Este era el inicio de una aventura que habíamos planeado hace días, con unos compañeros de trabajo, arrendamos una cabaña en la playa por el fin de semana. La idea, compartir un poco más, conocernos y pasar un rato agradable. Llevabamos todo lo necesario. La verdad, es que como era invierno, pensabamos pasar junto a la chimenea, escuchar las olas de un mar embravecido, propio de la estación invernal, charlar y talvez caminar por la playa, si el tiempo lo permitía. Sólo nosotros, seis locos de atar podríamos haber ido a ese lugar en tan mala fecha. En fin, ya estabamos aquí y yo pretendía pasarlo muy bien. Tenía muchos motivos para estar allí y pasarlo bien, el chico de contabilidad, el tímido del departamento, el de ojos profúndos, tenía mi cabeza y mi corazón alterados, me gustaba tanto estar a su lado, mirarlo, conversar de trivialidades a la hora de colación, y al final de la jornada despedirme con un beso en la mejilla, ese era mi momento felíz. Pero este fin de semana, estaríamos en un lugar diferente, más relajados, era la ocasión perfecta, para estar junto a él y darle a entender que yo quería algo más de él...Este día había sido uno de los pocos sin lluvia y con algo de sol, así que salimos a caminar por la playa, a poco andar, decidí sacarme los zapatos y andar descalsa por la arena, así que en esos menesteres, me quedé atras del grupo, para mi sorpresa, Antonio, ese era su nombre, me esperó. No puedo describir como latía mi corazón con su presencia, realmente yo estaba enamorada de él. Me ayudó a levantarme, y seguimos caminando, el grupo iba lo suficientemente lejos como para darnos la privacidad que yo tanto anhelaba. Nerviosa, con un hilo de voz, temblorosa caminaba junto a él hablando casi sin sentido, riendo tontamente. De pronto, él se detuvo, me miró y me dijo con voz segura, ¡tú me gustas mucho!, se acercó y con un beso selló sus palabras. Ese fue el momento que yo tanto esperaba y en esa playa se hizo realidad. |