EL FOSFORO
Cerillo o Cerilla.
Mi primer contacto con un fósforo, fue una la noche antes de navidad.
Por supuesto que antes ya lo había tocado de casualidad o con toda intención para sentir el peligro, de quemarme, más de cerca.
Siempre lo había visto metido en la cajita de “La Llama”, amarillenta con fijos rojizos, y en los laterales las plomizas bandas del realmente fósforo, que había cerca de la cocina a queroseno; de esas cocinas que después de girar la manecilla había que esperar que el queroseno impregnara, la mecha, lo suficientemente necesario para encenderla; después esperar otro tanto para que la llama creciera y si era necesario girar o samaquear el tubular quemador para que dejara de salir humo, y entonces recién poner sobre las rejilla de la hornilla lo que se quisiera poner.
Esa, la noche antes de navidad, mi papa (así, sin acento) me había dado sartas de cohetecillos para encenderlos yo mismo. Él, con su sabiduría, me había preparado una mecha de tiras de trapo entrelazadas para que tuviera a la mano la llamita, tipo luciérnaga que se veía, en la oscuridad, encaramada a la punta de la mecha encendida. Me pareció muy infantil su uso, yo ya tenía 6 años y bien podía usar un inofensivo palito de fósforo, por lo que, con los agradecimientos del caso, le dije que no la usaría y cogí la cajita de fósforos. Él insistió un poco, augurándome una quemadura, pero sin más, permitió que experimente por mi mismo y para que seguramente, desde entonces, empiece a asumir las consecuencias de mis decisiones.
Si me hubiera podido ver, a mi mismo, de mayor distancia que la de mis ojos sobre mis narices, hubiera visto a un despierto, lindo y tierno niñito con una mirada brillante, alegre y emocionada, mordiéndose el extremo izquierdo del labio inferior, levantado un poco los hombros, con las manitas juntas, mal cogiendo sarta de cohetecillos y cajita de fósforos, abrirla presuroso y extraer un palito de cabeza negra, bajo la atenta mirada del papa, y ¡zas! Intentar encenderlo.
Todo fue hacer dos o tres intentos, un fogonazo casi sin sonido, y sentir una sensación como de una aguja candente introduciéndose por el mismo centro de las yemas de mis pequeños deditos índice y pulgar de la mano izquierda. No lance una maldición porque no las conocía aún en ese entonces. Era la primera quemadura causada por propia mano que me hizo ver a Judas Iscariote, que no el Tadeo que dicen es más buenito.
En esos momentos, luego de culpar con la mirada al papa por no haberme impedido el indebido uso del fósforo, me quede mirándolo como untaba con alguna crema mis deditos, y a el culpable, el palito de fósforo, tirado en el suelo, extinto de llamas… carbonizado.
Terminé de hacer estallar todos los cohetecillos usando la sabia mecha, pero con los dedos incide y pulgar de la mano izquierda lejos de la acción.
Con el tiempo adquirí, poco a poco, la habilidad de usar los fósforos sin quemarme. Pero la experiencia no fue inútil, al menos tengo una lejana idea de lo que me espera en el infierno si no logro colarme al cielo. Hummmm, a propósito, ¿cómo podré sobornar a San Pedro?
En esto, el sobornar, los peruanos si que somos capos, pero por si acaso, rezo todas las mañanas. Sólo en las mañanas que en las noches… me da sueño.
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