V E N D I M I A. CUENTO.

Los padres estaban divorciados, pero Claudio a la fecha gozaba del beneficio legal de regimen compartido del tiempo de ocio de los fines de semana alternos, y de disponer de la mitad de las vacaciones de sus dos hijos junto a él.
Javiera y Jahuel desaparecieron en un exceso de confianza suya esa primera de semana de marzo, ya que ante una llamada urgente de su agente bancario los dejó a cargo de sus jornaleros por una hora. A su regreso encontró a los mayores absortos en sus faenas y de los niños ni luces. Por lo cual de inmediato estampó una denuncia por presunta desgracia

Las autoridades ordenaron rastrear la zona cercana al río en busca de pistas sobre el paradero de los hermanitos. Las labores se localizaron en algunos pozos areneros cercanos al predio viñatero del padre.
Según la policía cincuenta funcionarios participaron en la busqueda de Javiera y Jahuel peinándo toda la ribera del rio Santa Bárbara, en tanto bomberos con equipo especializado rastreaban el cauce.


Fernando Pérez, a quien todos llamaban el abuelo fue quien le dio la nefasta noticia.
Mientras el padre corrió desesperado a dar cuenta a la policia, el jornalero en estado de shock, se retiró a su vivienda.


Este viejo trabajador en son de juego los acomodó dentro del coloso para que tomaran siesta y se fue al fondo de la viña a dejar pasar el agua de riego. Los temporeros ignorantes de su actuar vaciaron sus canastos y dieron la señal para su traslado al paking.

El peón al día siquiente no se presentó a sus labores, mientras en el paking se producía un gran revuelo por el macabro hallazgo del capataz, que tenía el hábito de tracegar la cosecha en dos tiempos tras revisar concienzudamente que no trajera materiales que pudieran dañar la máquinas.

Cuando la policía llegó a la casa del abuelo lo encontraron ahorcado con una foto de los niños en el bolsillo de su camisa y en el suelo un cuaderno escolar donde escribió su confesión.