…gracias Anapolar por el empujón en el columpio y tus sugerencias
Peticiones
En la tierra de los padres de Nauz muchos eran artesanos y artistas de las manos, por necesidad y deseos. Para atraer la fecundidad a sus cercados y casas, tallaban de ébano, figuras de formas redondeadas de mujer; en las puertas de los hogares pintaban machangos de sonrisas que llamaban a la salud de los hijos; también para el mundo hacían sus solicitudes, sobre piedras grababan soles y lunas que garantizaban la continuidad con su ciclo.
Luego llegaron las marcas multinacionales con sus carteles y promesas, las mismas de cualquier otro rincón del planeta que trajeron ideas y objetos. Muchos marcharon hacia donde se sacia el hambre de esos deseos. Los pocos que regresaron contaron la magnitud de los anhelos de quienes vivían allá; los alzan tanto como el sol y hasta los pasean delante de las nubes, incluso los hay que destellan iluminando la noche y parecen vivos.
Nauz, a pesar de la esbelta tez de betún que heredó, pertenece a la generación de los que nacieron aquí, en la gran urbe, la del atasco continuo y el griterío de las máquinas. Es otro más de los tantos que se pelean cada día con las bocinas, atraviesan humos y ruidos, son perseguidos por seres que comen fósiles de bosques desenterrados, en un enloquecido deambular programado por bombillas repartidoras del tiempo. Lucha a diario contra ellos, surfeando el asfalto sobre una tabla. Nauz y sus amigos hacen las suyas, sus pequeñas peticiones de adolescentes, con botes que sesean colores sobre las paredes. Para la ciudad dibujó su petición, llamando un deseo, sobre el muro pintó una bicicleta. |