…para un molinillo de generosidad llamado Miguel (Loboazul)
La Tomasa
Las seis de la mañana y el sol aún está por despuntar. Comienza a moverse la calle y Tomasa se apresura a desmontar el lecho de noticias mullidas, extinguidas en días ya manoseados, cuidadosamente imbricadas sobre la acera, suerte de sábanas que extendió la noche anterior. Recoge y dobla los cartones; atándolos, los sujeta a uno de los laterales de la gran cesta de varillas cromadas de su bicicleta. Sobre las baldosas quedan algunos enseres; el cojín de felpa, el reloj osito sin agujas, un libro de bolsillo desvencijado, una linterna de petaca y la jarrita de plástico con una jirafa pintada en amarillo; se inclina con dificultad sobre ella, la espalda aún entumecida, alarga la mano y bebe el trago que quedó en el fondo, antes que quedara dormida. Acomoda los objetos en el interior de la cesta como si cada uno conociera su lugar bien definido, por último toma la manta doblada y cubre todo. Monta y en un impulso de pedal escapa del chorro a presión del camión de la limpieza, soltando una estruendosa carcajada.
Una ola de espuma se deshace en el recoveco, corre por la pendiente lamiendo los portales, haciendo brincar en combas imaginarias a los primeros transeúntes.
La bicicleta cruza la ciudad y para cuando llega a la fuente del parque, ya se han apagado las farolas, se asea, ducha de gatos y corta alguna flor que engarza en los bucles de su pelo. Lleva un vestido de primavera, el escandaloso estampado levanta las risas de algunos niños, otros se asustan, los mayores ni parecen verla.
Emprende su ajetreo diario, visita los rincones, cambia el agua y renueva la comida de los gatos callejeros, hurga en los contenedores, rescata de su estómago un molinillo del viento, echa a correr siguiendo las espirales de colores, para en el mercadillo de las frutas. Y por allá la ves perderse de nuevo con la falda en vuelo y las piernas girando locas.
Ayer anduvieron haciendo preguntas, tocaron en las puertas, anotando desconocimientos de los vecinos. En la mañana, los operarios del ayuntamiento recogieron los trastos abandonados, la bicicleta y sus cartones, lanzándolos sin vida dentro del remolque, nada quedó, sólo desdeño.
Los gatos maúllan tu ausencia. Para cuando vuelvas, Tomasa, pintaron en la pared esta bicicleta y así reconozcas tu casa nada más regreses. |