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A los 17 años cuando la vida me sonreía con una recompensa monetaria, me entusiasme con mi primer trabajo. Un amigo de mi colegio me llevó a trabajar con él y con toda su familia. “El Diablo” era el regente mayor, el papá de la familia, así le decía porque él llamaba a todos “diablo”, Le seguía los gemelos Luis y Alfredo, el solitario Pepe (que tuvo la desdicha o la suerte de haber nacido solo) mi amigo Marcos que era mellizo con Elena, dos mellizos más pequeños y las gemelas María y Melisa que eran las mayores de los hermanos.

Siempre estuve enamorado del mar, y este trabajo fue mi primer encuentro con el aquel amor que dura toda la vida. La familia tenía una lancha fletera que llevaba y traía a los marineros extranjeros apostados en la bahía del Callao. “Elena” (así se llamaba la lancha) era de madera de color amarillo con la cabina de color verde y unos ribetes del mismo color, además de un potente motor que se hacía notar desde lejos y era común escuchar decir a los marineros apostados en el muelle “ahí viene la Elena”.
Proa, popa, eslora, cabestrante, estribor, babor y muchas otras eran palabras nuevas para mí, que poco a poco fui descifrando y entendiendo. Los nuevos días en la lancha eran de aprendizaje constante, y el tiempo de descanso o aburrimiento la pasábamos contando anécdotas haciendo bromas y contando chistes. Esta familia tenía la particularidad de tener la risa a flor de labio, se reían de cualquier cosa, hasta de mis chistes más malos, pero yo en fin, me sentía el centro de la atención, así cada vez que los hombres se turnaban para trabajar conmigo, yo repetía los chistes o se me ocurrían nuevos.

Mi fama de contador de chistes llego hasta la misma matriarca de la familia, que esperaba conocerme por las referencias de sus hijos. Así que la virtud de ser ocurrente y gracioso paso a ser una condición para mi pago semanal.

Cada viernes a las 6 de la tarde, iba a la casa a cobrar mi salario. La mamá, el diablo, todos los gemelos y Pepe el solitario, se sentaban alrededor de la cama familiar a esperar que contara un chiste, no sin antes recibir la amenaza del “diablo”, que si no contaba y si no se reían no me pagaban. Así, que empecé contando, de Jaimito, de Quevedo, de superman y otros tantos que me contaban y yo se los repetía a ellos. La familia reía con un entusiasmo inusitado y parado frente a ellos me unía a esta terapia familiar.

Mucho tiempo después deje de contar chistes, el día que les dije entre serio y broma, que me iría por el mundo en los barcos que siempre veíamos en la bahía.

Texto agregado el 02-06-2012, y leído por 163 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-06-2012 Buena historia y bonita forma de narrarla, yo le añadiría algo más al final.**** senoraosa
 
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