Yo les daba nombre. Y tu mente les dió carne y color. Migajas de chispas. Encendieron un fuego. Ese fuego me quemó a mí también. Entiendo que solo puedo apagarlo en amarillentas planchas eternas. Como tú.
Lo curioso de este escrito, en forma de correspondencia a parir de ahora- ya lo habrás notado-, es que te la escribo como un hijo a un padre. Con timorata admiración.
Recuerda antes de apearte que las encrujijadas siempre fueron lo mío y, te repito, es algo que necesito hacer.
Espero no manchar tu nombre y te adjunto (suena tonto que lo diga) la copia de mi novela prima, primo.

Julio