El setentón se había peinado y perfumado. Con un ramo de flores envuelto en papel de periódico, me pidió cuando estaba en la oficina, si lo podía alcanzar hasta el cementerio y volver a la oficina, recalcó que sólo era un momento. Para hacer buena letra con mis superiores, accedí al pedido.
Durante aquel primer viaje, no soltó el ramo. Lo sostenía con fuerzas como si se tratara de un objeto valioso que no hay dinero que pueda pagar, con temor a que se lo quitaran de sus débiles y temblorosas manos, pese a que en el auto, nos encontráramos nosotros dos. Comenzó, de pronto, a perder su mirada a través de la ventanilla: autos, los faroles, un perro meando, arboles, graffitis. Cuando llegamos al cementerio, me dijo que le esperara unos minutos, que pronto regresaba. Y así fue, bajó de mi auto con mucho esfuerzo, entró en el cementerio y al rato regresó ya sin las flores, con las manos en los bolsillos por el frío, a un paso lento pero agitado, sintiéndose vacío.
Tomó asiento nuevamente y para justificar todo esto, me dijo: “Mi Juana, mi pobre Juana”.
Hicimos el camino inverso, también en silencio hasta que me pidió que lo dejara en su casa, que después de eso, quedaba libre sin la obligación de volver a la oficina y me aconsejó que disfrutara el día de sol. Lo dejé en su casa y ahí quedó todo, como en puntos suspensivos.
Tal vez, después de aquel viaje, subiría los tres pisos por la escaleras (para ejercitar las piernas), entraría a su casa, regaría las plantas de interior, resolvería el sudoku que dejó a medias nada más que para hacer tiempo hasta la hora de comer: un caldo caliente y una latita de atún, con su religiosa copa de vino. Comería despacio en lo que dura el noticiero, y luego una pequeña siesta en el sofá. Al despertar se vestirá con su camisa que le regaló Juana para el último cumpleaños, pantalón de vestir y zapatos, e iría a jugar la partida de cartas de las cinco de la tarde en el Centro de Mayores, para luego volver a casa caminando. Otro sudoku, otro noticiero, un te con galletitas y a dormir escuchando la radio. Siempre quieto en su lado de la cama. El otro lado intacto.
Tal vez, aquellas flores para “su pobre Juana”, representara esa carga energética que lo mantiene unido a su pasado. Su único contacto invisible para evadir la soledad: se acuerda de Juana y ahí el símbolo, las flores sobre una lápida. Y yo lo entiendo. No comparto la idea de visitar a los muertos en un cementerio, pero lo entiendo. Porque tal vez, no lo haga por ella, por el espíritu de ella, sino por él mismo....
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