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Una noche mientras yo dormía, el ala de un Boeing decapitó de un golpe
el techo de mi habitación. La turbina (todavía funcionando) escupía el gasoil
quemado en mi cara. De un salto pasé al otro lado del cuarto, allí estuve
unos segundos hasta que ese motor comenzó a succionarme. Al pasar por
el tubo mi cuerpo se fraccionó en cientos de partículas, que la fuerza del
aparato estampó sobre la pared donde se apoyaba la cama.
Después de unos meses se reparó el techo y se higienizó la pared,
aunque una pequeña mancha persiste adherida, tan mínima,
que casi no se ve.

Cuando algunas noches aparezco en el cuarto interrumpiendo adrede
la gran faena de mi mujer con su nuevo esposo, empujando algún libro,
moviendo el espejo o prendiendo el velador, termino siempre observando
la mancha y percibiendo lo patético de verse a sí mismo adherido a la
pared blanca. Entonces me esfumo de inmediato.



D.R.F.