anduvo y desanduvo el pueblo en busca de un lugar (al final, sin importar adecuado o no) para armar las carpas, tanto así que equivocadamente eligieron una zona usada por criadores de chanchos; por felicidad, oportunamente, alguien del lugar les dio precavido aviso, sin dejar de hacer hincapié en el riesgo de salir premiados con alguna infección de pique porcino (que, por suerte, estaba lejos, muy lejos, la fiebre porcina “bendita” con la que la “parca” estuvo rondando en todo el mundo, un año atrás).
Terminaron, o mejor dicho empezaron, acampando en las laderas de un cerro, parte de la misma calle principal, en las entradas del pueblo.
Fue un campamento curiosamente especial, porque el emplazamiento quedó localizado entre dos caminos diarios de los lugareños, convirtiéndolos, a resultas, en cotidianos testigos de las actividades de ese especial grupo de chicas y chicos que desafiando los tiempos y las aún muy conservadoras costumbres, andaban con mochilas y se atrevían a vivir en carpas al aire libre; ahora algo muy corriente, pero en aquellos tiempos, simple motivo para ser mirados como bichos raros.
Tan especialmente curioso fue el campamento para él que, en el tiempo, sólo a ella recuerda clara y gratamente, mientras que a los demos los ve, en su remembranza, difusos, fantasmales, actores secundarios de una puesta en escena.
Negar el gran atractivo del que se sintió prisionero, esta demás; Fue, digamos, algo como oír el chirrido de las puertas del cielo al abrirse; como oír una campanada, o una clarinada angelical; fue sentir un cocazo en la cabeza, o recibir un ladrillazo en el dedo gordo del pie izquierdo, o como recibir una descarga eléctrica. Como se dice hoy en día, hizo “clic” a un enlace cibernético con un virus troyano que se filtro en su sistema integrado y que su antivirus no pudo eliminar.
Los dos días fueron hermosos, brillantes, diferentes… sintió como que habían dos Soles.
No recuerda que se cocinó, ni que desayunaron, almorzaron o cenaron; ni que si fueron o volvieron, que si subieron o bajaron; apenas sí recuerda que canciones cantaron y que juegos jugaron. En contraste, recuerda muy claramente sus ojos y su mirar, su sonrisa y su cantar; y como si fuera ayer aun claro está el recuerdo de la imagen del tratar de “enseñarle” a nadar en la poza de aguas termales de la pequeña cueva “Mellicera”, cercana del “Velo de Novia”, esa catarata que tan fuertemente golpeaba con sus aguas al caer.
El embrujo duro poco, es decir, en ese campamento: ella se fue pronto. Después de verla abordar el transporte de regreso a la ciudad, se volvió al campamento, en medio de una mayor oscuridad: la luminosa estrella se había marchado.
Eran los 70 / 80, vivía sobre la motocicleta, el ciclo básico en la universidad se había suspendido; Los Beatles, con sus canciones seguían vigentes, su música reinaba, como sigue reinando, en especial con esa extraordinaria canción, reconocida como la que más variadas y múltiples interpretaciones tiene en la historia de la canción mundial: “Yesterday”, canción que siempre se asoma a su memoria con estos recuerdos bajo el brazo.
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